Ya no hay excusa para llevar traje y corbata aunque el termómetro marque cuarenta grados. La empresa Kul-U ha lanzado al mercado su Kul-U Pocket, un sistema de refrigeración que ocupa poco más que un móvil por solo treinta y nueve euros. Provisto de una batería que es capaz de enfriar a plena potencia durante tres o cuatro horas, no hace ruido y se carga poniendo el aparato en el congelador. Supongo que con colocarlo en el bolsillo de la chaqueta actúa a modo de refrigeración central. Algo es algo si la etiqueta o el trabajo te obligan a poner capas sobre el cuerpo. Debe ser curiosa la sensación de abrazar a un sujeto con el invento a pleno rendimiento, comparable quizá a la que debía sentir Bella, la protagonista de la saga Crepúsculo, cuando se acercaba a su amado, el vampiro Edward. No digamos si el refrigerador se lleva en el bolsillo del pantalón, quizá genere algún efecto colateral.

No sé si el invento tendrá éxito o no, en ocasiones, buenas ideas y buenos productos han quedado sumidos en el olvido. Los expertos dicen que el 90% de los productos que lanzan las empresas fracasan. Y las compañías odian el fracaso, de hecho lo ocultan siempre que pueden.

Samuel West, psicólogo norteamericano residente en Suecia, se ha decidido a abrir a principios de verano en Helsingor un museo peculiar, el Museum of Failure Innovation (Museo de la Innovación Fracasada). Su idea es ir en contra de la sociedad que glorifica el éxito y demoniza el fracaso. Tal y como cuenta en un video en Youtube, estaba cansado de todas las historias de éxito, quería exponer productos lanzados por grandes marcas que no han triunfado, y hacer ver que es la única forma de aprender para seguir adelante.

Samuel West, psicólogo norteamericano residente en Suecia, se ha decidido a abrir a principios de verano en Helsingor un museo peculiar, el Museum of Failure Innovation (Museo de la Innovación Fracasada)

Los objetos expuestos ocupan una sola habitación y los ha adquirido por internet o donaciones privadas. Algunos no tienen desperdicio: patatas Pringles sin grasa, una bicicleta de plástico, una consola Apple, una máquina para practicar encefalogramas a un perro, una Coca-Cola Black (con café añadido, viva la cafeína), lasaña marca Colgate (¿quién fue el listo que pensó que alguien querría comérsela?), una máscara para rejuvenecer el rostro que promocionaba Linda Evans y que se asemeja a la de Hannibal Lecter, un monopoly con la imagen de Donald Trump (su creador, un visionario) o bolígrafos de la marca Bic etiquetados "for her" (para mujeres) de color lila y rosa. Algunos como el Apple Newton (precursor del Ipad) o el Nokia N Gage (teléfono móvil y consola portátil en uno) fueron la base para futuros éxitos de las compañías que hoy fabrican todo aquello que consumimos vorazmente. Otros han sido fiascos sonados como las famosas Google Glass que se vendían por el módico precio de 1.500 euros.

¿Motivos del fracaso? Tantos como podamos imaginar: precio excesivo, marketing defectuoso, errores de diseño, no ser el momento adecuado para el lanzamiento o que sencillamente no lo necesitamos aunque las compañías piensen lo contrario. El entrevistador pregunta a Samuel West si teme que su museo fracase y contesta que esa posibilidad le pone nervioso, pero que si ello sucediera tendría que integrarlo dentro del propio museo para exponerlo como una muestra más de productos fallidos en el mercado.

¿Qué futuro le espera al humilde refrigerador de bolsillo? Quizá le vaya bien dado el aumento global de temperaturas o es posible que acabe en el museo de West, si es que todavía sigue existiendo. Y es que somos tan impredecibles en nuestros gustos...