Entiendo perfectamente que Oriol Junqueras esté de los nervios con la impresentable levedad de Puigdemont. Le ponen una sábana y unas cadenas en los pies y en la próxima edición de los Óscar le dan la estatuilla de la historia a los fantasmas por su papel en su ópera prima de la película El fantasma errante. Dos meses el fantasma de Gante y, ahora, el fantasma de los Cárpatos. Estoy seguro de que el hijo de la pastelería de Amer no vendrá el cuando se constituya el nuevo Parlament el 17 de enero. El resto de los autoexiliados en Flandes estarán en la sombra fría de Bruselas, hasta que agoten sus recursos, maldiciendo el día que decidieron formar parte de su séquito.

Entiendo perfectamente a Oriol porque, respecto a Puigdemont, es un dechado de virtudes. Existen dos profesiones para ganarse la vida engañando, una es la de actor. Hay que representar todos los papeles que te echen, y por la que este año ganaría el Óscar a El fantasma errante. La otra profesión es la de político. Un político debe mentir para que no le quiten la silla y la cartera. De entrada, los de tu mismo partido y, luego, los que tienes enfrente. (La tercera profesión es la de ladrón, que, a veces, se parece a la de político).

Entiendo perfectamente a Oriol porque en estos dos meses de prisión ha visto que el estudiante Puigdemont ha aprendido con nota de matrícula de honor cum laude la cátedra de la mentira. Todos los políticos aprueban esta asignatura, exigencia de la carrera, algunos con un cinco raspado (digamos que hablo de Rajoy), pero sólo unos pocos privilegiados llegan a la matrícula de honor como Puigi.

Entiendo que Junqueras esté de los nervios porque la película de 'El fantasma errante' ya ha superado a las ocurrencias de Rufián: cada declaración supone un escalón más de despropósitos.

Entiendo perfectamente a Oriol, no porque se haya comido los turrones en la prisión de Estremera, ni porque por diez mil votos le hayan sacado dos cabezas de ventaja en la recta final en el sprint del 21D, sino porque por la vía de Rajoy, el plasma, Puigdemont pretenda continuar siendo el molt honorable president en el exilio; lo que psicológicamente le ha agravado el síndrome de la patología que padece: creerse infinitamente superior que sus rivales.

Entiendo perfectamente a Oriol porque la película de El fantasma errante ya ha superado a las ocurrencias de Rufián. Cada declaración supone un escalón más de despropósitos.

Recuerdo el mensaje que dio con motivo del fin de año en la Cosa Nostra: que no admitía como presidente a Oriol Junqueras por dos razones: porque él había ganado las elecciones (se olvida de quién las ganó) y porque Junqueras ha asumido de facto el "marco mental" del 155. Vamos, que está para ser encerrado, no en la prisión de Estremera, sino en el frenopático de Salt. Los locos son los únicos que no se enteran de su locura.