Ricardo III suplicó por un caballo para salvar la vida. El monarca cayó de su montura en plena escaramuza y la bestia salió corriendo del campo de batalla dejando al jinete a merced de sus enemigos que lo golpearon hasta matarlo. Pedro Sánchez se mueve en coche blindado, para evitar que sus adversarios le machaquen la carrera política necesita urgentemente un relato para convencer a ERC de que sus intenciones son buenas pero su margen de maniobra escaso. El relato salvador para el PSOE debe servir también a los republicanos para explicar que dichas limitaciones del margen de maniobra constituyen de todas maneras una base sólida para el comienzo de un futuro esplendoroso, en el que la República catalana queda lejos pero la libertad de su presidente más cerca.

Aquí no hay ningún Shakespeare para escribir este relato ni imaginar un caballo de ficción que pueda sacar a los dos jinetes de un campo de batalla en el que las palabras serán examinadas con la lupa de la desconfianza por los negociadores y por los adversarios. La fórmula habitual para salir del trance según el libro de estilo de la política actual es la búsqueda de los sucedáneos apropiados para no utilizar conceptos claros que pudieran asustar de primeras a las respectivas clientelas y que convenientemente estrujados puedan adquirir connotaciones mágicas. Inolvidable en este sentido “el marco de seguridad jurídica” imaginado en Pedralbes para engullir cualquier interpretación favorable, alcanzando incluso horizontes autodeterministas que de haberse definido con un sencillo “marco constitucional” quedarían muy difuminados.

Hay más Maquiavelo que Shakespeare en la mesa de redacción de acuerdos políticos que se sostienen por la urgencia de cambiar el rumbo de colisión. Y como nadie quiere estamparse contra la realidad, la audacia de aprobar textos sujetos a la buena voluntad siempre obtiene el aplauso de la mayoría, salvo de quienes creen que al otro lado del espejo está el país de la maravillas o de quienes no saben ver siquiera el espejo que refleja dicha realidad.

En esta ocasión, el documento debe combinar la amplia licencia literaria de la comunicación política con el espesor de las sentencias judiciales, un prosa confusa pero de aplicación estricta por parte de quien dispone de la maza de la justicia, que no es el caso de ninguno de los sentados en la mesa de negociación ni tampoco de los que se llaman por teléfono para desbrozar las frases más comprometidas del acuerdo.

En esto llegó el TJUE para dejar en nada todos los trámites administrativos superpuestos al voto de los ciudadanos para que los diputados electos adquieran la inmunidad del cargo. Ahora, el pacto de las palabras mágicas debe hacer frente a una decisión imperiosa: Oriol Junqueras, eurodiputado como poco desde el mes de junio hasta el día de una sentencia que, en su caso, no debió dictarse, quiere salir de la cárcel. Los negociadores de ERC no pueden exigir menos y probablemente el Gobierno, a través de la Abogacía del Estado, no puede apostar por tanto aunque solo sea para presionar a Marchena.

Alcanzar el punto medio de una libertad transitoria para cumplir todos los trámites pendientes por parte de Junqueras (ejercicio de la inmunidad como diputado) y del Tribunal Supremo (suspensión de dicha inmunidad para cumplir la condena) podría resultar muy costosa para el Gobierno provisional y algo decepcionante para ERC y el propio Junqueras que estarán empapados de las imágenes de euforia de Puigdemont y Comín en Bruselas.

Las seguridades jurídicas de Pedralbes se han materializado de repente, complicando enormemente la identificación del caballo-relato capaz de sacar a Pedro Sánchez y a Pere Aragonés del campo de batalla en el que se está dirimiendo un gobierno de verdad y un nuevo camino para dilucidar el futuro del conflicto catalán sin pasar inevitablemente por la estación de la república. La espera es emocionante.