Pensamiento

Ferran Mascarell o el arte de vivir del cuento

28 abril, 2016 00:00

Esta carta es un dardo que apunta al ex socialista más antipático que guardo en formol de la época antediluviana de los primeros 80. Hablo de Ferran Mascarell, el delegado en Madrid de la corte de Puigdemont. Ya que lo eligió el ex por los servicios prestados a la causa separata. Y que ahora está en la capital del oso y del madroño disfrazado de cordero.

No soy una persona de rencores eternos, al revés. Empero, desde mis veintidós años Mascarell está por encima de los decibelios que puede aguantar mi estado emocional

No soy una persona de rencores eternos, al revés. Empero, desde mis veintidós años este político está por encima de los decibelios que puede aguantar mi estado emocional. Así que, con el permiso del director, este escrito es casi una sesión terapéutica que nunca había escrito, y espero que a ningún lector le produzca mala digestión.

Tenía veinte años cuando en el calabozo de mi mili de Valencia leí 'Sinuhe, el egipcio', la novela de Mika Waltari que unos años después llevó Hollywood al cine. En esa novela de ficción histórica aprendí una frase que he repetido varias veces, al menos una al año, durante casi mis treinta años de actividad periodística: "No hay vaca negra que no tenga algún pelo blanco".

Fernando VII, que es el rey que más aborrezco de nuestra historia, creó la segunda pinacoteca del mundo, si no la primera: el Museo del Prado, lugar que me embelesa cuando lo visito, y que añoro no poder hacerlo más. Hitler, el iluminado por excelencia del planeta infierno, era un enamorado de la jota. Una danza que me despierta ecos de sangre. Dos pelos blancos en sendos toros azabache.

Seguro que Mascarell tendrá una nutrida cabellera de pelos blancos, porque desde los 28 años vive del erario público en el parnaso como regidor de Cultura en el primer ayuntamiento democrático de Narcís Serra y luego de Maragall. Este julio cumplirá los 65 años y ni uno sólo se ha bajado del machito. Le envidio, aunque sólo sea porque cada día podrá acercarse al Prado.

Historiador de estudios. Un intelectual institucional de postín que sólo le falta la validación oficial de escribir un libro. Uno sólo. Con treinta y siete años entre lo más granado del establishment, incluido los últimos seis años en que se pasó a la corte de Mas para continuar en el oráculo del Govern dels Millors. Con tantos trienios de servicio público tendrá en la gatera muchos más pelos blancos que los tremebundos Fernandos y Adolfos.

Les he advertido de entrada que este personaje me resulta más antipático que el de Taradell, Francesc Homs, con el que ahora hace buenas migas en la principal embajada enviada al extranjero, en Madrid.

Mascarell explicó que el espectador que no iba al teatro no lo hacía por la lengua, sino porque no tenía un nivel para ser consumidor de cultura

La culpa de esa mácula impresa en la piel, como esas vacunas que de niños nos dejaban marcados cual reses, fue un debate de La 2 en Sant Cugat en el que Mascarell acudió como uno de los invitados al plató en calidad de regidor de Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento de Barcelona. Tenía treinta años, pero con la estupidez propia de uno de veinte respondió a la crítica de un contertulio que denunció que una de las causas del bajón de taquilla de los teatros de la ciudad condal (además de la crisis que, a principios de los 80, estaba cuatro puntos por encima de la actual en Barcelona) era porque en ese momento en la cartelera barcelonesa no se representaba ninguna obra en castellano. ¡Ni una!

El empresario que denunciaba decía con la razón de un hombre de negocios, no de un político, que eso alejaba al espectador del arte escénico, no sólo de Barcelona sino a los visitantes del resto de España.

En esa decisión de discriminación 'positiva' (un oxímoron que ha triunfado), alguna cosa tenía que ver el concejal de Cultura. Así fue como el entonces socialista Ferran Mascarell negó que la poca mierda en las puertas de los teatros tuviera que ver con la falta de oferta en la lengua materna del 60% de los barceloneses.

Mascarell explicó que nada tenía que ver con la lengua porque el espectador que no iba al teatro no lo hacía por la lengua, sino porque no tenía un nivel para ser consumidor de cultura...

Cuando lo oí me quede estupefacto, por eso me quedó marcada a fuego en mi memoria. Ni un nacionalista pata negra se atrevería a soltar una estupidez así, y lo decía un edil socialista que vivía de la cultura institucional porque muchos legos de cultura barceloneses lo habían votado.

Me quedé sorprendido de que el hombre que llevaba la cultura de la capital de Cataluña pensara como un botarate. Por eso no me sorprendió que hace seis años cambiara de chaqueta para continuar viviendo del cuento.