Este verano me he dedicado a dar clases de repaso a adolescentes del Maresme con varias asignaturas suspendidas. Chicos de clase media, entre 16 y 18 años, que podrían calificarse de “normales”: sanos, deportistas, simpáticos, con pocas preocupaciones, más allá de aprobar los exámenes de septiembre, ganar el partido de fútbol de la tarde o conseguir ligar en las fiestas del pueblo. “A las chicas hay que hacerles reír”, les aconsejaba entre lecciones de inglés e historia, con la esperanza de convertirlos en hombrecitos interesantes en el futuro. Pero durante esas maravillosas pausas --en las que ellos me hablaban de sus vidas y yo rejuvenecía por momentos-- algunos aprovecharon también para contarme los últimos rumores sobre los “menas” ( menores extranjeros no acompañados), uno de los temas más candentes de los últimos meses en algunos municipios del Maresme.

“¿Sabías que violaron a una chica en El Masnou?”, “¿sabías que le robaron la cartera a mi hermano mientras jugaban a fútbol?”, “¿sabías que mucha gente fue a manifestarse frente al albergue de juventud para pedir que se vayan, porque dicen que son todos unos delincuentes?”

Me explicaban estas anécdotas con ojos expectantes, mezcla de ingenuidad y provocación, pero sobretodo curiosidad por saber mi opinión. Yo me limitaba a preguntarles si de verdad se creían todo lo que escuchaban por ahí, y si alguna vez habían hablado con algún mena cuando se los cruzaban por la calle, por ejemplo, si les habían propuesto jugar a fútbol con ellos o invitarlos a cenar a su casa. “¡Sí, hombre, para que me roben la pasta!”, me respondió uno. 

Se dicen muchas cosas sobre los menas --que si son delincuentes, que si los traen en autobuses desde Andalucía, que si nos los envía Marruecos, que si son todos unos delincuentes--, y si nuestros jóvenes se creen todos los bulos es porque están mal informados. Culpen a quien quieran (los medios de comunicación, los políticos), pero con una simple pregunta --“¿cómo os sentiríais vosotros si estuvierais solos, sin papá y mamá, en un país extraño, sin hablar el idioma y notando que la comunidad os rechaza ?”-- , mis alumnos ya titubeaban: “Pero... ¿por qué hay tantos menas, entonces? ¿Por qué vienen a Cataluña?”

El acrónimo “menas” se ha convertido en una excusa perfecta para que cada uno diga lo que quiera sobre inmigración y racismo y olvidarse de que en realidad es una etiqueta fácil para referirse a niños. Simplemente eso: niños, adolescentes solos, sin papá y mamá, que si fueran “de los nuestros” no trataríamos igual. La actual ley de Extranjería exige que cualquier niño extranjero que esté solo sea tutelado por el Estado, es decir, por las comunidades autónomas. Sin embargo, es cierto que la falta de un protocolo uniforme a la hora de acoger a estos menores en el territorio estatal no ayuda a mejorar la situación. Según los datos que recoge la Fiscalía General del Estado en su Memoria 2018, la llegada de menores extranjeros en patera se ha incrementado de forma espectacular en los últimos dos años, y destaca que la mayoría de menores extranjeros tutelados se concentran actualmente en Andalucía, Cataluña , Euskadi y Melilla. El motivo es sencillo: Andalucía, junto a Melilla, es el principal punto de entrada de menores que llegan en patera. Cataluña y Euskadi son el punto de salida: muchos quieren alcanzar Francia y Alemania, donde es probable que tengan familia.

Eso nos hace pensar en otro rumor infundado: ese de que “los menas quieren venir a España para trabajar”. Bajo la actual ley de Extranjería, los menores extranjeros que entran en territorio español de forma ilegal pueden llegar a obtener permiso de residencia, pero no el permiso de trabajo. Este derecho solo adquiere cuando han entrado en el territorio en concepto de reagrupación familiar.

En Berlín, una amiga me habló de la asociación Start with a friend, donde las familias participantes son invitadas a hacerse amigo de un refugiado o un inmigrante recién llegado al país. Ella, su marido y sus dos hijos han “apadrinado” a un adolescente iraquí: lo invitan a cenar a casa de vez en cuando, lo orientan con los estudios, le explican detalles de la cultura alemana... ¿por qué no actuamos igual con los menas? Son menores, no adultos. Invitémosles a cenar. A jugar a fútbol. Preguntemosles si saben hacer reír a una chica o qué les gustaría estudiar. Lo mismo que haríamos con un adolescente de los nuestros. ¿O no?