Pensamiento

Estos autistas que nos gobiernan

19 diciembre, 2014 08:30

En Francia tuvo un gran éxito de público y de crítica el libro –en una primera edición de 1976 y en sucesivas ediciones revisadas y ampliadas- “Ces malades qui nous gouvernent”. Los autores, Pierre Accoce y el Dr. Pierre Rentchnick, analizan el comportamiento de jefes de Estado y de gobierno de la época y del pasado reciente de diferentes países, tanto de dictaduras como de democracias, (Mao Zedong, Borís Eltsin, Habib Bourguiba, Fidel Castro, Nicolae Ceausescu, Sadam Husein, Muamar el Gadafi, Franklin D. Roosevelt, Georges Pompidou, François Mitterrand, John F. Kennedy, Andreas Papandreu, Ronald Reagan, Juan Pablo II…) aquejados de enfermedades orgánicas severas o de desequilibrios físicos y mentales, que en personas corrientes serían episodios desgraciados sin repercusiones sociales, pero que en dirigentes de primer rango pueden tener, y han tenido, consecuencias graves para los entes que gobiernan.

El ejercicio de la alta política debería ser una de actividades humanas más exigentes en cuanto al equilibrio físico y mental de las personas que lo practican

La enfermedad o los desequilibrios de los gobernantes a veces son patentes e incluso seguidos con consternación y compasión (François Mitterrand, Václav Havel, Juan Pablo II…). En la mayoría de los casos pasan desapercibidos para el gran público ocultados por la parafernalia del poder y de los intereses que lo rodean. Justo es decir que los desarreglos de salud no justifican ningún exceso ni ningún vacío de gobernación; el político afectado si es responsable tiene que renunciar al cargo “motu proprio”.

El ejercicio de la alta política debería ser una de actividades humanas más exigentes en cuanto al equilibrio físico y mental de las personas que lo practican. Desgraciadamente no siempre se cumple con esta exigencia. A los trastornos que pueden padecer los políticos como cualquier otra persona se añaden en algunos casos alteraciones del comportamiento que el ejercicio del poder origina, como por ejemplo megalomanía, ensimismamiento, incomunicación, susceptibilidad aguda, desordenes en la percepción de la realidad…

En este orden de alteraciones se situaría lo que es descrito como autismo político, fenómeno que ya es objeto de estudio por los politólogos, y que consiste, fundamentalmente, en una pérdida de capacidad de comprensión y de valoración del mundo circundante cuando no coincide con la creencia adoptada por el político respecto a determinados aspectos de la realidad.

Otro caso que entraría en el autismo político es el de Mariano Rajoy que después del 9N se desplaza un par de horas a Cataluña, se encierra con sus acólitos y desconoce la enrarecida situación política

Temo que estemos padeciendo colectivamente los efectos del autismo político en que han caído Artur Mas y Oriol Junqueras como principales impulsores del movimiento independentista, y que ha “contagiado” a colaboradores y militantes y a capas de la población catalana. Además de síntomas personales preocupantes – Artur Mas se enclaustra, Oriol Junqueras lloriquea- sostienen la creencia, a pesar de todas las evidencias en contra, que es factible la independencia de Cataluña. Mas la imagina a cámara lenta, Junqueras instantánea; los dos están fuera de la realidad.

No se trata solo de ignorancia o de un desprecio del orden internacional que rige en la formación de nuevos Estados, de la existencia de la UE, de la inviabilidad material y política del proyecto, de la historia de España, de los sentimientos de millones de personas que no comparten aquella creencia…, es peor, es autismo.

Otro caso que entraría en el autismo político es el de Mariano Rajoy que después del 9N se desplaza un par de horas a Cataluña, se encierra con sus acólitos y desconoce la enrarecida situación política de Cataluña, además de ignorar persistentemente la realidad social de España: “La crisis ya es historia”, ha dicho.

No nos podemos permitir como sociedad ser gobernados por autistas políticos, por eso a la primera oportunidad electoral tienen que ser apartados del poder para el bien y la estabilidad generales y colocados donde no puedan perjudicar más a la mayoría de sus conciudadanos.