Pensamiento

Hacia el Congreso Eucarístico permanente

27 septiembre, 2013 08:40

En el año 1952 se celebró en Barcelona un Congreso Eucarístico que fue un éxito de masas fenomenal y muy importante para el reconocimiento internacional del régimen franquista. El alegre corro de la patata del pasado 11 de septiembre, y la manifestación de la anterior Diada, y las previsiones para la próxima, recuerdan poderosamente el Congreso Eucarístico. Y lo que te rondaré, morena.

Luis Carandell, en su encantador libro de recuerdos Las habas contadas recuerda que el régimen preparó con cuidado y minuciosamente el Congreso, y desde meses antes los medios de formación de masas se aplicaron concienzudamente a repetir por activa y por pasiva las consignas adecuadas, hasta provocar un estado de ánimo general hipnótico, mesmerizante. Por entonces Carandell era un joven periodista que fichaba en El Correo Catalán -donde, por cierto, yo también trabajé, muchos años más adelante-.

Desde meses antes de la celebración del Congreso cada mañana aparecía en la portada de ese periódico una llamada para recordar a los lectores que "ya sólo faltan 160 días para la celebración del Congreso Eucarístico", "ya sólo faltan 159 días…", "ya sólo faltan 158 días, y acaba de confirmar su participación el arzobispo de Ricochampa, Perú, el reverendísimo e ilustrísimo señor doctor don Felisberto Guzmán de Pisco", "ya sólo faltan 58 días…", "faltan 57 días, y ha quedado confirmada la presencia del coadjutor de Manila…", "faltan sólo 12 días…", "faltan ocho días", "faltan 7", "faltan 6", "faltan 5…" y así hasta la apoteosis inaugural.

La buena gente magníficamente representada por monjas seglares como las señoritas Casals, Forcadell y monja Forcades, pues ya se sabe que las beatas siempre han tenido una gran tradición en la Iglesia católica

Carandell se acordaba muy bien, y con motivo, porque el periodista que redactaba aquellas noticias era él mismo, según me dijo. A medida que se iba acercando la fecha, la prensa del régimen iba multiplicando las expectativas, los tamborileros redoblaban sus tambores cada vez más fuerte en una escalada cuidadosamente medida, el nivel de histeria y delirio colectivo iba subiendo como la espuma, aumentaba el número de páginas y el caudal de informaciones de todo tipo relacionadas con el evento, y un buen día las calles de Barcelona se llenaron de las negras siluetas de los curas venidos de todo el mundo a Barcelona con motivo del Congreso Eucarístico.

Por fin llegó el gran día exasperado, el día de éxtasis orgásmico. ¡El mundo entero nos observaba! Las familias brindaban su desinteresada hospitalidad a curas y obispos, aunque fueran mulatos, ¡incluso negros! y éstos en correspondencia les bendecían profusamente y les regalaban un retrato firmado. De paso, antes de cenar rezaban juntos el rosario. Procesiones. Liturgias. Himnos para aburrir. Banderas y cruces de tamaño descomunal adornaban las fachadas de las casas. Ceremonias, liturgias, debates sobre el misterio de la Virginidad de María y el Sexo de los Ángeles.

Aquello fue una fabulosa comunión en los dogmas religiosos, en la que, por supuesto, no sólo participó la curia, sino también, espontánea, alegre, fervorosamente, la buena gente en general, dando ejemplo de civismo al mundo, la buena gente magníficamente representada por monjas seglares como las señoritas Muriel Casals, Carme Forcadell y monja Forcades, pues ya se sabe que las beatas siempre han tenido una gran tradición en la Iglesia católica. Con ellas los diáconos Rull, Turull y Tururull destacaron por su hiperactividad evangelizante, mientras los conversos Mas, Mas-Colell, Mascarell y Maragall, para hacer olvidar su tibieza pasada practicaban un entusiasmo apostólico impostado, manejando el cilicio con severidad implacable… sobre espaldas ajenas.

Fue muy debatida la homilía de mosén Duran que con jesuitismo quintaesenciado hablaba de paz y amor y palomitas volando, especialmente el celebrado pasaje "si y no y todo lo contrario", pura teología blanda de la liberación, pero, ep, sin tiros. En fin, quizás lo más emotivo de todo fue ver desfilar a las niñas de las escuelas, bien uniformadas y cantando el himno "Alumna soy, por privilegio, del Sagrado Corazón".

"Honor a ti, guardián de mi inocencia, / honor a ti, Sagrado Corazón, / jamás en mí borrar podrá el olvido / colegio mío, mi dulce misión". Digo que fue cosa de no creer aquella religiosidad popular, nacida del corazón sentimental del pueblo llano que cuando no tiene otra cosa busca una fe, una ilusión, una causa por estúpida que sea, un pastor iluminado, un Congreso Eucarístico. Honor a ti, tesoro de ideales, honor a ti, Sagrado corazón… En aquellos años padecía Barcelona grave escasez económica, faltaban viviendas y todo escaseaba, y para paliar esas carencias los señores con posibles y las instituciones locales se rascaron los bolsillos: de aquella efeméride inolvidable ha quedado el barrio de "Viviendas del Congreso"; y también, en muchas viviendas particulares, el retrato, firmado, del obispo que se alojó allí durante aquellos días, y el recuerdo de sus pintorescos hábitos. Seguro que también dejará algo de recaudación este nuevo y prolongado Congreso Eucarístico, no sólo amargura y frustración y bucles melancólicos.