500 años después de su fundación por Diego Velázquez, La Habana es ahora un reflejo fiel del rotundo fracaso político, económico y social del castrismo. A diferencia de otras ciudades cubanas mucho menos deterioradas --Santiago tal vez es el mejor ejemplo de ello--, es en La Habana donde se concentra gran parte de un proceso de degradación que parece casi irreversible. El contraste entre los distintos municipios o distritos que conforman la capital de Cuba es el testimonio escandaloso de unas diferencias socioeconómicas y urbanísticas que constatan hasta qué punto llega casi todo lo que el país ha vivido desde el 1 de enero de 1959, cuando los barbudos guerrilleros comandados por Fidel Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos, entre otros, hicieron su entrada triunfal en La Habana tras haber derrocado al dictador Fulgencio Batista.

La capital de Cuba sigue siendo, a pesar de todos los pesares, una ciudad con un gran encanto, pero basta pasear por La Habana Vieja, Centro Habana o el Malecón para ver la existencia de edificios monumentales convertidos poco menos que en escombros, y a pesar de ello habitados por familias, en muchos casos en condiciones insalubres y de verdadera miseria. Aunque la Oficina del Historiador Oficial de La Habana ha hecho y sigue haciendo todo cuanto puede para recuperar y rehabilitar muchos de estos inmuebles con el patrocinio y la ayuda de instituciones internacionales y otros países, la ruina de estos y otros barrios habaneros es evidente. Esta ruina resulta todavía más escandalosa cuando se compara con las grandes y lujosas mansiones de Miramar, Vedado o Nuevo Vedado, ocupadas casi todas ellas por algunas de las más importantes familias, así como por embajadas, oficinas consulares, oficinas y residencias de grandes compañías extranjeras y, desde hace algún tiempo, por algunos de los miembros de la nueva clase media-alta cubana formada por los empresarios privados, llamados “cuentapropistas”.

El Historiador Oficial de La Habana, Eusebio Leal Spengler, católico y notable dirigente castrista, protegido siempre por Fidel Castro y también por Raúl, su sucesor y hermano, se enfrenta ahora a una pugna con los militares, que querrían arrebatarle el control de una de las escasas fuentes propias de ingresos, la del negocio hotelero en algunos de los monumentos restaurados en La Habana Vieja. Este es también otro ejemplo del gran fracaso de las seis décadas del régimen castrista, que si ha tenido algunos aciertos indiscutibles en sectores como la sanidad y la educación públicas --ahora también en claro retroceso--, ha conducido a Cuba a un colapso económico absoluto, además de seguir manteniendo una dictadura sin posibilidad alguna de justificación. La clase dirigente castrista, formada en sus orígenes por los propios guerrilleros y ampliada desde entonces, no solo ha gobernado y gestionado el país a su antojo, sino que se ha enriquecido hasta límites inconcebibles. Su control total de la economía cubana se ha saldado con un fracaso inapelable, que no tiene ni puede tener como excusa o justificación el absurdo e injusto bloqueo de los Estados Unidos, recrudecido desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

El turismo se ha convertido en la casi única fuente de ingresos de la economía cubana. Baste decir que el país importa ahora incluso azúcar, que son nulas sus exportaciones, que apenas tiene producción industrial y que la cada vez más notoria carestía de combustible --la Venezuela bolivariana de Maduro ya no puede facilitarla de manera casi gratuita-- dificulta todavía más las cosas, incluso en el sector turístico.

España tiene un papel muy importante en el sector turístico cubano. Más del 70% de las habitaciones de hoteles de cuatro y cinco estrellas del país son de establecimientos gestionados por Meliá o Iberostar, aunque también estos hoteles cuentan con mayoría de capital del Estado. A pesar de esta mayoritaria participación pública --que entre otras cosas impide a las empresas encargadas de su gestión pagar sueldos competitivos a sus empleados--, son enormes las diferencias que uno advierte en el funcionamiento de estos establecimientos y el de los hoteles íntegramente gestionados por el Estado. Buen ejemplo de ello es el histórico y monumental Hotel Nacional de La Habana, erigido en 1909 sobre el mismo Malecón y convertido por Fidel Castro en un establecimiento poco menos que emblemático de su régimen, su gestión por parte de la empresa gubernamental Gran Caribe ha hecho que en él todo funcione como en cualquier ministerio, con empleados que trabajan como funcionarios y con deficiencias que no serían toleradas en una empresa competitiva. A pesar de ello, por su situación privilegiada, por la monumentalidad de su edificación y por la belleza de sus instalaciones, el Hotel Nacional sigue siendo uno de los hoteles más recomendables en La Habana.

