"Actuaremos con responsabilidad. La gente no puede pagar las consecuencias de las medidas de este Gobierno. Aprobaremos el decreto por la gente, no por el Gobierno". Con estas palabras puso sensatez Mertxe Aizpurua, la proetarra según el argot de la derecha española que parece seguir añorando los años de plomo. Digo que puso sensatez porque en España se vota no en función del tema que está encima de la mesa sino en función de los intereses de cada partido en cada momento. ¿Era necesario poner en jaque a la economía española, poner en jaque a los sectores más afectados por la subida del combustible, y a los miles y miles de ciudadanos que se benefician de una reducción de 20 céntimos en el precio de la gasolina? La respuesta es sencillamente no.

El problema es que los partidos políticos confunden churras con merinas. ERC lo hace a menudo. Se opuso a la reforma laboral porque no le salían las cuentas en la ley audiovisual. Ahora tocaba poner todo patas arriba por el asunto del espionaje masivo que poco tenía que ver con las medidas de urgencia. El PP, Ciudadanos y Vox no se quedan atrás. Y no digamos Junts que anhela un gobierno de derechas para espolear sus deseos de independencia inmediata. Votan en contra de todo con la esperanza de que el Gobierno pierda los papeles y, sobre todo, que caiga. Y el Gobierno, o mejor dicho el PSOE, juega a la ruleta rusa permanentemente porque, según sus cuentas, sus socios no le dejarán caer, porque si cae lo que está por llegar puede ser peor.

Sánchez no parece aprender aunque siempre cae de pie. Enviar al gafe de la Moncloa a solucionar los entuertos no parece ser el mejor remedio. Félix Bolaños estuvo en el epicentro de Murcia pactando --es un decir-- con Ciudadanos para desbancar al presidente de Murcia, fue el artífice de las listas del PSOE en Madrid que cosecharon un sonoro fracaso, estuvo en el epicentro de la reforma laboral pactando --es un decir-- con Unión del Pueblo Navarro y se convirtió en enviado especial para serenar los ánimos con ERC cosechando un sonoro fiasco. De hecho, Bolaños solo consiguió convertir a Laura Vilagrà en toda una estadista que le sacó los colores. Y, como valor añadido, dejar a Margarita Robles a los pies de los caballos, lo que provocó que se revolviera en Senado y Congreso para defenderse con uñas y dientes. Para colmo, Bolaños utilizó a los medios afines para culpar a Robles del fiasco del asunto del espionaje.

No sabemos si el espionaje ha sido masivo, si ha sido legal, y cuáles fueron sus objetivos. Desde el Estado se apunta al seguimiento de 18 personas, no de 66, pero alegando los movimientos de Tsunami Democràtic y las elecciones de fuego de la Barcelona del 19. No sabemos más, pero el Gobierno con su errática política y arrastrando los pies ha servido en bandeja al independentismo una baza impagable que ha permitido al president Aragonès convertirse en adalid del independentismo que se ha visto atacado por el CNI como si fueran un grupo de monjas ursulinas de actuación intachable.

Sánchez ha caído de pie y ha salvado los muebles. Estuvo durante unos días mendigando el apoyo de los suyos e intentó el apoyo de la derecha enviando, como no, a Bolaños a parlamentar. Quizá porque Bolaños es el mejor representante del PSOE caoba y más que un ministro socialista parece un ministro de UCD con manguitos. Como era de prever no lo consiguió sumando un nuevo fracaso. Y Sánchez sale airoso gracias a que EH Bildu, el denostado partido de la izquierda atberzale, ha puesto sentido común en su voto. Ahora, con esta acción, la derecha cargará las pilas para bramar contra el Gobierno de coalición porque se apoya en proetarras.

El presidente ha caído de pie pero como el PSOE no recupere la iniciativa, con las elecciones andaluzas en ciernes y con malos augurios, el futuro es más que incierto. Solo un detalle. En esta semana, la inflación ha bajado más de un punto y España ha conseguido que Europa autorice topar el precio del gas. Dos buenas noticias que han pasado sin pena ni gloria porque el ejecutivo errático no rentabiliza ni lo bueno, mientras que lo malo se enseñorea por los jardines de Moncloa e infecta al Parlamento. Mientras, el gafe de la Moncloa sigue marcando la pauta.