La polémica sobre el festival afro-feminista organizado por el colectivo Mwasi, que prohibía ciertos talleres a los "no-racializados", manifiesta una fractura intelectual mayor entre universalistas y comunitaristas. Fractura que se agrave si se aborda la cuestión de la segregación en toda su complejidad.

El problema no es que un festival pretenda reservar espacios de expresión a las víctimas de racismo. El enfoque comunitario y la segregación no son necesariamente negativos si se emplean como un medio para avanzar hacia la universalidad. Así ocurre cuando un festival de cine lésbico intenta evitar el riesgo de agresiones y reducir el número de mirones homófobos restringiendo la entrada a sus adherentes. Ése era la idea en los años setenta, cuando el Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF, en francés) reservaba ciertos grupos de discusión a las mujeres para facilitar que hablaran de sexismo y de agresiones sexuales sin temores. También porque los hombres, más habituados a hablar en público, tendían a acaparar el micrófono sin ni siquiera darse cuenta.

Esta segregación temporal estaba al servicio de la emancipación. Pese a las apariencias, no tenía nada que ver con la deriva de ciertos grupos afro o pos-feministas cercanos a los Indigènes de la République o a la Marche pour la dignité. En estos casos, la segregación no está orientada a facilitar el universalismo sino a perpetuar el repliegue hacia sí mismo. Participa de una visión racialista --y no antirracista-- de los derechos de las mujeres. Para estos grupos, el mundo se divide en dos: por un lado, las mujeres "racializadas", que aunque sean conservadoras, son víctimas por definición; por otro, las "no-racializadas", que aunque sean antirracistas, son biológicamente sospechosas.

Recientemente convertidos al "feminismo", y mucho más condicionados por la fractura colonial, estos grupos no están lejos de considerar que el feminismo universalista es una vanguardia del colonialismo, con la emancipación y el rechazo al relativismo cultural como sustitutivos de la antigua "misión civilizadora" colonialista. Como quiera que la mayor parte de mujeres que dirigen el combate contra el velo, la excisión o el integrismo, son egipcias, iraníes, pakistaníes, argelinas, es decir de cultura musulmana, eso supone una enorme cantidad de gente para excluir como si fueran harkis [argelinos que combatieron del lado francés en la guerra por la independencia de Argelia]... Todas aquellas que no comparten la fascinación exótica de estos grupos por la segregación al servicio del patriarcado religioso son tratadas de "feministas occidentalizadas", o incluso de "negras domésticas", como recientemente Audrey Pulvar y Lunise Marquis.

El feminismo comunitario, simplista y peligroso, empieza a causar furor entre los jóvenes europeos. A este ritmo, el universalismo estará muerto en poco tiempo, y las solidaridades resultarán imposibles

Incluso se ha teorizado esta deriva: se le llama "feminismo interseccional". Supuestamente orientado a insistir sobre la articulación de las dominaciones sexistas y racistas, ha acabado por dinamitar el feminismo desde el interior, a fuerza de ver por todas partes el mal racista en su interior. Un sentido de las prioridades que ya le va bien a los machos integristas, convenientemente fuera del foco.

En Francia, desde los debates sobre el velo, los militantes pro-Hermanos Musulmanes y pro-Hamás (ese simpático movimiento interseccional que vela a las mujeres y lanza a los homosexuales desde los tejados) no dudan en presentarse como "feministas" para impedir que las feministas de siempre, laicas y antirracistas, hablen del velo o de integrismo en su nombre.

Tan solo las víctimas de una opresión específica tienen, según su enfoque, derecho a expresarse. Sólo los negros pueden hablar de los negros. Los homosexuales, de homosexuales. Los trans, de trans. Los judíos, de judíos. Y los musulmanes, de musulmanes. Ah no, perdón... si hay musulmanes que se ponen a hablar del sexismo o de la homofobia en su cultura, es porque están "occidentalizados" o son "islamófobos". Mientras haya racismo, los comunitaristas no verán nunca el interés de hablar de nada más.

El resorte no es nuevo. Ya en 1976, un pequeño grupo de izquierdistas se oponía a que una militante feminista denunciara a su violador, un trabajador inmigrado, por no hacer el juego al gran capital y al racismo. Desde entonces, el márketing machista ha hecho progresos. Ahora se inspira un poco menos en la Unión Soviética, y un poco más en la identity politics a la americana.

Este feminismo comunitario, simplista y peligroso, empieza a causar furor entre los jóvenes europeos. A este ritmo, el universalismo estará muerto en poco tiempo, las solidaridades resultarán imposibles, y las minorías no tendrán ninguna oportunidad de convertirse en mayorías gracias a la confrontación de ideas. La habrá sustituido la guerra civil de identidades. Con reacciones a la Trump garantizadas. El patriarcado ya se frota las manos. Como siempre, ha conseguido encontrar buenos sustitutivos para dividir, y seguir venciendo

[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en Marianne.net y reproducido en Crónica Global con autorización