Como no hay vaca negra que no tenga algún pelo blanco, la tensión separatista ha tenido el efecto acción-reacción que mi generación no tuvo --era adolescente cuando murió Franco--; a todos nos sorprendió la explosión de banderas españolas en ese octubre primaveral del 8 y 29 en la cálida Barcelona que reveló a España, y al mundo, que existe un corazón catalán que también late en español.

España es mucho más fuerte de lo que los separatas se imaginaban. Y más poderosa de lo que creen. Ya han empezado a metabolizarlo, por eso están de tan mal humor. Saltan a la primera.  Ayer Serrat fue tildado como el gran botifler de Cataluña. La ignorancia es muy atrevida, y aburrida.

El chichón que le han puesto a Oriol Junqueras al denegarle que hoy miércoles pudiera ir al Parlament como líder de la tercera fuerza política en Cataluña, aunque el fantasma errante nos dé la tabarra desde el plasma diciendo que las elecciones las ha ganado él; las elecciones las ganó Inés Arrimadas aunque el vallesano Jordi Turull haya cambiado el soniquete de "referéndum o referéndum, por el de "Puigdemont o Puigdemont".

El exalcalde de Girona, por su egoísmo desesperado, provocará el hundimiento definitivo de los restos de Convergència iniciada por el Menos Artur, el hijo putativo del fundador del partido nacionalista.

Si la justicia ha sido dura con Juana Rivas, la joven madre andaluza que desoyó la orden del tribunal de Granada cuando le pidió que entregará sus dos hijos a su progenitor, un supuesto maltratador italiano, y como desapareció un mes, el fiscal ha pedido al magistrado granadino que le imponga una condena de cinco años de prisión por intentar eludir la sentencia judicial.

Puigdemont sabe que le espera una condena que no será leve, por eso no va a volver, si puede...

Valga esa comparación con el fugado de la justicia. Puigdemont no tiene la razón, como sí la tenía la madre andaluza, pero el delito que ha cometido es infinitamente superior al de un supuesto maltratador. Lo que Puigdemont intentó, y ha fracasado, es romper la Constitución cometiendo el mayor peor delito que una persona puede cometer contra la integridad de un Estado.

El Govern perpetró un crimen de Estado no contra una persona concreta sino contra el Estado. Puigdemont lo sabe y por eso no va volver, si puede. Sabe que la condena que le espera no será tan leve como la que le pide el fiscal a Juana Rivas.

El pensador británico Hobbes hace tres siglos ya lo explicó en su tratado Leviatán. Los mecanismos de defensa actúan igual en una democracia que en una dictadura. La diferencia es que la democracia respeta los derechos humanos, y no tortura.

No soy fiscal ni abogado de la acusación, pero no hay que ser letrado para saber que el futuro que le espera a Puigdemont... o vagar veinte años como el fantasma errante.

Creo, es una presunción, que pedirá a su mujer rumana volver al país de los Cárpatos. TV3 podrá contratarlo como corresponsal en Transilvania. El país de Drácula es mejor que Estremera o la vecina Quatre Camins.