Ha sido rápidamente archivado en el desván el incidente mallorquín de la semana pasada en el colegio de La Salle, que había dado tanto que hablar durante unos días de furia.

Fue, dicen los periódicos, una fuerte discusión entre una de las profesoras de lengua catalana y los alumnos de un grupo de 1º de bachillerato, que habían colgado en el aula la bandera nacional, con el propósito de expresar su apoyo a la Selección española de fútbol, que estaba disputando el Mundial de Qatar. En aquellos días era posible que la Selección hiciera algo grande.

A la docente esto no le pareció bien. Ordenó que retirasen la bandera. Los chicos se negaron, alegando que en otras aulas estaba permitido exhibirla, y la discusión acabó con la expulsión de una treintena de alumnos durante el resto de la jornada.

El colegio apoyó a la maestra y describió el asunto como “una insubordinación de los alumnos” –un lenguaje ya de por sí chocante--. Por el contrario, los padres de éstos consideran que la maestra se metió en una discusión política “con tintes de adoctrinamiento” y la han denunciado ante la Conselleria de Educación. Aunque teniendo en cuenta los partidos que gobiernan en las Islas Baleares, lo más probable no es que la regañen por crear conflictos de la nada, sino que la condecoren. Por plantar cara al “feixisme”, claro.

No sabemos qué es lo que sucedió exactamente en el aula. La negativa de los chicos a obedecer apunta a falta de respeto hacia la autoridad escolar, un mal que desde hace ya tiempo denuncian los docentes en toda España. Ahora bien: que tan lacerante fuese para la maestra la presencia de la bandera nacional en el aula, que se enzarzase en una discusión con sus alumnos por tan pueril e insignificante alteración del orden, y que expulsase a treinta de ellos, son cosas que denotan nula mano izquierda y hacen sospechar que, en efecto, tal y como sostienen los padres, esa inflexibilidad banderil responde a un caso de talibanismo lingüístico-nacionalista.

Ahora la señorita Rottenmeyer se habrá hecho odiosa a sus alumnos; por lo menos, es seguro que treinta de ellos la detestan. A ver qué atmósfera se respirará en el aula durante el esto del curso durante las clases de lengua catalana.

En general, la puntillosa combatividad contra todo lo que suene o huela a español, con la obcecación contra los signos y la lengua común, sea mediante “inmersiones” monolingüísticas, prohibiciones y quemas de banderas, multas a los comercios o espías en los patios de las escuelas, resulta francamente antipática y acabará siendo contraproducente. Lograrán lo contrario de lo que supuestamente pretenden. Harán odiosa la lengua que dicen defender. Igual que en mis tiempos la clase de “Formación del Espíritu Nacional” era la más ridiculizada y despreciada por los alumnos.

En el caso concreto de la severa profesora mallorquina, si hubiera tenido un poco más de tolerancia y de simpatía esa bandera que tanto le molestaba hubiera desaparecido muy pronto del aula, dados los parvos resultados del juego de la Selección, que al cabo de una semana ya ha vuelto, con la cola entre las piernas, de Qatar.

Y esto es lo más didáctico de este conflicto: metáfora de que mientras se emprenden reformas innecesarias y conflictivas, mientras se discute por chorradas acaloradamente, éstas quedan reducidas al bizantinismo por la contundencia de los hechos que caen a plomo. Que en general es lo que me parece que va a suceder pronto con casi todos los “debates” con los que nos agitamos.