Como se han puesto de moda los referéndums, al igual que se ponen de moda los artículos de consumo personal, se hizo el referéndum en el Reino Unido. Sencillo, al igual que se frota la lámpara mágica de Aladino, con los mismos votos que se necesitan para cambiar de gobierno cada cuatro años. ¡Oh, sorpresa! Cuando salió el genio para pedir un deseo, los británicos dijeron que querían salir de la Unión Europea porque les asustaba dejar de ser quienes son y la libre circulación de personas en sus fronteras. Este deseo, así expresado en un día de mal pie, los puso manos a la obra para demoler lo que se ha tardado tantos años en construir, la integración del Reino Unido en la Unión, incluidas todas sus excepcionalidades.

En Europa se han realizado otros referéndums, ligados a la falta de lealtad de algunos gobiernos hacia decisiones colectivas que no les han gustado. Recordemos el referéndum en Grecia, cuyos resultados Tsipras ignoró, y el de Hungría en relación a los inmigrantes, cuyos resultados no se consideraron válidos por falta de participación ciudadana. Aunque al final no hayan sido trascendentes, son significativos de la falta de vinculación que generan algunas decisiones de la Unión Europea y ponen en duda la voluntad de participación de algunos países en el proyecto en común.

Independientemente de cómo acaben resultando las futuras relaciones con el Reino Unido o con Estados Unidos, la UE debe apostar decididamente por la Europa de los ciudadanos

Una vez más, el genio de las votaciones nos sorprendió en la madrugada del 8 de noviembre con el triunfo de Donald Trump en las elecciones norteamericanas. El mismo Trump que se frota las manos con el Brexit; el que quiere construir muros para la gente y el comercio; el amigo de la Rusia que invade Ucrania; el que dice que el calentamiento global es una mentira de los chinos; el que propone que si algún tarado dispara por la calle a los transeúntes, mejor que todos le disparemos; el que pone en duda la Alianza Atlántica, los tratados comerciales, y las organizaciones internacionales, desde la OMC hasta la propia ONU. A éste, que insulta a su adversario y propugna liquidarlo, no tardaron en felicitarle con gran satisfacción todos los partidos europeos filo nazis. Por cierto, ya empezamos a tener unos cuantos.

Independientemente de cómo acaben resultando las futuras relaciones con el Reino Unido o con Estados Unidos, la Unión Europea debe apostar decididamente por la Europa de los ciudadanos. A partir de ahora, Europa contará menos con Estados Unidos y estará más aislada. En su interior crecen los miedos y las ideas que en otro tiempo generaron las grandes guerras.

Si continúan creciendo las ideas de aislamiento y desunión, Europa no sólo se juega su supervivencia, también está en juego la integridad de los países que la componen

Europa necesita fortalecerse. Si es necesario, construir la federalización de Europa a dos velocidades. ¡Hagámoslo! Pero los países que quieren una Europa social más democrática no pueden seguir al socaire de los que sólo quieren estar en un club que permite hacer buenos negocios, por el gran número de consumidores que hay. Los ciudadanos europeos tienen que volver a creer en el proyecto europeo y desde nuestro país hay que tomar impulso para favorecerlo. Si continúan creciendo las ideas de aislamiento y desunión, Europa no sólo se juega su supervivencia, también está en juego la integridad de los países que la componen.

Al margen de la demagogia política, es el momento de transformar esta crisis en una gran oportunidad para construir lo que la mayoría de ciudadanos europeos deseamos: la Europa que quiere construir su futuro sin fronteras, la Europa de la democracia, la solidaridad y el crecimiento de sus ciudadanos. La Europa, región del mundo donde queremos vivir.