"En todo caso, todos los querellados, no es que hayan asumido la intervención derivada de la aplicación del artículo 155 de la CE (Constitución Española), sino que han manifestado que, o bien renuncian a la actividad política futura o, los que desean seguir ejerciéndola, lo harán renunciando a cualquier actuación fuera del marco constitucional". Este párrafo del auto dictado por el magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena por el que decretaba prisión eludible con fianza para Carme Forcadell y libertad con fianza para el resto de la Mesa del Parlament, menos para Joan Josep Nuet (libertad sin fianza), significa la plasmación jurídica del final de la vía unilateral para conseguir la independencia de Cataluña.

Esa renuncia a actuar fuera de la Constitución puede ser una nueva mentira --el propio auto advierte de la posible mendacidad--, pero hay otros signos que indican que la vía unilateral no tiene ningún futuro y que el movimiento independentista deberá necesariamente replantearse su estrategia, si no lo ha empezado a hacer ya.

Uno de estos signos es el fracaso de la huelga general "de país" convocada para el pasado miércoles, que se quedó a años luz de la protesta del día 3 de octubre contra la violencia policial del día del referéndum. Pese a los numerosos incidentes --cortes de carreteras; bloqueo de trenes, incluido el AVE durante horas; manifestaciones y colapso en muchos puntos de la geografía catalana--, ni el comercio ni la industria siguieron el llamamiento a la huelga efectuado solo por un sindicato minoritario y la jornada se distinguió más por la algarada que por la "aturada".

Ese tipo de manifestaciones y bloqueos, por cierto, son los que sirven para que el magistrado Llarena mantenga en su auto la acusación de posibles delitos de sedición y rebelión, además del de malversación. Y el diferente trato entre la Audiencia Nacional y el Supremo a los acusados no demuestra, como dicen algunos analistas apresurados, que la menor dureza del alto tribunal confirma que se juzgan ideas porque se rebajan las sanciones después de que los querellados hayan dado marcha atrás a sus planteamientos. El mantenimiento de los delitos desmiente esta interpretación, aparte de que es lógico que la justicia sea más benigna en las medidas cautelares si los acusados se comprometen a actuar en el futuro respetando la ley, sin renunciar a sus ideas.

El agotamiento de la vía unilateral se demuestra en el fracaso absoluto del procés tal como se había planteado: la DUI no fue efectiva, la República es inexistente y la aplicación del artículo 155 ha sido aceptada sin problemas

A otro nivel, la firma por 150 personalidades de un manifiesto en el que se vuelve a la reclamación de un referéndum acordado con el Estado es también un signo de renuncia a la unilateralidad y a la declaración unilateral de independencia (DUI), sobre todo si se tiene en cuenta que buena parte de los signatarios habían aprobado o incluso impulsado el referéndum ilegal del 1-O.

Pero, más que cualquier signo, el agotamiento de la vía unilateral se demuestra en el fracaso absoluto del procés tal como se había planteado: la DUI no fue efectiva, la República es inexistente y la aplicación del artículo 155 ha sido aceptada sin problemas. El secesionismo no puede proponer ante las elecciones del 21D lo mismo porque se repetiría el fiasco y por eso tendrá que cambiar de estrategia y de objetivos.

La presentación de los independentistas en listas separadas es un hecho, pese a los intentos desesperados de armar una "lista de país" en forma de agrupación de electores. (Eso de "huelga de país" o "lista de país", dicho sea de paso, indica mejor que nada que en la concepción indepe, si no comulgas con sus proyectos, no eres del país).

Carles Puigdemont se ha ofrecido a encabezar esa lista, pero el expresident se ha convertido con sus últimas actuaciones en el personaje más estrambótico de todo el procés. Huido a Bélgica con cuatro de sus consellers, no cesa de hacer declaraciones, a cual más extravagante. Ante los 200 alcaldes que se desplazaron a Bruselas, no solo calificó de "fascistas" a quienes integran en España el "clan del 155" y habló de "golpe de Estado" y de "democracia fallida que hace prisioneros políticos", sino que, en plena deriva antieuropeísta, fustigó a las instituciones de la UE y a sus mandatarios como cómplices de Mariano Rajoy y de su "restricción de la libertad".

La UE se ha convertido en el nuevo enemigo del movimiento secesionista, que grita en las calles que "esta Europa es una vergüenza", pero esa reacción solo expresa la impotencia ante la falta de apoyo al procés de una Europa que, según las ensoñaciones del relato independentista, iba a convertirse en su aliado natural frente al "Estado opresor" y a la España "antidemocrática". Esta visión, si queda un resto de lucidez, también tendrá que cambiar.