Dice la ministra Montero que los hijos de padres (y madres) machistas tienen derecho a recibir una educación feminista, aunque me malicio que más que "el derecho", lo que quiere la señora es que tengan el deber. Montero es ministra de Igualdad, una cosa que mientras no existan los ministerios de libertad y de fraternidad, debe de aspirar a acercarnos a los ideales de la revolución francesa, aunque sea con más de dos siglos de retraso. De todas formas no sé cómo casaría el concepto de libertad con la obligación de nuestros churumbeles de convertirse, no en feministas, que eso lo es cualquiera que razone, sino en lo que la ministra, cualquier instituto de esos que sirven para dar lustre al gobierno y a las cuentas corrientes de quienes los dirigen, o --mejor aún-- la opinión pública, decida qué es feminismo.

Tengo para mí que esas clases de formación del espíritu feminista no se limitarán a recordar cosas tan básicas como que hombres y mujeres son iguales ante la ley o que a igual trabajo corresponde igual sueldo, tan básicas que ya constan en la Constitución. Para estudiar la Constitución en la escuela no hacen falta tantas alforjas (dicho sea de paso, si así se hiciera, podrían apuntarse a ellas la mayoría de políticos catalanes). No, el espíritu feminista que debe entrar en las cabecitas de los escolares españoles es de mucho más calado. Tanto, que tampoco creo que trate sobre la necesidad de que las tareas domésticas se realicen entre todos, sin distinción de sexo. Para aprender eso tampoco hacen falta actividades escolares.

Como al fin y al cabo no estamos hablando de cualquier país sino de España, lo más seguro es que el concepto de feminismo, y por tanto lo que se enseñe como a tal a los inocentes niños, dependerá de la ministra (o ministro) en cada ocasión, una tradición muy nuestra que se remonta a la época de Viriato. Unas veces se reconvendrá a los niños para que no piropeen a las niñas --excepción hecha de sus señoras madres, a quienes podrán seguir calificando de "la mamá más guapa del mundo"-- en otras se les explicará que no tienen por qué gustarles las personas del otro sexo, de hecho ni siquiera las personas en general, habiendo en el mundo tantas especies animales y vegetales a las que amar, y en otras, en fin, se les aleccionará a no mirar por la tele los anuncios de perfumes que cosifican a las mujeres. Además, por supuesto, de insistirles en que no deberán poner jamás en duda la versión de una mujer acusando a un hombre de lo que sea; a mayor perrería, más culpable será el hombre, sin margen alguno de error.

Y así, dando bandazos según cambie la titular de la cartera, la opinión pública o los intereses de las organizaciones feministas, se irá creando una generación de auténticos y auténticas feministos y feministas, jamás volverá a cometerse un solo crimen doméstico, y como colofón, la imagen de una pareja feliz doblando juntos las sábanas, se podrá ver en todos los domicilios de España. O un trío, que tampoco vamos a ponernos mojigatos y nuestros niños deben saber que lo de la pareja es un invento del heteropatriarcado para impedir a la mujer empoderarse.

¿Y los padres (y madres)? Pues a donar a sus hijos a la ciencia, para que se les forme en el espíritu feminista, cosa que ellos, en casa, son incapaces de llevar a cabo. Los españoles somos, casi en su totalidad, unos machistas de cuidado, suerte tenemos de contar con un Gobierno que, ya que nosotros no tenemos remedio, se encargará por lo menos de educar a nuestros hijos en aquellos valores que necesita. Es decir, en los que diga la ministra. Como debe ser.