Portugal se añade a Suecia, Finlandia, Alemania, Noruega, Dinamarca y España. Sube la espuma socialdemócrata entregada al futuro de la UE. Lejos empiezan a quedar los nacionalismos del Este, Hungría y Polonia, que colonizaron Madrid el pasado fin de semana; y que desubicados quedan los nacionalismos antiatlantistas, como el catalán, que viven en el delirio del pasado. También se van desgajando los extremismos izquierdosos modelo cotorra, como el de Podemos, que pierde el peso ganado por la vicepresidenta independiente, Yolanda Díaz.

A 24 horas de que se vote la reforma laboral, ERC y PNV mantienen el tipo. Con su no, tratan de medir sus fuerzas, ancladas ya en el conservadurismo de sus bases. La capillita de vasco-catalanes dice no al pacto entre patronal y sindicatos. Son un freno ante el júbilo del nuevo votante, donde nace el sentimiento de que el poder no es el único objetivo. El ciudadano de a pie es un navegante solitario en la posmodernidad abismal de la política. En un país de bandos enfrentados, la ideología se ha convertido en una relación mercantil en la que los sondeos descuentan el rendimiento en votos.

Las divisiones de la izquierda tienen los días contados. ¿Cuándo se pasarán al PSOE Yolanda Díaz y el ministro Joan Subirats? ¿Hay que esperar al desenlace de una nueva crisis, como la de Putin, para que la extrema izquierda renuncie a su nostálgica ucronía y se una al centro izquierda? El atlantismo, mirada occidental, es el único camino. El exministro Jordi Solé Tura, uno de los siete padres de la Constitución, defendió el derecho de autodeterminación en los términos de la ONU, es decir, para situaciones coloniales. Añadió que este supuesto derecho nunca debe entenderse al margen del contexto político de un país regido por la Constitución de 1978. Y alertó a “la izquierda" de que "no puede ser ambigua en este asunto so pena de dejar de ser izquierda”. Dejó marcada una de las sendas del constitucionalismo; no la única y que conste que todas son válidas.

Cuando así habló Zaratustra ya habían transcurrido años del concierto de José Alfonso en Santiago de Compostela, donde ahora se encuentra el Auditorio de Galicia. Aquel día, el Grândola, Vila Morena! fue la última canción del recital, coreada por todos los asistentes, antes de que se cantara en Portugal. La Galicia Xacobea tiene golpes escondidos, como la solidaridad, las brujas y las empanadillas de lamprea, que tanto le gustaban al gran escritor Álvaro Cunqueiro.

En el 2017, Barcelona vivió capítulos de violencia en la calle, algo que ha dejado de ser un problema moral para convertirse en un escenario espectral. La calle incendiada es el altar en el que los poetas pierden el alma, antes de quedar petrificados. El malditismo de Baudelaire y Mallarmé no nos hace ninguna falta. Estamos curados de espanto, sobre todo después de ver que las extremas derechas e izquierdas se camuflan fácilmente entre los chalecos amarillos.

El socialismo portugués mayoritario de António Costa, salido de las urnas el pasado fin de semana, no es un extremismo; es más bien una protección ante la pérdida de derechos alarmante. Em cada esquina um amigo / Em cada rosto igualdade / Grândola, Vila Morena… dice la canción que simbolizó la salida del dictador Salazar en un relevo pacífico de claveles y promesas democráticas cumplidas. El domingo volvió a la bella Lisboa el eco de terra da fraternidade; y es que sí, en la Portugal de Pessoa, la Baixa, Alfama y el fado, la felicidad es un llanto.