El centroderecha catalán in pectore es el refugio de aquellos electores de la Convergència i Unió liderada por Jordi Pujol que tanto hizo, a su manera, por señalar a los buenos y los malos catalanes. Aquel primer intento hoy parece un juego de niños, pero es un recuerdo histórico. De momento, este centroderecha es solo un descampado electoral en el que cinco grupos formados básicamente por huidos de la trituradora de Junts dirigida por Carles Puigdemont se reúnen para ver cómo recuperar su lugar al sol. PDECat, Convergents, Lliures, Lliga Democràtica y PNC viven a la intemperie; Units per Avançar se encomendó de inmediato a la hospitalidad del PSC, que le insufló una mínima representación institucional.

Cataluña ya tiene un centroderecha, una derecha y una extrema derecha inequívocamente españolista. Aun así, es posible que exista un hueco entre este bloque y la amalgama de Junts, que después de algunas refundaciones está todavía por identificar ideológicamente, más allá de saberse que su prioridad es la de torpedear el Estado español y a ERC. Las dimensiones de este espacio están por verificar, pero no se intuye que vayan a ser suficientes para dinamitar los bloques dominantes en la política catalana. Es pues un proyecto de cierta modestia, siempre a la expectativa de las convulsiones internas de Junts, una característica fundacional difícil de erradicar dados los protagonistas de las mismas.

El proyecto es un Guadiana de la política catalana que revive en la perspectiva de cada convocatoria electoral. Ahora se acercan las elecciones municipales. No les será fácil ponerse de acuerdo. El PDECat mantiene una presencia en un centenar largo de ayuntamientos, lo que le sitúa algunas cabezas por delante del resto de interlocutores, lo suficiente para intentar mantenerse con nombre propio ante la oferta de reagrupación. Y realmente parece una utopía que Lliures, Lliga y PNC estén dispuestos a reaparecer como simples socios minoritarios del partido del que muchos salieron corriendo ante su tardanza en renunciar a la conversión independentista impulsada por Artur Mas.

Este reagrupamiento del centroderecha no independentista, pero en parte soberanista y en todo caso catalanista estatutario deberá conjugar un discurso siempre susceptible de confrontarse con la hemeroteca. Un mínimo lastre, dada la tendencia natural del elector a olvidarse del pasado para poder mantener la fe en el futuro. Porque, en realidad, la gran oferta del reagrupamiento en fase de construcción es ofrecer la posibilidad de sobrevivir en la tierra quemada que dejarán sus antiguos compañeros para cuando ERC decida abandonarlos a su suerte.

Este volver a pantallas pasadas para no perder la conexión con la realidad tiene un sentido incluso visto desde fuera; en todo caso es una demostración de pragmatismo que tal vez también contenga un cierto ánimo de revancha por el desprecio y la marginación a la que fueron sometidos por los visionarios con los que compartían siglas no hace tanto. La clave está en saber si los hipotéticos electores que estarán dispuestos a olvidar palabras pasadas les conceden credibilidad para darles el voto.

Una alineación compuesta por Àngels Chacón, Marta Pascal, Santi Vila, Carles Campuzano, Antoni Fernández Teixidó, Germà Gordó, Roger Montañola y Ramon Espadaler recuerda inevitablemente a CiU, la madre de la tempestad. La suma del veterano socialista Albert Batlle y al reciente sociedadcivilista Josep Ramon Bosch aporta el punto de contradicción propio de todo partido. La prudencia quizás aconsejaría que además de negociar el reagrupamiento de organizaciones procedieran también a la renovación de dirigentes, porque el efecto llamada sobre el tradicional electorado de CiU puede resultar insuficiente, abocando el proyecto a la esfera de la entelequia. Los resultados electorales obtenidos por Junts advierten de que una parte mayoritaria de los viejos votantes de CiU han abrazado el sueño desestabilizador de Puigdemont.