Es un famoso cuento que nos contaban nuestros mayores: “Había una vez un joven pastor que cuidaba todas las ovejas del pueblo. A veces, la vida en la colina resultaba agradable y el tiempo pasaba rápido. Pero a veces, el joven pastor se aburría…” Para matar el aburrimiento, se le ocurrió ponerse a gritar que venía el lobo. Frenéticos, los paisanos acudieron presurosos a la colina para expulsar a la fiera, pero en su lugar se encontraron al pastor partiéndose de risa. La segunda vez, la broma ya no les hizo ninguna gracia. 

Llegó el día en que verdaderamente vino el lobo, y cuando el pastor se puso a gritar que venía el lobo y que estaba masacrando a las ovejas, nadie hizo el menor caso. “¡Otra vez con esas…! Si hay un lobo de verdad, que se dé un festín con el pastor, por embustero”.

Eso es lo que ocurrió en el cuento. Y eso es lo que le ocurrirá a la izquierda si no deja de invocar a la extrema derecha en vano, si no deja de aullar “¡que viene la ultraderecha!” cuando no viene al caso.

¿Una ley para reforzar los principios republicanos? “De ultraderecha”. ¿Una política antiterrorista? “¡Ultraderecha!” ¿Unas jornadas nacionales sobre la laicidad, en las que se ha citado a Jean Jaurès y se ha denunciado el racismo contra los musulmanes? “¡Cosas de ultraderecha!”. ¿Ser negro y no detestar Francia? “De extrema derecha”. ¿Alarmarse por las derivas segregacionistas en algunos sectores del antirracismo? “¡Ultraderecha!” ¿Recordar que un terrorista se ha radicalizado en nombre de una ideología concreta? ¡Ultraderechista!” ¿Denunciar el linchamiento a un policía? “¡Ultraderecha!”

A este paso, tan sólo los ciclistas woke, “racializados” y veganos, amantes de las obras y del islamismo, estarán a salvo de ser tratados de ultraderechistas. Y ni siquiera… tienen que tener menos de 50 años, y no haber participado en Mayo del 68. La última campaña de EELV París lo deja bien claro. El mejor motivo para ir a votar es hacer un cordón sanitario a ¡Alain Finkielkraut y a los “boomers”! Unos auténticos ases, ya les digo. Una máquina de volver odiosa la izquierda y la ecología para cada vez más gente.

Cuanto más nos acercamos a las elecciones presidenciales, más se desgañita esta izquierda aborregada: “¡Que viene el lobo! ¡Que viene la ultraderecha!” Y ya no se la escucha. Ni siquiera cuando el lobo viene realmente. Cuando, por ejemplo, Philippe de Villiers --dirigente del Movimiento por Francia, partido de derecha soberanista-- llama a la insurrección. O cuando Marine Le Pen escala posiciones en los sondeos, o cuando antiguos generales del Ejército agitan el riesgo de una “guerra civil” para fantasear sobre un golpe de Estado para defender “nuestros valores civilizatorios”, desde las páginas de la revista Valeurs actuelles.

Esta izquierda aúlla. Pero, ¿quién la escucha todavía? Ella, que adora gritar que viene el lobo cuando no hay ningún lobo, sino fuerzas de centro y de otras izquierdas que defienden la República y la laicidad.

Lo peor es que el lobo, el verdadero lobo, sí que existe. La ultraderecha puede ganar las próximas elecciones presidenciales. Pero, ¿cómo le impedirá el paso, quien ha perdido toda credibilidad?