Vaya por delante que, como las consecuencias y el rastro que van a dejar Pegasus y el Catalangate van para largo, tendremos tiempo de valorar los múltiples residuos y despropósitos que van a ocasionar.

Hoy le toca a Vox.

Acabo de coger un taxi conducido por un profesional del gremio la mar de amable y diligente. Tenía puesta una emisora de radio catalana de prestigio en la que se tertuliaba de manera apasionada. Hemos entablado una agradable conversación y el caballero, que es un poco más joven que yo (ahora ya hay demasiada gente más joven que yo), de manera educada, no ha podido contenerse en participarme sus inquietudes ante el panorama político y social que estamos viviendo dejándome claro, a lo largo de su exposición, su enorme cabreo.

Me ha comentado que él, que había votado a partidos variopintos (ERC, comuns, JxCat, PSC) estaba agotado y que ya no se creía a ninguno de ellos y que se sentía engañado por todos. Por absolutamente todos. Que no había ningún partido que hablase o quisiese solucionar los verdaderos problemas de la gente. Y que tenía muy claro que, en la próxima tesitura que fuera a votar, votaría a Vox. Él, que vive, según me ha contado, en una ciudad del extrarradio de la capital, solo encuentra en los líderes de este partido de extrema derecha a aquellos que le interpelan directamente hablando de sus preocupaciones y problemas reales: inmigración, sueldos, impuestos, etc.

Ha acabado la carrera y, ya fuera del taxi, me he percatado de que más allá de los cordones sanitarios, que están muy bien para frenar a Vox, hoy toca hablar de la importancia del matiz que esto implica. Los debates intelectuales con voluntad de polémica y de enriquecer lo que trasciende no pueden hacerse solo desde la perspectiva de plantear obviedades en las que seguramente estaremos muchísimos de acuerdo. Habría que empezar a hablar poniendo el foco en el matiz.

Vamos a dejarlo claro: si en algún momento de este artículo piensan ustedes que yo defiendo a Vox, vuelvan a este párrafo donde digo públicamente que no he votado, ni votaré nunca a un partido como Vox y que estoy en las antípodas conceptuales e ideológicas de sus consignas y de su defensa del populismo y de la derecha más anacrónica y ancestral. Incluso diría más: si democráticamente pudiera hacer que partidos como éste no existieran, lo haría y defendería que así se hiciera.

Dicho esto, retomemos los matices: ¿es democrático el diputado que ha salido elegido con los votos de la ciudadanía que ha votado a Vox? Sí. ¿Es democrático que a este voto y a estos ciudadanos que, por supuesto, piensan absolutamente distinto que yo, se les boicotee porque han votado a este partido? Aquí está el matiz.

Si las directrices que Vox tiene en su programa pasan el filtro de la legalidad pero, ejecutando este programa, este mismo partido racista, extremista radical, insolidario y de una extrema derecha insultante cruza alguna línea roja, hay tribunales, los nuestros, que lo van a corregir. Recuerden qué les pasó a los líderes independentistas del procés que, planteando legítimamente en su programa la voluntad de Independencia de Cataluña, acabaron juzgados y con una condena a mi parecer injusta porque esa independencia anhelada por algunos no estaba en el marco de la legalidad de esta España democrática.

Y dicho lo anterior y para darnos un baño de realidad, tengamos todos claro que los ciudadanos que votan democráticamente a esta extrema derecha, nos guste o no, saben perfectamente lo que votan. ¿O acaso somos tan petulantes que damos por supuesto que solo sabemos lo que votamos los ciudadanos que no votamos ni votaremos nunca a Vox?