Las encuestas, las referidas a las autonómicas andaluzas, pero también las de las generales o municipales, empiezan a plasmar un fuerte crecimiento de VOX. Incluso en Cataluña, donde un sector del nacionalismo secesionista catalán ocupa parte de su espacio electoral, Vox obtendría, según las encuestas disponibles, representación en prácticamente todos los municipios del Área Metropolitana de Barcelona.

Las causas de este crecimiento de VOX que calificaré de populismo de derecha, más o menos extrema, no son específicas españolas. De hecho, en España, salvo el sector del independentismo catalán cuyo discurso es una adaptación local del populismo de derechas, esta corriente política ha tardado más en aparecer que en el resto del mundo occidental.

Pero una vez emergido no parece que el fenómeno vaya a ser flor de un día. Juegan a su favor el acceso al poder de Trump, Bolsonaro, Salvini, Orbán y el crecimiento electoral del Frente Nacional francés, el AFD alemán y otros muchos. Entre los que se encuentra parte del secesionismo catalán, el encabezado por Torra y Puigdemont.

Las causas del crecimiento de estas opciones políticas, con sus especificidades locales, son comunes. Se nutren del creciente número de personas que en el mundo occidental consideran que causas justas en sus inicios se han vuelto discriminatorias para determinados sectores de la población u ofenden sus creencias, tradiciones y sensibilidades.

En Occidente existe un consenso general en favor de promover la igualdad entre hombres y mujeres, en combatir la violencia machista, en defender los derechos de los homosexuales, en denigrar la homofobia. Pero no en la ideología de género que fomenta la confrontación de sexos o niega las diferencias biológicas.

También existe un amplio consenso en considerar la inmigración una necesidad económica y un deber moral en muchos casos. Pero no en que se respeten más las tradiciones ajenas que las propias o en tratar de encubrir los problemas sociales que origina la inmigración.

La mayoría de personas quiere un trato digno a los animales, pero no comulga con un animalismo extremo que iguala a los animales con el ser humano.

También existen amplios sectores sociales perjudicados por los efectos económicos de la globalización que deja descolgados a los menos preparados, a los menos competitivos. O que no comparten sus efectos culturales que acaban con las costumbres y tradiciones locales.

En España existe un elemento específico. La reacción del nacionalismo español y el jacobinismo no sólo como respuesta a la globalización sino también como reacción a la pujanza de los nacionalismos periféricos.

Y frente a estas cuestiones los partidos tradicionales han adoptado un perfil desdibujado, incapaces de separar el grano de la paja, de hacer frente con suficiente energía y claridad de ideas, sin eufemismos, sin supeditación a lo políticamente correcto.

No me gusta lo que veo. El populismo de izquierdas, y de derechas, las tentaciones iliberales deben ser combatidas por los que crean en el modelo de sociedad nacido tras la segunda guerra mundial.  Es necesario reequilibrar el péndulo, si no queremos caer en una deriva de división y confrontación de final incierto, pero en ningún caso positivo. Es urgente rehacer un discurso centrado pero claro e inequívoco que apele a valores fundamentales como la libertad individual, la presunción de inocencia, el respeto de las creencias ajenas, en definitiva, poniendo en valor las virtudes del estado de derecho, de la Ilustración.

Y es de máxima urgencia ante la perspectiva de una nueva crisis económica que puede exacerbar la tendencia a la desvertebración social y acabar con un sistema de convivencia que, con todos sus defectos, continua sin tener una alternativa mejor. La responsabilidad de la derecha y la izquierda democráticas es afrontar los problemas, hacer pedagogía, no dejarse seducir por el populismo. Mientras no hagan lo suficiente los populismos seguirán creciendo.