El levantamiento de restricciones en medio mundo, incluidos los gobiernos que más han cercenado las libertades de sus ciudadanos, como el catalán, con los viejos indicadores de contagios todavía disparados marca una clara tendencia, encerrarnos en casa ya no da votos sino más bien al contrario y avanzamos a pasos agigantados hacia la normalización de esta enfermedad.

El 20 de diciembre de 2021 se impuso un nuevo toque de queda en Cataluña, se cerró el ocio nocturno y se limitaron aforos. Entonces, la incidencia a siete días en Cataluña era de 440 casos con 1.300 personas en el hospital y 320 en la uci. Se levantaron las restricciones, salvo el demonizado ocio nocturno, con una IA7 de 3.130, 2.900 personas en el hospital y 500 en la UCI. Y lo mismo que ha hecho el Gobierno catalán lo ha hecho el inglés, el holandés o el danés. El liberticidio se acaba, salvo que surja una nueva variante letal, cosa que no se espera.

Hace dos años la pandemia nos sorprendió a todos y bien está lo que se hizo. Cuando se usan pistas de hielo o párkings para almacenar cadáveres algo hay que hacer. Nada se puede reprochar a lo hecho en las primeras semanas de la pandemia, todos los gobernantes lo hicieron lo mejor que pudieron, aunque se usasen mecanismos legales que luego se han demostrado inadecuados. Pero de esto hace ya dos años y ahora no valen las mismas recetas.

Lo primero, y más importante, es que la situación sanitaria es muy diferente. Las vacunas, la inmunidad adquirida por contagios, el conocimiento de la enfermedad y la propia evolución del virus hace que ahora el Covid sea una enfermedad radicalmente diferente a la que padecimos en primavera de 2020. Todas las métricas han saltado por los aires, pero la realidad es que con unos contagios disparados por no decir disparatados los hospitales no solo no se llenan, sino que poco a poco se están vaciando.

No deja de ser significativo que estando en unas cifras altísimas de contagios declarados y sabiendo que estos son muchos menos de los reales, las ucis han comenzado a vaciarse evidenciando que quienes están en ellas son, sobre todo, afectados con la variante anterior, la delta, y, por tanto, la mayoritaria actualmente, la omicrón, es muchísimo más leve, sea por su naturaleza, sea por el estado inmunológico generado por vacunas y contagios previos.

Una vez que occidente, a diferencia de Asia, rechazó la tolerancia cero con el Covid, hemos llegado a un punto que toca ser cien por cien tolerantes.

Con más de millón y medio de contagios en los últimos catorce días, ¿tiene sentido hacer el paripé en los aeropuertos? Según las estadísticas oficiales, en los últimos siete días hemos importado 190 casos... una gota en el océano. Con el virus campando a sus anchas como demuestra que el 30% de las pruebas son positivas, ¿por qué seguimos haciendo pruebas y más pruebas si no sirven para frenar al virus? A menos pruebas, menos incidencia (y eso es lo que ya está pasando).

La mejor manera de acabar con la pandemia ahora es, simplemente, olvidándonos de ella. Dejemos de contabilizar casos, centrémonos en las soluciones a los problemas operativos como son las bajas laborales y la consolidación de un sistema sanitario de respuesta a enfermedades infectocontagiosas y desescalemos el alarmismo. Ahora el foco debería estar en la situación de las ucis, no en los contagios.

En el comienzo de la pandemia los medios de comunicación fueron vitales para concienciar a la población sobre la gravedad del problema. Ese buen papel ha quedado empañado por la tendencia al alarmismo, cuando no amarillismo, una vez pasó la primera alarma. Sería el momento de recuperar su imagen comenzando a relativizar su importancia y, sobre todo, dándole menos minutos. Pasemos página y centrémonos en recuperar nuestra maltrecha economía, que falta hace, acechada por la inflación y las amenazas geopolíticas.