La política catalana anda retozando en el estiércol y no parece que vaya a salir de él en una temporada. Los independentistas andan a la greña día sí y otro también, pero siempre intentan salir con cantos de sirena de unidad. Sobre toma de decisiones, ni una. Mojarse, ni de coña. Ni aeropuerto, ni Hermitage, ni Juegos Olímpicos, ni industria --de ningún tipo--, “ná de ná”, en conclusión. En Madrid tampoco se está para tirar cohetes. Mientras la izquierda se peleaba por un quítame de aquí estas pajas sobre la reforma laboral, votando más futuribles electorales que la contratación fija de miles de trabajadores, la derecha sacaba la navaja trapera y preparaba un golpe de efecto para dejar KO al Gobierno. La inutilidad de un diputado, que se quiso presentar como error informático para acusar al Gobierno y a la izquierda de bolivarismo, evitó el desastre de un golpe de Estado que tenía todos los ingredientes: mentira, alevosía y nocturnidad. Los aprendices de brujo que buscaban una mayoría alternativa a la mayoría de investidura volvieron a demostrar su mediocridad. Murcia primero, Navarra después. Y la derecha enseñó sus cartas: todo vale para tumbar al Ejecutivo. Conclusión: la mayoría alternativa es una entelequia y casi se dejan los dientes por sus elucubraciones patéticas.

La izquierda en general, y el Gobierno en particular, deberían tomar buena nota. Tengo mis dudas de que lo hagan, pero la ministra de Trabajo, vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, parece que ha tomado buena nota y no se ha andado con veleidades. Propuesta de subida del SMI, reunión con sindicatos y empresarios, y resolución. La próxima semana se aprobará. Gustará o no, pero esto es hacer política, sin filigranas, sin medias tintas, sin engaños. Y con efectos retroactivos al 1 de enero.

Antonio Garamendi, al frente de la CEOE, ha salido rasgándose las vestiduras augurando todos los males por subir 35 euros, por validar un Salario Mínimo Interprofesional (SMI) de 1.000. Seguro que el empresario de empresarios no tiene ni idea de cómo se vive con 1.000 euros. Sería bueno que hiciera un ejercicio. Ha levantado la bandera del no es no para congraciarse con la derecha política que le ha dado cera hasta hartarse por la reforma laboral y antes, por los indultos.

La patronal ni siquiera se ha planteado entrar a negociar. A Garamendi no le interesaba. Prefiere oír elogios por doquier de la manada de opinadores de la derechona que augura el hundimiento de la economía y del Titanic, si me apuran. Algunos en la reunión de la Junta Directiva de la CEOE apuntaron entrar a negociar. Ofreciendo subir el SMI en función de la inflación subyacente de todo el año 2021, o solo de los últimos meses tras la aprobación de la anterior subida del mínimo interprofesional. La oferta se hubiera situado en 989 euros en la primera y 996 en la segunda.

Provoca rubor lo que dicen algunos empresarios que lideran empresas y sectores que se están recuperando a marchas forzadas y los beneficios se apuntan sobrados. Decir que 35 euros serán la ruina se antoja una memez que oculta una mediocridad. El presidente de Foment, Josep Sánchez Llibre, siempre prudente, ya auguró cuando tomó posesión que sería conveniente establecer un nuevo contrato social para dar estabilidad y seguridad a los jóvenes, porque sin jóvenes con empleo estable y sin un salario decente es imposible que aumente el consumo. Y menos que pongan un pie en la vida, que se puedan emancipar o que puedan formar una familia. Clama en el desierto, pero clama, lo que es de agradecer.

Yolanda Díaz ha estado a la altura. Garamendi no. Lo recordó el secretario general de COOO, Unai Sordo. “Es incomprensible que las organizaciones empresariales no avalen una subida del SMI a los 1.000 euros, cuando esta cantidad ya tenía que ser el salario mínimo acordado en los convenios colectivos, tal y como se pactó en el Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva”, dijo en la rueda de prensa conjunta con la ministra. Sería positivo que Sordo llamara a Garamendi y se lo contara, porque seguro que ni se ha mirado los papeles. Casi lo mismo que con la reforma laboral. Pidió unánime respaldo, se lo dieron excepto algunos díscolos, y cuando algunas federaciones vieron el acuerdo se echaron las manos a la cabeza. Es lo que tiene ser un indocumentado. Como ven, en Madrid algunos también retozan en el estiércol. La CEOE se merece ciertamente un presidente mejor.