Los balances sirven para evaluar lo que se ha hecho y se hacen cuando los procesos terminan o cuando uno se para en medio del camino, mira hacia atrás para recalcular el rumbo y actualizar su GPS. ¿Podemos ya hacer balance de esta triste y nefasta parte de la historia que nos ha tocado vivir autodenominada prusés? Principalmente, deberían hacerlo quienes establecieron las estrategias para su desarrollo; los que nos propusieron sus innumerables “hojas de ruta” para la independencia exprés; los que machaconamente nos estuvieron contando con seudorreferéndums, plebiscitos y convocatorias electorales en las que tozudamente sacaban menos votos que los ciudadanos que no la querían; y los que a pesar de esto seguían diciendo que tenían un mandato del pueblo de Cataluña para llevarla a cabo. ¿Se acuerdan?

Sin embargo, entre los que con tanta hoja de ruta nos metieron en patera, no parece haber consenso para hacer este balance necesario. Para unos, el prusés culminó con la proclamación de la República el 27 de octubre pasado y quieren defenderla por encima de cualquier otra consideración. Pero después de dinamitar todos los puentes, los mecanismos de los que disponen para conseguirlo han disminuido, aunque la sensación de frustración sea más elevada. A estos nos los encontraremos en la calle durante un tiempo, y es posible que algunos se vean tentados a exteriorizar su rabia con comportamientos antisociales.

Un segundo grupo de relevantes actores independentistas, no sólo no hace balance, ni siquiera se atreven a decir que algo pasó y algo hicieron. Ahora desearían reconvertir el proceso en algo puramente simbólico sin ningún valor, transformando los hechos en puros procesos declarativos y expresión democrática de ideas. La mayoría están procesados, con perspectivas de pagar un alto coste por sus acciones, sin tener en su haber nada que pueda considerarse positivo para la ciudadanía. Es esperable, que con la orden de busca y captura activada por el juez Llarena, los ex-liados cargos que como Filemón pusieron pies en polvorosa acaben también en situaciones personales muy complicadas. Unos pocos, considerados traidores por los más enfervorecidos independentistas, han empezado a hacer autocrítica en un ejercicio de voluntarismo ético. Finalmente, hay algunos que siguen manteniendo el pulso verbal, siguen tergiversando el lenguaje y hablando de “mantenerse unidos fabricando frentes”. El sábado lo escuchamos desde la misma presidencia del Parlamento catalán. Además de sonar a oxímoron, vuelve a ser una propuesta para dividir a la cámara y estamos tentados a concluir que quizás no han aprendido nada. Si siguen así, corren el riesgo de anclarse en una foto fija que pronto va a tener color sepia.

Los líderes independentistas prefieren seguir siendo víctimas, sin reconocerse actores de la construcción de su propio fracaso

Al no hacer verdadero balance, los líderes independentistas parecen incapaces de plantear verdaderas alternativas al relato que han construido en los últimos años y al curso que han conferido a la política hasta ahora. Prefieren seguir siendo víctimas, sin reconocerse actores de la construcción de su propio fracaso. Sin embargo, aunque carezcan de la capacidad para construir alternativas que ilusionen a toda la sociedad, mantienen su capacidad política para continuar generando “frentes” e impedir la construcción de alternativas válidas para la mayoría de la población.

Hacer política movilizando emociones negativas en la población les ha generado mucho rédito político, pero al revés de lo que se pretendía, les ha hecho perder la capacidad para generar futuro. A esos dirigentes les costará mucho dejar de lamerse las heridas y salir a flote tras largos años de fomentar emociones de victimismo y confrontación entre la población. Cuanto más tarden en reconducir el timón, más tardaran en deshacerse de la rabia y la frustración alimentada durante años con tanto mimo y planificación. Les costará, y mucho, reconducir ese estilo que les ha hecho convencerse que algo era posible sólo con estar convencidos de ello, poner dinero y propaganda, y mantenerse firmes en un relato monolítico que a medida que se construía de forma triunfalista, se alejaba más y más de la realidad y de más de la mitad de los ciudadanos. Wishful thinking, lo llaman en inglés.

A pesar de la política de bloques, y del discurso de “ellos contra nosotros”, las encuestas demuestran machaconamente que la mayoría de la población prefiere la política hecha con la movilización de las emociones positivas y la racionalidad. Nos referimos a esa política que construye y tiende puentes, en lugar de barreras físicas y emocionales. Nos referimos a esa política que resuelve problemas basándose en el respeto, la que escucha para transformar la realidad, la que respeta a las minorías, la que establece pactos y consensos y no abandona la lealtad a la que obligan los acuerdos. La democracia de verdad.

Se necesitan valientes para romper los frentes

Hace tiempo que pienso que Cataluña debería implicarse en una propuesta constructiva para resolver los problemas que tiene España. Una propuesta transformadora que incluya los diferentes actores políticos. Porque otro balance que tenemos que hacer es que durante este tiempo, ni el gobierno catalán ni el español, ni los partidos, ni los parlamentos, ni la sociedad civil, han sido capaces de movilizarse para construir nada que ilusione a la mayor parte de la población. Creo que, ante estas circunstancias, nos toca a los que no nos hemos dejado llevar durante este tiempo por la política del agravio, construir alternativas. Quizás esto deba construirse en el Parlamento catalán con aquellos que lo quieran, al margen de su adscripción política. Quizás esto sólo sea posible cuando algunos reconozcan sus errores, y dejen de proponer “frentes unitarios”, cuando reconozcan que el unilateralismo, el enfrentamiento y los pulsos políticos lo único que generan es crispación y pérdida de reconocimiento de valores positivos.

Necesitamos que algunos se reconozcan en la sensación de batalla perdida, para sentarnos a negociar un armisticio que sea más que una claudicación. Un armisticio de reconocimiento de derrota y construcción de alternativas. Necesitamos las alas de Ícaro para resurgir de nuestras propias cenizas, en vez de seguir escaldándonos entre ellas. Se necesitan valientes para romper los frentes. Y aunque aún haya quien no los vea, ahí están sobre la mesa, el federalismo y las terceras vías para construir futuro. Nuestras alas de Ícaro para salir del camino sin salida al que nos ha conducido el nacionalismo decimonónico excluyente, no pueden ser otras que el ánimo constructivo desde el reconocimiento mutuo y el respeto a las reglas del juego.