La crisis económica cubana afecta ahora también al sector turístico. En parte a causa de las restricciones impuestas recientemente por la administración de Trump, que ha terminado de forma drástica, por ejemplo, con la llegada de cruceros al puerto de La Habana y a los de otras ciudades de la isla. También se ha reducido la llegada de turistas europeos, pero en Cuba se siguen construyendo grandes hoteles, casi todos ellos con participación de empresas extranjeras. La amenaza de Trump se cierne sobre todos los hoteles cubanos, los más antiguos porque fueron confiscados a sus antiguos propietarios, y los de construcción más reciente porque casi todos ellos han sido edificados en terrenos asimismo expropiados por el castrismo. España tiene un importante papel a jugar en esta disputa, en defensa de los intereses contrapuestos de unas empresas privadas que han invertido y siguen invirtiendo mucho dinero en Cuba y unos antiguos propietarios que en no pocos casos son asimismo españoles o de origen español.

Toda Cuba se enfrenta en la actualidad, incluso más allá de la gravedad de su crisis económica, a un doble conflicto interno: un conflicto generacional y un conflicto social. El conflicto generacional, que advertí ya en 1989 en mi primera visita a Cuba, se ha agudizado mucho más durante estos últimos 30 años. Ahora ya no se trata de un conflicto entre los que nacieron antes del triunfo de la Revolución, que entonces solían destacar los innegables logros sociales que les había aportado el castrismo en algunos campos, y los que nacieron después, ya bajo la dictadura comunista y que en su gran mayoría cuestionaban y ansiaban vivir en libertad. Este conflicto generacional es ahora mucho más extenso, entre otras razones porque ahora son una inmensa mayoría los cubanos nacidos ya bajo la dictadura, y por tanto le será muy difícil resolverlo al actual presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, que a pesar de haber nacido en 1960 --esto es, ya con el castrismo en el poder-- ha sido y sigue siendo un fiel ejecutor de las políticas de la dictadura, que por otra parte sigue siendo controlada por Raúl Castro como máximo dirigente del Partido Comunista. A este conflicto generacional se le añade el conflicto social causado por la potente irrupción en la sociedad cubana de una emergente nueva clase media o media-alta, la de los “cuentapropistas”, que hacen mucho más evidentes las escandalosas diferencias socioeconómicas existentes entre los ciudadanos de un país que se sigue proclamando comunista e igualitario.

Cuba lleva más de 60 años viviendo en una mentira permanente. Lo hizo durante 30 largos años con la poderosa ayuda de la Unión Soviética y los países del bloque soviético. Pudo mantenerse así incluso en contra del bloqueo de los Estados Unidos, injusto, injustificado y, además, utilizado como excusa de sus errores por el mismo castrismo. El fracaso es rotundo e inequívoco, sin paliativos posibles. Hay mucho trabajo por hacer para recomponer un país roto, destrozado económica y socialmente, culturalmente empobrecido y que ansía recuperar la libertad perdida. En esta labor, España tiene un importante papel a desempeñar, entre otras razones por sus históricas relaciones con Cuba y porque puede y debe ejercer un doble papel de mediación, en primer lugar entre los propios ciudadanos cubanos del interior y del exilio, pero también como miembro de la Unión Europea.

La transición en Cuba no será nada fácil. Será una transición no solo de una dictadura a una democracia, a un verdadero Estado social y democrático de derecho; deberá ser también una difícil transición económica, social, cultural y generacional.