La etapa de la adolescencia del independentismo toca a su fin. El resultado de esta etapa es el previsto por casi todo el mundo, excepto por los analistas soberanistas que ignoraron a conciencia la realidad política y jurídica, aferrados entonces a las consignas de la causa imparable. Ahora algunos de ellos ya no quieren ni recordarlo, pero el pronóstico está a punto de cumplirse definitivamente: todos partíos. Cataluña lo está en dos grandes bloques, los partidos de cada bloque no comparten casi nada y, finalmente, los partidos van a sufrir internamente (o ya lo han hecho) los efectos de tanta división. El paraíso del desconcierto político e institucional se ha materializado en Cataluña. Todos enfrentados y con los ciudadanos, en general, observando estupefactos la deriva cainita de sus dirigentes.

El PSC fue el primer partido en notar los efectos del seísmo político provocado en su origen por el sueño de Artur Mas de creerse la reencarnación de Macià. Los socialistas están de vuelta, cargados de prudencia y paciencia; Ciudadanos vivió un espejismo y ha retornado a sus orígenes de marginalidad política; el PP retrocedió hasta el mínimo de supervivencia institucional; Vox se ha aprovechado de tanto desencanto; la CUP ha pasado de mover los hilos del independentismo a cortar sus relaciones con el resto de fuerzas soberanistas; En Comú Podem ya vuelve a ser Iniciativa tras pensar en cambiar el mundo entero; y Junts per Catalunya está abocada a una nueva refundación (siga o no siga en el Govern) para reagrupar por separado a los viejos roqueros convergentes de los neófitos iluminados.  Y al equilibrio actual de ERC le quedan cuatro telediarios, los que van desde la pretensión de gobernar en solitario a la evidencia que para mantener la Generalitat o simplemente aprobar los presupuestos deben contar con una mayoría suficiente que los comunes no les pueden ofrecer.

El final oficial de la adolescencia independentista llegará en el momento preciso en el que los republicanos deban protagonizar un pacto transversal de gobernabilidad, sea como primera o como segunda fuerza parlamentaria. Naturalmente, si es como aliado minoritario del PSC le será mucho más difícil de asumir y explicar. Llegado este día, las tres facciones que como mínimo coexisten en ERC se enfrentarán en público como ahora hacen las de Junts y como no hace tanto ya hicieron los republicanos, justamente por su participación en los dos tripartitos de izquierdas.

El independentismo alcanzará un día su madurez porque la idea se lo merece, aunque de ello no pueda concluirse que su victoria sea inevitable, como sucede con tantos otros proyectos colectivos. Probablemente, los más animosos de la base popular soberanista recomenzarán de nuevo, teniendo muy presente la desastrosa experiencia de un movimiento dirigido por unos partidos altamente incompetentes. El tiempo que exige esta reconstrucción permite pensar que este no es el próximo reto de la política institucional catalana, ni del país dividido que deja como legado la turbulenta adolescencia vivida por el independentismo exprés.

El desafío más inmediato para Cataluña es comprobar cómo reaccionarán los partidos parlamentarios independentistas a una pérdida total o parcial del poder autonómico, propiciado por su divorcio y por el empuje de los socialistas anunciado por los sondeos. La crónica política de los últimos años no mueve al optimismo. Si entre ellos, compañeros de viaje y de sueño, se han maltratado como lo han hecho, convirtiendo el desplante, el desinterés por la gestión y la desobediencia en normas de conducta, ¿qué le puede esperar a una Generalitat o a un presidente no independentista?

Se podría apuntar que el ejercicio de colaboracionismo exhibido con ocasión del 155 por la mayoría de los cargos soberanistas debería suavizar las expectativas de confrontación de estos mismos actores tras un eventual cambio político en las instituciones catalanas. Sin embargo, justamente las críticas recibidas de sus bases por aquella sumisión (perfectamente comprensible ante la fuerza del estado) podrían insuflar una oposición deslegitimadora a cualquier gobierno no soberanista mucho más desastrosa para el progreso y la convivencia de Cataluña. El tránsito de la adolescencia a la madurez se puede hacer largo y penoso.