A los gobiernos, lo mínimo que se les debe pedir es esto, que gobiernen. Las ideas pueden ser más o menos brillantes y las decisiones más o menos acertadas, pero no resulta aceptable que la única finalidad de conformar un gobierno no sea actuar, sino el estar en él para que no lo ocupe otro. En el ejercicio del poder se pueden resolver unos pocos o unos muchos de los retos que toda sociedad tiene planteados, lo que es imperdonable no es tanto solventar poco, sino el crear más problemas de los que ya había.

La realidad suele ser lo suficientemente dificultosa como para, encima, ir generando arrecifes añadidos e innecesarios. A la mayoría política independentista que salió de las últimas elecciones no se la puede criticar por que intente avanzar hacia el país que sueñan o hacia aquella realidad con la que han comprometido su credibilidad con los electores. A mí y muchos nos parece una quimera y una pretensión excesiva que los sitúa fuera de la ley, un intento de forzar excesivamente las cosas y más allá de lo que es razonablemente posible.

Nada que decir sí, de manera paralela a intentar alcanzar estos horizontes, el gobierno surgido de una mayoría parlamentaria vaya asumiendo el día a día, sus obligaciones en relación a la ciudadanía del país y, más allá de estar abstraídos con lo patriótico, se ocupa de la educación, la sanidad, la protección social, el impulso al tejido económico, él cambio del modelo energético, situar al turismo en la sostenibilidad... y que, sobre todo, no ponga en peligro la cohesión política y cultural del país.

Aquel viejo y quizás un poco romántico eslogan de las izquierdas catalanas en la ahora tan denigrada Transición "Cataluña, un solo pueblo", expresaba una voluntad integradora de las múltiples pulsiones del significado de lo "catalán", que ahora parece haberse perdido del todo, justamente por no respetar e integrar la diversidad, por el intento de construir un cosmos cultural y político, "identitario", absolutamente sesgado y de parte.

Entre las muchas fortalezas del país, y especialmente de su capital, ha habido la del liderazgo hispánico en el mundo de la edición. Y no hablamos de la edición en España, sino de la actividad editorial de ésta y de todo Latinoamérica. No es un tema menor ni en términos económicos, pero tampoco en los culturales y de ejercicio de influencia. Lógicamente, Barcelona encabeza la edición en lengua catalana, lo que no es una cuestión baladí por el dinamismo de esta cultura e incluso por su extensión.

No es una de las más grandes en tamaño, pero lo compensa con una fuerte intensidad. Pero también es Barcelona el gran centro de la edición en castellano. Y esto resulta un capital inmenso, que a menudo una visión reduccionista --¿enfermiza?-- de Cataluña hace que se desprecie y se destierre, como si tuviéramos que renunciar a ello de manera olímpica.

Los alegres desencuentros del nacionalismo catalán con el poderoso grupo Planeta ya vienen de lejos, pero han llegado hace un par de semanas al ridículo cuando la administración catalana, en nombre de vete a saber qué principios, se negó a asistir a la gran fiesta literaria de este conglomerado editorial. Puedo entender que duela que este grupo trasladara su sede fiscal fuera de Cataluña, pero incentivarlos a que se lleven además la actividad, lo que todavía no han hecho, resulta incomprensible. Hacer un plante a este grupo editor y permitirse un gesto cara la galería que afirme que "nada" puede quedar fuera de la estrategia de el proceso, no es cosa buena.

No es tema menor que, además de su liderazgo en la edición en castellano, que también debería ser considerada una lengua "nuestra", domina casi una tercera parte de la edición en lengua catalana, ya que incorporó a la marca multitud de sellos editoriales, entre ellos, todos los que componen el amplísimo Grupo 62. A la actual cultura política mayoritaria les resulta más interesante la promoción de la ratafía que no continuar siendo un hub editorial. Deberían mirar, sin embargo, que los efluvios de tan simbólica bebida no les subieran a la cabeza. Más que nada, porque nos mareamos todos.