¿Se puede gritar y abuchear en una sala de cine porque no nos guste una película? ¿Pueden quince personas ondear esteladas y cantar Els segadors durante la celebración de una misa en Santa María de Mar? ¿Puede un grupo de socios del Real Madrid desplegar una pancarta en el Bernabéu durante un partido con el lema "vota Partido Popular"?

Vamos por partes. En primer lugar, poco descubro a nuestros informados lectores si les digo que la libertad de expresión y la de información son derechos fundamentales reconocidos y consagrados en un rico sustrato legislativo que abarca desde la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Convenio Europeo y nuestra Constitución. No será por reconocimientos y protección desde luego.

La controversia actual, tanto la de Facebook como la de la UEFA, radica en la forma, lugar y momento en que un ciudadano puede ejercer tales derechos utilizando los servicios de entidades privadas, que también tienen derecho a organizar sus actividades.

Ni Facebook ni el resto de redes sociales son los guardianes de la libertad de expresión, ni tienen por qué serlo

Con respecto a Facebook, pero también en relación a otras redes sociales y prestadores de servicios de internet como Youtube o Twitter, por citar a algunos, tampoco descubro nada (disculpen de nuevo), si afirmo que los ciudadanos utilizan estos servicios digitales de forma masiva para expresar sus ideas y comunicar y recibir información. Y los utilizamos de tal forma, cualitativa y cuantitativamente, que tales prestadores se han convertido en los mayores vehículos para el ejercicio de los derechos de expresión y de información. Máxime si la propia prensa y los medios de comunicación (tradicionales) los utilizan igualmente para llegar a mucha más audiencia. Tal como explica muy bien el profesor Enrique Dans en su blog.

La paradoja es que ni Facebook ni el resto son los guardianes de la libertad de expresión, ni tienen por qué serlo, a pesar de que en la práctica ostenten casi un monopolio sobre cómo millones de ciudadanos de todo el mundo utilizan estas plataformas para comunicar ideas y recibir información.

Partamos de un principio, a Facebook no le tiene por qué gustar todos los contenidos (expresiones, información) que cuelgas, ni tiene por qué compartirlos, ni consentirlos.

Entonces, qué sucede si a Facebook no le gusta un comentario o una noticia que has colgado en su servicio. ¿Lo puede retirar sin que ello suponga una violación del derecho de expresión o de información? Estos han sido los famosos casos de fotos de madres dando pecho o, el más reciente, el de la noticia que llevaba la famosa foto de la niña vietnamita corriendo con medio cuerpo quemado por napalm. Ambos contenidos fueron inicialmente retirados de Facebook. En primer lugar, advirtamos que nos encontramos ante una paradoja digital-legal-global; Facebook es una empresa con sede en California que presta sus servicios a miles de millones de usuarios de todo el mundo, con sensibilidades, gustos y culturas muy variadas, aparte de regímenes legales dispares. Y como californiana que es, Facebook se debe al derecho estatal y federal de EEUU.

La libertad de expresión en Estados Unidos es el curioso fruto de su cultura e historia, y a pesar de que por lo general es la más amplia del mundo, tiene ciertas particularidades que pueden llamar la atención a ojos del europeo medio. Su modulación obedece a dos ejes; el ideológico y el moral. Con respecto al ideológico, los límites son ciertamente muy extensos, permitiéndose por ejemplo como ejercicio de freedom of speech (el famoso first amendment, o primera enmienda) los desfiles del partido nazi o los del Ku Klux Klan (algo impensable y hasta delictivo en Europa). En cuanto al eje moral, y aunque pudiera parecer contradictorio, se imponen ciertos límites puritanos. De ahí por ejemplo que Facebook no permita fotos de desnudos, pechos, nalgas, etc. Mis amigos americanos se asombran cuando ven aquí los anuncios de champús (¿se acuerdan de los de FA?), algo impensable allí.

Los ciudadanos debemos comprender y aceptar que las entidades privadas también tienen derecho a organizar su actividad según sus propios criterios (dentro de la ley, por supuesto)

Ante esta realidad, Facebook, que también tiene derecho a ello, exige y limita los contenidos a publicar contenidos de acuerdo con sus condiciones de uso (las cuales, obviamente, se deben ajustar a la ley), que a pesar de que pivotan sobre el derecho americano, no es menos cierto que las ha ido modulando o globalizando, hasta por ejemplo rectificar y permitir tanto la fotos de las madres dando pecho (con condiciones, claro: pecho y niño juntos, no a un metro de diferencia) y la foto de la niña vietnamita. No seré yo quien dé lecciones al patrón de Facebook, Mark Zuckerberg, joven al que por otro lado auguro un futuro prometedor, pero sospecho que es consciente de que su empresa debe transitar desde esos estándares legales locales hacía uno global, propio, el de Facebook, en el que se sientan cómodos y respetados la mayoría de sus usuarios de todo el mundo, y a la par que suponga un auténtico motor y promotor de la libertad de expresión e información, como en buena medida ya lo es y lo quiere seguir siendo. Pero este tránsito no será de hoy para mañana. En todo caso, quizá un día desarrollen un algoritmo que evalúe los contenidos de cada usuario en función de su localización y permita que unos usuarios los vean y otros no.

Lo de la UEFA es otro cantar. Qué duda cabe que una entidad privada dedicada a la promoción del fútbol (en teoría) tiene derecho, por ejemplo, a evitar que la política interfiera o se aproveche de sus actos (partidos de fútbol). Y mucho menos que tal interferencia se haga con la aquiescencia de los clubes ligados a la propia UEFA. El problema de las esteladas, como bien explica Jordi Carrillo en este diario digital, no es que un ciudadano exhiba una estelada en un partido de fútbol de Champions, sino --y sobre todo-- que el club en cuestión no haga nada, o incluso que lo fomente. Máxime si el club sabe perfectamente que organizaciones políticas están repartiendo miles de esteladas junto a su estadio, y no hace nada por disuadir, informar o alertar al socio de que los partidos en su estadio son fútbol, y solo fútbol. El espectador o socio del Barça dispone de ilimitadas ocasiones, espacios y momentos para exhibir esa estelada o una pancarta del PACMA.

Para ir cerrando, un ciudadano no puede imponer a una entidad privada (sea Facebook o la UEFA) cómo debe gestionar su actividad o qué puede o no permitir en los servicios que organiza. El equilibrio entre la forma en que una entidad privada regula su actividad y el derecho de a la libertad de expresión, no provoca, por lo general, ningún tipo de censura o limitación a tales derechos. Los ciudadanos debemos comprender y aceptar que las entidades privadas también tienen derecho a organizar su actividad según sus propios criterios (dentro de la ley, por supuesto). Y que tales entidades pueden demandar, de forma razonable, equilibrada y proporcionada, ciertos comportamientos a sus usuarios en forma de --digámoslo así-- un derecho de admisión o de etiqueta. Y ello no tiene por qué suponer una vulneración de nuestro derecho de libre expresión, ya que afortunadamente disponemos de alternativas casi ilimitadas para ejercer tales derechos. El resto es querer ver barreras donde no las hay.