Al fin se acaba el año, incluso el mundial de la vergüenza. Son fechas dadas a la armonía, la felicidad obligatoria, con más comidas y cenas de empresa que empresas. ¡Que corra el alcohol, como si no hubiera un mañana! ¡Que un día es un día! Bares, restaurantes y discotecas podrán cerrar un poco más tarde porque hemos por dado por superada la pandemia, pese a que la gripe y afecciones similares campen por sus fueros. Aunque sean fechas de añoranza por los ausentes y buenos propósitos o temamos que el nuevo año sea peor que el que ahora termina. Tampoco es fácil: han dejado muy alto el listón. Pero ¡viva la felicidad! Tiempos de endorfina a calderadas, hormona de la felicidad que mejora el estado de ánimo, tiene efecto antidepresivo y reduce la ansiedad.

Estamos teniendo un final de año que resulta difícil de explicar desde la perspectiva de la politología, la sociología o, más sencillamente, desde el sentido común. Así que resulta más indicado recurrir a la medicina: todos al médico, para olvidar este fin de curso de lenguaje insoportable hasta lo incomprensible en el Congreso, de frentismo absoluto mientras se debate la reforma del Código Penal, el fin de la sedición, la reforma de la malversación, la renovación del CGPJ y el TC. ¿Hasta qué punto interesa y preocupa realmente este debate a la mayoría de la población? Lo único claro es que el objetivo de La Moncloa es cerrar estos doce meses limpiando de obstáculos el año electoral que se avecina, libre de asuntos que puedan alterar los resultados de los comicios.

Ahora bien, aparecen cosas que resultan asombrosas. Admitido que era previsible que los indepes nos iban a dar la chapa con el referéndum de autodeterminación, reconozco que me ha sorprendido que la liebre saltara tan pronto, antes incluso de aprobarse las reformas que tanto les benefician. Un doctor me aseguraba que hay que buscar la explicación en la generación de endorfinas que ello les produce, una especie de éxtasis emocional para algunos como Oriol Junqueras o Pere Aragonés, por más que el segundo vaya a remolque del primero. Cosa que, en una especie de “y yo más”, lleva al President de la Generalitat a declararse abierto a la reforma de la Constitución para que encaje ese referéndum pactado que ERC, por voz de su presidente, ya ha adelantado. Y cuanto antes, mejor.

Es cuando menos curioso que Oriol Junqueras se haya descolgado con una propuesta de referéndum siguiendo el “modelo Montenegro”. Ya no sirven los ejemplos de Escocia o Quebec. La idea tiene su aquel: votar la independencia con una participación mínima del 50% del censo y respaldada por el 55% de los votos válidos emitidos. Un simple cálculo matemático permite concluir que poco más de una cuarta parte del censo electoral catalán (el 27’5%) podrá imponer a los tres cuartos restantes su proyecto irrenunciable de independencia que permita imponer la República catalana.

Le faltó tiempo al líder del PSC, Salvador Illa, para salir a la palestra y asegurar que “no habrá autodeterminación, pero si consulta a los catalanes”. Aunque la idea tampoco sea nueva, surge la duda de si era necesario decirlo en este momento tan agitado. ¿Para qué entonces la consulta? Cabe pensar que sea para decidir sobre si se renueva a Xavi Hernández como entrenador del Barça que, ya se sabe, es más que un club. Probablemente sería además un motivo de mayor preocupación colectiva que muchas de las cosas que estos últimos días, y los que vengan, hacen correr ríos de tinta y permiten ver situaciones pintorescas. Como es el caso de Unidas Podemos, manifestándose militantes pero no simpatizantes de esas reformas en marcha que tanto ocupan y distraen.

Mientras esto acontece, Cataluña sigue sin Presupuestos y arriesga perder tres mil millones de euros. De momento, ERC y Comunes ya han cerrado un acuerdo al respecto, mientras los socialistas están a por uvas, esperando de que les dejen meter cuchara en las lentejas: si quieres las comes y si no las dejas. Serán intensos estos últimos días del año. Sin que falte Xavier Trias dispuesto a darlo todo por la patria, catalana claro. Es previsible que se le hará larga la campaña. La Emperatriz del Paralelo ya le ha lanzado la pregunta más capciosa: cuál será su proyecto de futuro para Barcelona. También sería bueno saber cuál es el suyo y hasta podría interpelar en términos similares a Ernest Maragall. Pero claro, el candidato de ERC es imprescindible para aprobar los presupuestos del Ayuntamiento. Todo resulta un toma y daca: tú me respaldas a un lado de la plaza de Sant Jaume (Ayuntamiento) y yo os apoyo al otro lado (Generalitat).

Dice el candidato de Junts o como quiera que finalmente se llame la lista de Xavier Trias: no apoyará a Ada Colau, sino que hará alcalde a quien saque más votos del PSC o ERC, haya líneas rojas o cinturón de castidad cualquiera. Esa teoría del astuto Artur Mas le hizo perder la alcaldía en 2015. Para algunos puede sonar a sueño húmedo de sociovergencia. Especialmente para ese target social tan barcelonés de clase acomodada y acobardada que ahora echa pestes del gobierno municipal de coalición por la movilidad, la inseguridad o el destrozo urbano del Eixample y horas después se pronuncia públicamente en sentido contrario, con un “tout va tres bien, madame la marquise”. Pues nada, lo dicho, felices fiestas y un 2023 cargadito de endorfinas.