Era ahora o nunca. Lo sabía Miguel Ángel Rodríguez, periodista y exasesor de José María Aznar, mientras preparaba las armas de su jefa, Isabel Díaz Ayuso, a quien Génova venía ninguneando desde que ganó en Madrid con 1,6 millones de votos. El sumo secretario del PP, Teodoro García Egea, ingeniero de telecomunicaciones, no los vio venir. Se creyó que quien manda, manda, y tiene derecho a todo, incluso a espiar y doblegar a la triunfadora. Pablo Casado, demostrando su falta de liderazgo, le dejó hacer. Teodoro sabrá mucho de telecomunicaciones, pero a comunicar le gana Rodríguez. Esta guerra se parece a la de Gila, pero puede acabar en una estrepitosa derrota del PP, en un nuevo paso atrás del bipartidismo y en más votos para Vox.

El asesor de la presidenta de Madrid --odiado por la izquierda-- le propuso a su jefa activar una de las principales reglas de la comunicación: ser el primero en desvelar la noticia por mala que sea. Sentarse a esperar a que las bombas de la artillería amiga o enemiga --incluidos los medios de cada una-- hagan el trabajo, te deja a su merced. Llevaban meses en Génova negándose a organizar un congreso en la capital, esperando la rendición de Isabel. No se atreverán, pensaban, mientras jugaban a los espías sin encontrar pruebas sobre las ventas del hermanito. También eso se lo han dejado a otros, a la fiscalía y a las denuncias de la izquierda.

Se atrevieron. Dejaron pasar la Navidad, esperaron a ver los resultados de las autonómicas en Castilla y León y, viendo que el adelanto electoral sólo había servido para encumbrar a Vox, se pusieron manos a la obra. Era el momento de reventar la información, de romper con Casado públicamente. Para eso hay que tener una líder dispuesta a combatir. Y ahí estaba Isabel Ayuso, capaz de resistir a la “sala de guerra” de Génova y a los que proponen enterrarla en vida, antes de haber sido imputada.

No es una gran disculpa para Teodoro, pero lo cierto es que no tiene líder. Confiaba que los blasones de la secretaría y de la presidencia del partido serían suficientes para bajarle los humos a la señora presidenta. Su monólogo televisivo, lleno de honra y ejemplaridad, se parecía, en lo absurdo, a los del gran cómico:

--Oye, que me has dado.

--Pues no seas el enemigo.

Además de dar una imagen rancia, se incumplió la segunda regla de la comunicación: un líder debe afrontar la batalla. Casado puso a su segundo al frente de las cámaras y aquello se les fue de las manos. Mantenerse fuera de los focos es esencial para administrar la comunicación de un partido o de una empresa. El penúltimo en cometer el mismo error fue Iván Redondo, exconsejero de comunicación de Moncloa y antes del PP. Quiso dictar el paso, proclamarse ministro socialista, y el comandante Sánchez le mandó a la calle, a escribir en los periódicos.

Después de la primera bomba, el ejecutivo de Génova no tenía preparados los siguientes pasos. Cuando Casado, tras las negativas de Ayuso a todas sus propuestas, anunció que cerraba el expediente abierto a la presidenta de Madrid, el cuento empezó a desinflarse. No hay que exagerar, puede que la pareja Casado-Ejea se recoloque en algún chiringuito del partido, en alguna lista menor. Su futuro dependerá de las ganas que tenga la derecha de hacer más o menos sangre.

Para el PP de hoy cada día es ahora o nunca. Un adelanto electoral sería un obús en su primera línea del frente. El Congreso Nacional es la única respuesta al desvarío. Allí se verá el alcance y la ambición de los nuevos liderazgos. Ayuso puede esperar, presidiendo su Comunidad y el partido en Madrid. Tiene algún tiempo y muchos votos. El gallego Alberto Núñez Feijóo --más claro que nunca desde las primeras escaramuzas-- parece dispuesto a liderar a los barones, a ser su líder en las Generales. La derecha, con nuevas caras, tiene alguna posibilidad de enfrentarse a Pedro Sánchez o, al menos, de impedir que Vox acabe desangrando al PP.

Los soldados peperos están hartos de sus generales. Unos se han ido con Santiago Abascal, otros se han quedado en casa a esperar que los mandos se dignen a aparecer por las trincheras. Como decía Gila, “las guerras tienen cosas buenas y cosas malas”. Al partido conservador, el parte bélico dictado por Miguel Ángel Rodríguez le puede venir bien. Con Egea y Casado apoltronados en Génova, lo más previsible sería perder los futuros combates. Desde Moncloa miran hacia las trincheras del PP y sonríen, como si les telefoneara Gila. “¿Es la guerra?”.