La rueda de prensa de Gerard Piqué tratando de explicar a la opinión pública española su posición respecto a la cuestión catalana es un buen ejemplo de lo que ocurre en Cataluña, no tanto por lo que contó sino por cómo lo hizo. El futbolista, al margen de ser una estrella y millonario, vive el fenómeno con la misma franqueza y vehemencia que otros muchos catalanes.

Su valiente intervención se puede resumir en la necesidad de prestar atención a los independentistas. Aunque él no lo sea, los entiende: el padre de familia debe atender las demandas del hijo adolescente si quiere evitar que marche de casa, fue el ejemplo doméstico que puso. España no debería analizar lo que ocurre en Cataluña con los datos que le suministran las televisiones españolas; debería ver TV3, se podría deducir también de sus palabras.

Y Piqué lo dice de buena fe, es obvio. Porque en realidad es una cuestión de fe. El defensa del Barça confía a ciegas en los medios nacionalistas, y no se pregunta cuál es la razón de que en el 1-O hayan votado menos ciudadanos que el 9-N si el domingo pasado cientos de miles de catalanes rodeaban los colegios electorales y la movilización era total, como repetían esos medios, con un censo universal que permitía el voto desde cualquier lugar.

Para Piqué fueron porras contra urnas: el Estado no deja votar a los catalanes.

No tiene duda sobre la brutalidad de la actuación de la policía “española” el 1-O contra ancianas y personas indefensas, como todo el mundo pudo ver. Y no se plantea la responsabilidad de quienes animaron a la población a impedir la entrada de los agentes ejerciendo la desobediencia, la resistencia pacífica, para obligar a los antidisturbios a emplear la fuerza. Para él fueron porras contra urnas: el Estado no deja votar a los catalanes.

Tampoco se cuestiona si es verdad, como repite machaconamente el nacionalismo, que Cataluña lleva siete años pidiendo una solución a Madrid sin recibir ni una sola propuesta. No se acuerda --era muy joven-- de que Artur Mas gobernó la Generalitat entre 2010 y 2012 con el apoyo del PP, cuando hubiera podido hacerlo con ERC --entre CiU y los republicanos sumaban 72 escaños-- ni de que empezó con los recortes antes que el Gobierno de Madrid.

Seguramente incluso considera insultante que alguien establezca un paralelismo entre la huida hacia delante de Mas y las dificultades electorales de CDC por la corrupción y por su política de austeridad.

Es posible que no sepa que el independentista convencido de Xavier Trias gobernó el Ayuntamiento de Barcelona con el respaldo de los concejales del PP hasta la primavera de 2015.

También se habrá creído que el voto del 48% de los electores en las autonómicas de septiembre de ese mismo año permite al Govern tomar decisiones como si tuviera el respaldo del 80% de la población --la que aceptaría un referéndum legal y con garantías-- porque es la confusión que han sembrado los partidos independentistas.

Su testimonio franco y transparente evidencia, una vez más, que el independentismo ha ganado la batalla de la imagen y del relato

Y, aunque no lo viera entretenido como estaba jugando a la pocha, Piqué habrá asumido la queja victimista de Carles Puigdemont contra el jefe del Estado porque no usó el catalán en su discurso institucional del martes. Un auténtico disparate --pretender que un jefe de Estado al que no reconoces y desafías te haga un guiño de complicidad linguística-- que ha sido aceptado con normalidad.

El testimonio franco y transparente de Piqué evidencia, una vez más, que el independentismo ha ganado la batalla de la imagen y del relato. Quizá no haya conseguido ampliar su base social tanto como pretendía, pero se ha cargado de razones (emotivas) con la inestimable ayuda del Gobierno central. Hasta el punto de que un joven deportista inteligente, que se declara no independentista y que se enorgullece de jugar en La Roja, se atreve a salir a pecho descubierto para convencer a sus seguidores de toda España.