Los dirigentes institucionales y civiles del secesionismo se pavonean de que no renuncian a la autodeterminación, a la construcción de la república, al mandato del 1-O (y a su repetición), a la vía unilateral, a la independencia... y, por supuesto, a la desobediencia y a la deslealtad permanentes. Todo ello acompañado de la obsesiva denigración de España y de plantes y desplantes, lazos amarillos portados o exhibidos en los actos institucionales, recuperación de cargos destituidos y de funciones anuladas durante la aplicación del artículo 155, continuación implacable de la intoxicación a través de TV3 y Catalunya Ràdio, acciones vandálicas de "comités" y voluntarios de la causa...

Calificando tal palabrería y actuaciones de (mera) “gesticulación” se banalizan los despropósitos y los propósitos de los secesionistas. Es una manera ciega, generosa por lo demás, de interpretar la prosecución de la agitación. Y se ofrece diálogo a quienes escupen en la mano tendida. Se les permite aparentar que no han fracasado ante el Estado de derecho. Se piensa que así se les facilita el aterrizaje en la realidad, y que el diálogo será posible (¿sobre qué?, según ellos, sólo sobre la autodeterminación). A mi entender, el porcentaje de posibilidades de que ese diálogo lleve a la normalización política y a la lealtad constitucional es bajísimo, por no decir nulo. Estamos ante una manifiesta reincidencia en espera de una próxima reiteración delictiva, si no se ha producido ya. ¿Qué hacer pues?

Corresponde a las instituciones del Estado ser perseverantes, no caer en la provocación y permanecer vigilantes, con la Constitución en una mano y la oferta de diálogo en la otra. No se trata de satisfacer a los dirigentes del secesionismo. Lo único que les satisfaría sería la independencia; descartada ésta por absurda, innecesaria, inconstitucional, imposible, lo que hay que hacer es reducir la base social del independentismo. Exactamente lo contrario de lo que ellos pretenden, que es ampliarla. Sólo si perciben que su base social va menguando, y con ella la base electoral hasta perder la mayoría parlamentaria, cederán algo, sin retroceder del todo. La base que les quede obligará a una enojosa coexistencia hasta su lenta disipación, enojosa pero obligada en democracia.

El diálogo, aunque deba pasar por los dirigentes institucionales, debe dirigirse a los catalanes. Las ofertas del Estado dentro de la ley no son debilidades, sino política. Y algo que se puede hacer de inmediato, respetando la independencia de los jueces, es el acercamiento a centros penitenciarios de Cataluña de los dirigentes secesionistas encarcelados preventivamente. Dicen insidiosas o clarividentes lenguas que el acercamiento y la eventual excarcelación no convienen al puigdemonismo, reduciría el amarillo y, con la reducción de éste, la base social. Pues eso hay que hacer.

Téngase presente que la misión encargada al diputado señor Torra  desde el puesto que se le ha asignado es reventar el diálogo y quemar a Pedro Sánchez  (“España es irreformable”, dicen) para continuar con la agitación y la alimentación emocional de la base. Es mejor para todos que fracase.