¿Por qué se habla de unidad cuando en realidad se habla de poder? El independentismo ha convertido la unidad en una especie de mantra. La unidad era esa piedra filosofal que lo podía todo. Bajo esta égida se forzó en 2015 la amalgama de Junts pel Sí. Aquello fue la panacea, pero si escarbabas un poco, la unidad era sólo una pose, un instrumento que tapaba las miserias. La unidad duró lo mismo que un caramelo a la puerta de un colegio. Se consumió en su propio fuego.

Desde ese momento, la unidad se convirtió en la forma de atacar al contrario y bajo la unidad se aspiraba solo a controlar un movimiento heterogéneo. La unidad era el poder. Lo hemos visto durante estos años. El independentismo era víctima de sus peleas cainitas bajo la égida de una unidad que nunca existió.

Puigdemont la ha esgrimido para poder ejercer el control. Junts per Catalunya es un buen ejemplo. Todos unidos, pero unos más que otros. Los que ahora configurarán el Partit Nacionalista fueron liquidados del PDECat. El propio PDECat se debate entre su fagocitación o la esperanza de supervivencia, aprisionado por los holligans del expresidente en el exilio. En la ANC, se machaca al discrepante sin demasiados miramientos. La Crida Nacional, otro engendro unitario, se ha convertido en el hacha que elimina toda discrepancia con el líder, unitario eso sí.

ERC se ha convertido en el “botifler” mayor del Reino, o de la República, si les parece más adecuado. Los poco sospechosos Pere Aragonès, Joan Tardà o Gabriel Rufián han sido quemados en las hogueras de las redes sociales acusados de ser traidores a la causa que siempre se equiparaba con esa unidad. Joaquim Torra, activista, dinamitó toda posibilidad de su reconstrucción desde que llegó a la presidencia de la Generalitat. Su gobierno, de unidad off course, ha sido un ejemplo de deslealtad, malas maneras, desconfianza y animadversión. La lucha por el control, por el poder, del movimiento independentista ha hecho trizas toda posibilidad de reconducir un entendimiento, aunque fuera precario.

El último episodio de la malentendida unidad ha sido el suplicatorio de Laura Borràs, que trataba de disimular su corrupción poniéndose sus mejores galas patrióticas. ERC y la CUP ya no han comprado la mercancía averiada de la unidad. Tampoco han puesto pie en pared. En un primer momento, afirmaron que votarían a favor del suplicatorio de Borràs. Al final, le afearon su trayectoria pero dieron la espalda al suplicatorio escaqueándose de la votación para “no blanquear al Tribunal Supremo”. Una demostración más de esa unidad que sólo existe en la mente de los más bucólicos.

La precariedad del movimiento independentista se agrieta sobremanera si se mira al más inmediato futuro. Puigdemont ataca sin miramientos a PDECat, que se ha convertido en el caballero de la triste figura; a ERC, que pretende ajar atrayendo a su mantra a los más hiperventilados; e incluso a la CUP, que trata de partir en dos, sumando a su causa “unitaria” a Poble Lliure, en una alianza imposible entre la derecha tradicional con veleidades marxistas y la extrema izquierda que quiere hacer buenos los postulados del viejo PSAN.

Artur Mas desempolvó la unidad independentista y acabó en la papelera de la historia. Ahora esa unidad es una mera falacia para repartir carnets de patriotas, para liderar luchas de baja estofa, y para potenciar el culto al líder. No hay más. Ahora, el único objetivo, es subir al podio del independentismo ganando las próximas elecciones. Para lograrlo todo vale para lapidar al contrario. La unidad ha muerto y todavía no se han dado cuenta. ¡Viva la unidad!