En 2017 el independentismo gozó de un estado de gracia en Europa, en los medios de comunicación y en sectores de la ciudadanía. El momento de mayor gloria, cuando se ignoraron sus muchos pecados, incluso los mortales para la democracia como pretender derogar la Constitución y el Estatuto mediante las leyes ful de "referéndum" y de "transitoriedad", lo alcanzó con el impacto de las imágenes del 1-O, con miles de personas participando en un simulacro de referéndum y la Policía Nacional y la Guardia Civil tratando de impedir la votación por decisión judicial, mientras los Mossos d'Esquadra, igualmente obligados, hacían abierta dejación de sus funciones.

Europa se escandalizó: más de mil heridos, según las fuentes institucionales y civiles del independentismo, pero (primera sospecha) tantos lesionados, que deberían haber llenado hospitales y centros de asistencia, ni los llenaron ni fueron objeto de visita alguna del entonces presidente Carles Puigdemont.

¿Cómo fue posible tanta credulidad durante tanto tiempo? La credulidad del interior se comprende, puesto que a lo largo del procés ha operado la fe del creyente, predicada con ahínco por la clerecía del independentismo, a lo que había que añadir el ciego enfado de muchísimos por las crisis acumuladas, pero ¿y la del exterior?, en particular la que se dio en Francia y en Alemania ante los manejos y falacias del independentismo.

La labor de los predicadores exteriores fue igualmente intensa y eficaz. Ofrecieron la versión independentista con toda clase de facilidades y medios, en ausencia del equipo contrario, e inicialmente encontraron un ambiente dispuesto a escucharles. Tenía morbo que en Europa occidental surgiera un epifenómeno neorromántico en el marco de la crisis general de identidad, y que además se diera en España, país al que le cuelgan cuando conviene el estereotipo de "Francoland", reminiscencia de leyenda negra que tan bien explicó Antonio Muñoz Molina en En Francoland, Babelia (13/10/2017).

El conocimiento superficial que en Europa tenemos los unos de los otros --muchos alemanes de esos millones que nos visitan cada año ignoran que Cataluña tiene comparativamente más competencias de autogobierno que los Estados federados alemanes--  junto con la tendencia del periodismo a considerar que interesa más (y vende más) lo extremo y rupturista (de salón) que lo ordenado y legal, hicieron el resto.

Los clérigos del independentismo tuvieron barra libre en las más prestigiosas cabeceras europeas. Lluís Llach publicó en Le Monde el 25 de junio de 2017 un artículo, Le droit d'un peuple à décider de son avenir (El derecho de un pueblo a decidir su futuro), cuya primera frase no tiene desperdicio como ejemplo de falsificación de la historia: "Después de la derrota catalana ante los ejércitos castellanos de Felipe V en 1714...".

Pero los acontecimientos empezaron a volverse indigeribles incluso para opiniones públicas bien dispuestas: la surrealista declaración de independencia, la huida al extranjero del expresidente de Cataluña y de algunos de los consejeros y responsables políticos, la tómbola de candidatos a la presidencia de la Generalitat, los dislates de Carles Puigdemont pretendiendo gobernar por Skype... provocaron en Europa reacciones de opinión contundentes. El editorial de Le Monde del 23 de octubre de 2017, En Catalogne, la politique du pire (En Cataluña, la política de lo peor), fue implacable en la condena.

Otras cabeceras fueron sumando opiniones duramente críticas contra los argumentos y propósitos del independentismo. Imposible reseñarlas todas, pero destacaría algunas por la resonancia que tuvieron: Nicolas Klein, Le separatisme ruine la Catalogne (El separatismo arruina Cataluña), Le Figaro (9/1/2018); Olivier Saez, Saint-Exupéry, la Catalogne et le retour du franquisme (Saint-Exupéry, Cataluña y el retorno del franquismo), Le Figaro (6/3/2018); Wilhelm Hofmeister, Katalonien und der Verfall der EU (Cataluña y el declive de la UE), Frankfurter Allgemeine Zeitung (10/3/2018); Javier Cercas, Warum man Puigdemont nicht verteidigen sollte (Porque no se debería defender a Puigdemont), Süddeutsche Zeitung (12/04/2018).

La farsa continuará, pero el juego ha terminado. Europa no mira a Cataluña, tiene otras cosas que hacer. El independentismo ha perdido la credibilidad ante la opinión pública europea. Bruselas y las cancillerías de los Estados miembros de la UE lo han tenido siempre claro: si España fuera una dictadura, no pertenecería al club comunitario; la desintegración de España (por el capricho de resentidos e irresponsables) comportaría la desintegración de la UE. Esta última consecuencia, que solo satisface a los eurófobos, está calando, por fin, en nuestros vecinos de a pie.