Estoy convencido de que en el dilema economía o salud, política o ciencia, lo fundamental es vacunar a todo quisque y, cuanto antes, mejor. Sin embargo, tenemos montado un quilombo de inconmensurables dimensiones con la vacunación, como para entusiasmar al personal, cuando lo fundamental sería inyectar confianza. Recientemente, me decía un experimentado exdiputado que se siente parte de “una generación perdida” en materia de vacunas: ahora AstraZeneca a los de menos de 60 años; después, de esa edad a 65; luego que paramos; al día siguiente que hasta 69; al otro, que arrancamos; a los que se puso la primera dosis que no sabemos cuándo se pondrá la segunda dosis…

Total, que se ha creado un limbo de invisibles, al tiempo que se van cambiando las pautas de actuación. Sin que nadie sepa a ciencia cierta si consultar a Aramis Fuster o hacerse la carta astral para saber que le depara el futuro. Sería normal, en estas circunstancias, que se extienda cierto negacionismo y resistencia a recibir la vacuna. Aunque tal vez prevalezca cierto temor general o una rara sensación de ser un delincuente habitual cuando llegas al portal, ves a la gente embozada por la calle y vuelves de inmediato a casa porque se te olvidó la mascarilla.

Tampoco sirve de consuelo que la desconfianza y el desconcierto sean una pandemia extendida por Europa. Crece la preocupación por el “mercado” de vacunas cuya llegada dicen que se retrasa; ha nacido una nueva diplomacia: la farmacéutica, al grito de ¡sálvese quien pueda! Se monta el escándalo porque Madrid dice que negocia con los rusos para adquirir la Sputnik; a las pocas horas se dice que Valencia hace lo mismo con Janssen; después se conoce que Alemania también quiere adquirir la vacuna rusa; se culpa a la geopolítica mientras aumenta la inquietud; se hace incomprensible qué ocurre en zonas como Castilla y León, con bares y restaurantes cerrados y un índice elevado de infección, aunque puede ser por vivir en pisos de menos de 65 metros cuadrados como es el caso de los madrileños, que transforman las viviendas en un foco de contagio familiar.

Y esperen: que en un mes, día arriba o abajo, se levantará el estado de alarma, sin que a ciencia cierta nadie sepa qué hará cada comunidad autónoma en esta nueva desescalada. Porque cada cual ya está reclamando una cosa distinta de la otra y a la justicia le caerá el muerto de decidir sobre asuntos que afectan a derechos fundamentales: reunión movilidad o toque de queda. Sin que haya una norma común dictada por el Gobierno. ¡Viva la Pepa! Al final, no sabremos si mirar al frente, al cielo, al costado o caminar cabizbajos arrastrando una sórdida indignación. Todavía podremos ver a los padres de adolescentes recogiendo firmas para que se mantenga el toque de queda como vía de seguridad para mantener la seguridad sanitaria de la prole.

Puede sonar todo a música celestial, mientras seguimos enfrascados en debates meramente especulativos. Como no teníamos bastante con el sideral de Cataluña, le hemos sumado el de Madrid: en un sitio sin Govern y en otro por tener. En el fondo, sobreviviendo a un exceso de tensión política y a la falta de vacunas cuando retumban tambores de riesgo de una cuarta ola de crisis sanitaria tras la Semana Santa. Y así vamos: de la desmovilización electoral en Cataluña durante la tercera ola a la movilización madrileña en puertas de la cuarta. Lo evidente es que ahora solo se habla de las elecciones madrileñas, donde se estima que hay dos millones de votantes indecisos.

El caso es que a fuerza de estar inmersos en polémicas estériles, perdemos de vista la baja edad media de quienes ocupan las terrazas del Eixample barcelonés, presumiblemente porque las gentes de mayor edad no se atreven a hacerlo. O que se ha pasado, en tiempos de debate atrabiliario sobre “comunismo o libertad”, el aniversario de la legalización del PCE un Sábado Santo Rojo del 9 de abril de 1977. Aunque quizá lo más importante de los últimos días es que hubo elecciones generales en Groenlandia. ¿Recuerdan aquello de un insigne presidente de la Generalitat que anunció que Cataluña sería la Dinamarca del Sur? Si fuera así, imagínese haciéndose una prueba PCR para poder ir a la peluquería, que así van las cosas por allá arriba. Es una de las diferencias entre Norte y Sur. Lo malo es que por aquí no tenemos Groenlandia, ni nada que se le parezca, ni sus “tierras raras” ricas en minerales básicos para el desarrollo de la alta tecnología. También es cierto que da igual, porque nunca seremos los daneses del sur. Es más, al ritmo que vamos, lo único raro por aquí son los desgobernantes.

En fin, que si llegan las vacunas podremos estar salvados. Mientras tanto, parece que solo queda esperar. En la capital del Reino seguirán moviéndose en torno al eje izquierda / derecha, mientras en la del Principado damos vueltas al unionismo / independentismo. Por más que haya muchas cataluñas como muchos madriles. Eso sí: nada se moverá antes del 4 de mayo, ni en un sitio ni en otro, después de una batalla campal que pasará a la historia como “la guerra de las urnas”. Después, ya veremos.