Tengo la costumbre, cuando escribo un artículo, de no empezar por el título. Pero en este caso sí. Normalmente, el título me lo dicta la frase final: el alfa y el omega del abecedario griego. Es una técnica de estilo que me ha acompañado siempre. Muchos compañeros que he tenido no comienzan un escrito sin la cabecera pero, como dice el refrán, cada maestrillo tiene su librillo. Y yo no soy ningún maestro pero tengo el oficio de cuarenta años de ejercicio de la profesión, ya peino canas. Esta experiencia me dice que este artículo no gustará a los talibanes de lengua y la llengua, que son primos hermanos. Las dos lenguas son hermanas.

Soy catalán de nacimiento y me siento español y catalán, ambas cosas son inseparables para mí, como el lema de los reyes católicos: tanto monta monta tanto, Isabel como Fernando (a mí me gusta más la castellana que el aragonés).

Estoy hablando sobre la sentencia del Tribunal Supremo que dicta que en las escuelas catalanas se imparta el 75% en catalán y el 25% en castellano. Y del caso concreto de la escuela de Canet de Mar.

En 1990 el Gobierno de Jordi Pujol aprobó la inmersión lingüística en todas las escuelas. Yo defendía la enseñanza en lengua materna, como en 1975 proponía la catalana Marta Mata, del PSC; como se había hecho en la II República. Pero me equivoqué, porque ese dilema haría que los castellanoparlantes no hablaran el catalán. Ahora todos los catalanes hablan las dos lenguas. Y los lingüistas dicen que ser bilingües facilita hablar una tercera lengua.

Recuerdo cuando ingresé en la Universidad Autónoma de Bellaterra (UAB), en 1975, esta discusión: éramos un 70% de catalanes y los profesores decidieron impartir las clases en castellano. Desde entonces y hasta ahora existe libertad de cátedra. Cada profesor elige su lengua.

En Cataluña la gente habla con normalidad los dos idiomas. A nadie se le habla en catalán si una persona habla en castellano. Es lo normal que pasa.