Pensamiento

Griffith habría suspendido 'Ocho apellidos catalanes'

21 abril, 2016 00:00

El director de cine Renoir jr. decía que hacer cine era como ir a pescar, en el sentido de que cada película producida es tirar un anzuelo en el que el director-pescador nunca sabe (eso no lo dijo Renoir) si va a pescar un pez o una pulmonía. Emilio Martínez Lázaro con 'Ocho apellidos vascos' pescó, no con anzuelo sino con arpón, a Moby Dick, la ballena blanca soñada, y fue sobre seguro con la secuela catalana.

Me pregunto por la clave del secreto de haber vendido la piel de la ballena blanca de Herman Melville al precio de diamante sudafricano después de haber pasado por los talleres de orfebrería judíos de Amberes

No entiendo el éxito comercial de la primera y sí de la segunda, pero no por la calidad de ninguna, ni la dirección, el guión o la interpretación, sino porque quien vio la primera quiso repetir por la simple inercia de la mercadotecnia.

Pero lo que me pregunto, e intuyo que el mismísimo Lázaro también, es la clave del secreto de haber vendido la piel de la ballena blanca de Herman Melville al precio de diamante sudafricano después de haber pasado por los talleres de orfebrería judíos de Amberes.

Tal vez no haya sido acertada la metáfora con la trágica novela de aventuras del estadounidense, no sólo porque en la clásica obra mueren los protagonistas (marino y ballena), sino porque el éxito del director (Lázaro) no lo conoció el escritor (Melville) ya que su novela no fue entendida por su generación, fue reinterpretada por la siguiente.

Dándole vueltas al enigma, el éxito comercial debe estar en haberse acercado al conflicto vasco con desacomplejado cinismo y chanza. Ahora se puede porque las campanadas no tocan a muerte, y la secuela catalana por la sobredosis informativa de los últimos años de la radicalidad, eso sí pacífica, relevada por el nuevo 'genio' de l’Empordà, elegido por el dedo del ex que, no lo duden, volverá a ser el barítono principal cuando estime que haya llegado el día.

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Dicho esto, debo confesar que me reí. Más de la segunda que de la vasca, por aquello de la cercanía ambiental (soy catalán).

Ambas películas son una caricatura de la realidad. Las reglas del humor clásico son así (Perich, Forges, Mingote, Máximo y Mihura; los cinco magníficos). La caricatura es un ejercicio deformante de dibujo para acentuar la crítica. Un espejo cóncavo. Es un fondo de verdad salpimentado con especias para resaltar el sabor del plato.

Desde el punto de vista del lenguaje cinematográfico, estoy seguro de que cien años después del estreno de 'Intolerancia' (1916) o 'El nacimiento de una nación' (1915), el maestro David Griffith le concedería un 1, pero no me reí por eso, sino porque estoy seguro de que los separatas salieron del cine cabreados por la sátira más que burla que Lázaro había hecho de su sueño.

La lectura política es el del gran engaño en el que vive Koldo (el mejor actor) y la Sardà (la mejor actriz).

Estoy seguro de que los separatas salieron del cine cabreados por la sátira más que burla que Lázaro había hecho de su sueño

Me desternillé al ver como el histriónico Koldo, el padre de la novia, no quería ensuciar la suela de sus zapatos pisando la baldosa de la estación Puerta de Atocha (la guipuzcoana Atocha) de Madrid por cabezonería abertzale. No pude evitar recordar un comentario de un amigo indepe diciéndome que él sólo pisaba Madrid por negocios, nunca por ocio. Una amiga al oír esa majadería no se pudo reprimir este recado: "Parece mentira que una persona tan inteligente como tú pueda decir esta tontería". Le dejó sin respuesta...

La mentira, del por otro lado entrañable Koldo, es que, para evitar que su nieto tenga la 'desgracia' de nacer en la provincia de Burgos, traslada a lo vasco, como si el poste fuera un tronco, la frontera de Euskadi cincuenta metros al sur; y que cuando la madre del novio Berto Romero (Rosa María Sardà), una ricachona con masía señorial y con un complejo de superioridad de clase, arquetipo del 'buen' nacionalista, descubre el engaño (Cataluña no es una República independiente), acaba diciendo como en la mítica 'Casablanca' de Humphrey Bogart y Ingrid Bergman: "Siempre nos quedará París...", en la película, "Andorra". 'El país de los Pirineos' no sólo es el primer puerto de los evasores fiscales y patria de los Pujol, sino una auténtica República independiente.

Por eso el 'The end' me pilló con una sonrisa. No por haber disfrutado de una película a la que Griffith, el inventor del lenguaje del cine, habría suspendido, sino porque he podido comprobar el mosqueo de los separatas, y acaso algún indepe de última generación (los de piedra picada son inalterables al cambio), al ver reflejada la vacuidad de ensoñación quizás le ayude a disolver los grumos de esas adherencias mentales que bloquean la circulación libre del Rh de los vascos y/o catalanes que viven en esos ambientes cerrados en los que el ombligo es el centro del mundo.

Por eso me reí. Sólo por eso.