El politólogo francés Dominique Reynié hizo en un tuit el mejor resumen del cara a cara que enfrentó el pasado miércoles a Emmanuel Macron y Marine Le Pen, los dos candidatos que se juegan este domingo la presidencia de Francia. "Dos enseñanzas: Macron tendría que hacer más debates y ningún mitin; Le Pen, ningún debate y más mítines", escribió en Twitter.

El debate, en efecto, fue ganado por Macron, con su preparación, su conocimiento de los temas --no miró un papel en las dos horas y media que duró--, su aire profesoral, sus propuestas, discutibles o no, pero propuestas en todos los terrenos abordados, mientras que en los mítines le delata un estilo gritón, parecido al del exsecretario general del PSOE Pedro Sánchez. Frente a él, Le Pen, eficaz en los mítines, adoptó el estilo Donald Trump de atacar más que proponer, estuvo agresiva, faltona, replicante a cada palabra de su oponente, al que interrumpía sin cesar, y mentirosa. Le Monde ha descubierto hasta 19 mentiras en la intervención de la candidata del Frente Nacional (FN).

El cara a cara decantó aún más la sensación de que Macron, el candidato sin partido, será el próximo ocupante del palacio del Elíseo, pero no olvidemos que Trump perdió los tres debates con Hillary Clinton y después ganó las elecciones. De todas formas, Trump perdió en votos populares y ganó por las peculiaridades del sistema electoral norteamericano, mientras que en Francia las encuestas le dan alrededor de 20 puntos de ventaja a Macron. Para que Le Pen tenga alguna posibilidad deben conjugarse una gran abstención y una sorpresa mayúscula.

El frente republicano, igual que la división derecha-izquierda, ha sido sustituido por la oposición entre la Francia abierta o cerrada, el proteccionismo o la globalización y el europeísmo o el repliegue nacional

Las dos semanas que separan las dos vueltas han dejado algunas enseñanzas. Macron se equivocó al considerarse ya ganador tras la primera vuelta, con un discurso presidencial, cuando su ventaja era de menos de tres puntos (24,01% frente a 21,3% de Le Pen), y al tercer día rectificó porque la elección no estaba asegurada, entre otras razones por la sonrojante ambigüedad del candidato más a la izquierda, Jean-Luc Mélenchon, que se negó a recomendar el voto para Macron. Mélenchon, como el sindicato comunista CGT, llamaron a parar a Le Pen, pero sin apoyar a Macron, una ecuación imposible porque solo hay dos papeletas y el voto en blanco y la abstención favorecen a la candidata ultra.

Esta línea ha sido reproducida en España por Podemos --Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y Pablo Echenique se han escabullido recomendando el voto en blanco o la abstención-- e incluso por la filial de ERC en la Cataluña francesa, luego desautorizada por la dirección de Esquerra desde Barcelona.

Todo este episodio confirma que en Francia el llamado frente republicano --los partidos tradicionales se apoyaban entre sí para frenar al FN-- no es que se haya roto, es que prácticamente ya no existe, aunque el derechista François Fillon y el socialista Benoît Hamon llamaran desde el primer momento a votar a Macron. El frente republicano, igual que la división derecha-izquierda, ha sido sustituido por la oposición entre la Francia abierta o cerrada, el proteccionismo o la globalización y el europeísmo o el repliegue nacional. Por eso, según la última encuesta del Cevipof, un 58% de los votantes de Fillon se inclinarán por Le Pen (32%) o por la abstención (26%) y un 52% de los de Mélenchon (14% por Le Pen y 38% por la abstención) harán lo mismo.

Lo peor es que posiblemente una mayoría de los franceses coinciden ya con el discurso antiglobalización y antieuropeo del FN, que se ha convertido en un partido normal cuando hace solo unos años era un grupo político marginal y apestado

La reserva de votos con que cuenta Macron en estas formaciones y en otras le darán seguramente la victoria, pero si Marine Le Pen obtiene este domingo un 40% o más de los votos el resultado sería ya una catástrofe para Francia porque doblaría de largo el de su padre, Jean-Marie, en 2002 (18%) y el de ella misma en 2012. Serían unos 11 millones de votos para un partido nacionalpopulista, xenófobo, de extrema derecha, demostrando que la operación de desdemonización emprendida por Marine Le Pen habría tenido éxito. De hecho, ya es un éxito.

Es cierto que el FN ha abandonado el antisemitismo, aunque quedan ramalazos, ha aceptado valores de la República como la laicidad y otros, admite la homosexualidad y el aborto, ha virado en su programa económico hacia contenidos más sociales y ha crecido en todas las capas sociales, sobre todo en las populares, en el mundo rural y en la segunda periferia de las ciudades, pero mantiene un discurso antiextranjeros, de preferencia nacional, antiislámico y demagógico. Además, la banda de la porra, los torturadores y los nostálgicos de Argelia y los negacionistas del Holocausto siguen estando ahí.

Lo peor es que posiblemente una mayoría de los franceses coinciden ya con el discurso antiglobalización y antieuropeo del FN, que se ha convertido en un partido normal cuando hace solo unos años era un grupo político marginal y apestado. El FN ha pasado de estar marginado en los medios de comunicación a estar presente a todas horas en ellos. Como pasó con Trump, al que los medios le hicieron la campaña gratis.