Se cumplen cuarenta años de una de las películas más brillantes de Luis García Berlanga, La escopeta nacional, con uno de los primeros guiones bilingües de nuestro cine. La historia cuenta cómo Jaume Canivell (Sazatornil) paga una cacería en la finca del marqués de Leguineche (Luis Escobar) para relacionarse con gente de la alta sociedad española (ministros, tecnócratas opusianos, nobleza rancia, clero integrista, amantes y putas de postín...) y así hacer negocio: "Yo, pensando en España, tengo la solución ideal para salvaguardar y proteger la vida y propiedad del ciudadano: el portero sereno automático".

Los diálogos de Azcona y Berlanga retratan situaciones absurdas y un catálogo de miserias con el fondo decadente del universo franquista y la inminente reubicación de personajes ante la llegada de una época nueva. Es en ese contexto de arenas movedizas donde el hacedor e intermediario Cerrillo (Rafael Alonso) introduce al burgués catalán acompañado de su amante (Mónica Randall): --Cerrillo: "Permítanme que les presente. Don Jaime Canivell, industrial catalán. Encantado". --Padre Calvo: "¿Catalán? Separatista, ¿eh? A ver cuándo dejan ustedes de joder con el Montserrat de las narices". --Jaume: "Hombre, yo... no, no, yo de turista ¿comprende? Funicular y nada más".

Cuatro décadas más tarde hemos vuelto al tiempo del laberinto montserratino. Parte del elenco de personajes que protagonizaron el golpe de Estado de septiembre y el esperpento de la declaración de octubre están tomando posiciones. Santi Vila parece una reencarnación de Canivell, pero con una importante diferencia: el escenario no es una cacería en una finca castellana propiedad de un decadente noble, sino una comida en una masía ampurdanesa con sobremesa cumbayá. El posible nuevo líder del catalanismo moderado sale del régimen para renovarlo. Se trata de que la familia nacional siga siendo una y grande y que los negocios vuelvan a ser el tema central de almuerzos y cenas. El mensaje de Vila ha sido claro: al movimiento independentista ya no lo apoyan ni dos millones de catalanes. Ha llegado el momento del cambio inmóvil.

Santi Vila parece una reencarnación de Canivell. Se trata de que la familia nacional siga siendo una y grande y que los negocios vuelvan a ser el tema central de almuerzos y cenas

En la renovada familia nacional pueden tener cabida todos y todas, hasta los hiperventilados onanistas de la CUP, que tanto evocan al berlanguiano hijo del marqués (López Vázquez) que se masturbaba por las esquinas. Tiene hueco hasta la alcaldesa ultra de La Garriga con su unívoco discurso lingüístico, bien protegida por los guardianes que desde 1980 vigilan la finca y su lengua pròpia. Un discurso que recuerda al del Padre Calvo (Agustín González) que ante la escena de la esposa engañada proclama: "Lo que yo he unido en la tierra no lo separa ni Dios en el cielo".

Han pasado cuarenta años y el delirio nacionalista ha superado la sátira berlanguiana. Antes como ahora, nadie va a ayudar al burgués catalán si no es en beneficio propio. El problema, como decía el inolvidable Jaume Canivell, es que aquella delirante España ya no se parece ni al Imperio Austro-Húngaro. Qué tiempos aquellos de la comunidad autónoma y del oasis catalán. Sea bienvenida, de nuevo, la gran familia nacional.