Alberto Núñez Feijóo ha interiorizado que nunca llegará a la Moncloa si su partido no logra flotar en Cataluña y Euskadi. Flotar no es sinónimo de ganar, pero sí condición sine qua non para no ahogarse en el proceloso mar de la política española. Abundan en ella los tiburones atrapalotodo capaces de prometer paraísos en la tierra a los enojados. De un tiempo a esta parte el líder popular se deja ver con frecuencia por tierras catalanas. Cuentan que se ha reunido con representantes de algunas organizaciones empresariales y con diversas entidades sociales y cívicas. Eso es positivo, recibir en directo y sin intermediarios la pulsión de la calle no tiene precio. Algunos de esos contactos le han conminado a tomar decisiones, a mojarse.

Cuentan también que, con suma timidez, ha balbuceado el concepto catalanismo constitucionalista. Veremos cómo reaccionan los barones territoriales ante esa osadía intelectual. El término lleva en su ADN pimienta y aliño plurinacional. Creo que Núñez Feijóo anda convencido de que en Cataluña cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo piensa no solo por el número de escaños obtenidos en el pasado, sino por las cualidades políticas de sus antiguos colegas electos. Seamos sinceros. En circunstancias como las actuales, con un PP sin banquillo, personalidades como el exministro Josep Piqué, o diputados como Francesc Vendrell, serían un regalo de los dioses para los conservadores. Incluso Alberto Fernández Díaz es recordado por periodistas y adversarios como concejal de solvencia contrastada.

Para no ser residual en Cataluña el Partido Popular necesitará pasar el rastrillo por el patio de Ciudadanos, echar las redes en la piscifactoría de Vox y recuperar los votos que antaño fueron fronterizos con CiU. Para cuadrar ese círculo ideal Feijóo sabe que hacen falta líderes abnegados y eso no abunda.

No es la primera vez que la derecha española nacionalcatólica se encuentra en Cataluña en una vía muerta. De aquí a pocos meses se cumplirán cien años de la fundación de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Nació a partir de Acción Popular, la formación que capitaneaba el salmantino José María Gil Robles. El líder de aquella CEDA también se paseó por tierras catalanas, dictó conferencias –como la que tuvo lugar en el teatro Bosque de Barcelona en 1935— y mitineó ante un público entregado en el Gran Price de la Ciudad Condal. Ni Acción Popular, ni posteriormente la CEDA, prosperaron a pesar del desembarco de el Jefe. En aquella época competir con la Lliga Catalana fue duro, como lo es ahora para Feijóo hacerlo con el trumpismo de ciertos sectores del independentismo. Algunos conservadores en lo económico y social se han convertido en halcones en lo identitario. Ahí, los sociólogos y politólogos tienen un buen tema para someter a estudio.

Cuando el coordinador general del PP, Elías Bendodo, afirma: “En Cataluña no hicimos las cosas bien del todo en los últimos años, hay que volver a un PP moderado, centrado y que represente a la mayoría de los votantes constitucionalistas”, es que algo se cuece en los despachos de la calle Génova. De nada le valdrá al PP erosionar al Gobierno de Pedro Sánchez con el debate energético, la polémica sobre el CGPJ y las relaciones con independentistas. Si los populares a medio plazo no consiguen flotar en Cataluña y Euskadi, dormirán por mucho tiempo en el limbo de la historia política. Primer round, las municipales; luego, las generales, si la guerra lo permite.