La escritora Isabel-Clara Simó ha sido la ganadora del 49º Premi d'Honor de les Lletres Catalanes. No estoy en condiciones de valorar la calidad literaria de esta alicantina de morro duro afincada desde hace muchos en L'Ametlla del Vallès porque no he leído ninguno de sus libros, pero me da grima ya que he leído una docena de columnas de opinión cuando el virus separata no se había extendido, como la peste negra, en este triangulo irregular de país en donde se baila la sardana. Hace veinticinco años era una precursora de la varicela que deja rastros de metralla en nuestra fachada. Los seguidores de Joan Fuster son de esa mena.

Basta ver los premios que ha obtenido para darse cuenta de su melodía prosística: Premio de la Crítica Serra d'Or y el Premi Sant Jordi que concede la Generalitat, que se vienen a sumar a este Premi d'Honor para saber de qué pie calza. Los premios que da Òmnium Cultural tienen que pasar por el filtro político como quedó demostrado cuando se le negó a Josep Pla, el mejor prosista catalán del siglo XX gracias a su genial Quadern Gris. No se ha escrito nada igual después de Tirant lo Blanch de Joanot Martorell, dos años antes del descubrimiento de América. O sea, en casi quinientos años... Pero, claro, el pagés de l'Ampordà no era catalanista y, por lo tanto, no merecía el Premi que debe merecer la Simó porque es una cuentista del procés.

No soy de esta acera sino de la que está enfrente, como la del escritor barcelonés Félix de Azúa, al que le gusta tocar los cataplines a los revolucionarios de la sonrisa, y también a los comunes de Ada Colau, de quien dejó esta incorrección política: que más que la alcaldesa de Barcelona parecía una pescadera de La Boquería. Al académico Azúa se le fue la pluma. La Ada sin h lo tachó de infesto machista, que como bien se sabe es algo tan perverso como llamarle fascista.

Josep Pla no era catalanista y, por lo tanto, no merecía el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes que debe merecer Isabel-Clara Simó porque es una cuentista del procés

Don Félix me gusta no por lo que le dijo a la santa oficial de los manteros, sino porque he leído muchas de sus columnas irónicas, un rasgo de la inteligencia.

El académico es un descreído de la política. Uno de los millones que en octubre de 1982 votó a Felipe González. Tiene motivos para ser descreído.

No soy feminista. Abjuro de esa tontería zapateril de la paridad en las listas: blanco y negro, par e impar (como si estuviéramos en un casino), hombre y mujer... Preferirá el Congreso chino, si no fuera porque todos tienen que ser miembros del PC. Pero en China se mantiene el principio de Confucio de hace 2.500 años: el emperador, o presidente, debe gobernar asesorado por los mejores. Para ser miembro del máximo órgano legislativo de Pekín, además de ser miembro del partido, has tenido que ser el número uno de tu promoción universitaria, por eso en veinticinco años China se habrá comido al mundo. Meritocracia en estado puro.

Decía que no soy feminista, pero me gusta que las mujeres ganen premios literarios, exceptuando la Simó, que tiene un carácter altanero y también verdulero. No hablo de oídas: he compartido mantel en un restaurante de su vila vallesana de adopción.

Sí, me gusta que ganen premios porque la historia ha castigado a las escritoras al ostracismo. Daré tres ejemplos de españolas del siglo XIX. La gallega Concepción Arenal escribía los editoriales del diario progresista de Madrid Ibérico hasta que el Gobierno exigió a los diarios que todos sus escritos estuvieran firmados. Y que firmara una mujer estaba mal visto.

Lo mismo le pasó a la andaluza Cecilia Bóhl de Faber y Larrea, que para escribir tenía que firmar sus libros y artículos como Fernán Caballero. En Andalucía, pero también en Cataluña, para que lo sepan los adanes y evas separatas. Aquí la gerundense Caterina Albert tenía que firmar como Víctor Català para que el lector se la tomara en serio.

La gran Rosalía de Castro dejó escrito que los hombres miran a las literatas peor que mirarían al diablo. Pero esto no sólo pasaba en España, sino en todo el mundo civilizado, por ejemplo...

Posdata: perdón, me he quedado sin espacio. El próximo miércoles acabaré con la tetralogía que empecé por culpa de una mención a la escritora barcelonesa Laura Freixas. Cuando acabe con ella --no se apuren, literariamente--, volveré a la carga política porque, como a Félix de Azúa, me gusta tocar lo que no suena. Espero que sin soltar ninguna pata de gallo como el de la alcaldesa de Barcelona y que alguien me acuse de misoginia...