El lenguaje inclusivo es una de las maneras con la que el poder político pretende decirnos cómo debemos expresarnos. Esto ha llegado hasta tal punto que si alguien no habla siguiendo estas reglas, sin ningún tipo de escrúpulos se le tacha automáticamente de machista. Si dice “alumnos” en vez de “alumnado”, ya tiene el cartel colgado en la espalda. Lo mismo sucede con quien no desdobla o no utiliza el femenino genérico.

Esta deriva ha generado mucha confusión entre la sociedad, porque, aunque persiga el loable objetivo de dar visibilidad a las mujeres, la verdad es que el uso del lenguaje no sexista no solo genera confusión, sino que puede llegar a utilizarse como una tapadera para no llevar a cabo políticas públicas que tengan un impacto real en la igualdad de género. Estas consecuencias ya fueron advertidas por diferentes lingüistas. Por supuesto, debemos destacar a M. Carme Junyent, que ha sido la cara visible de la oposición al lenguaje inclusivo. Este mes de septiembre ha publicado un libro titulado Som dones, som lingüistes, som moltes i diem prou, en el que un grupo de 70 mujeres que de un modo u otro se dedican a la lengua expresan su opinión sobre la cuestión del género en la lengua. Sin la menor duda, este libro es más que recomendable para cuestionarnos este dogma.

Una de las ideas que quedan más claras al leer este libro es que el género gramatical (categoría que sirve para clasificar morfológicamente los sustantivos) no se corresponde con el género social (categoría correspondiente al sexo de los individuos según los roles y funciones que tienen en la sociedad) y, como muy claramente apunta Elga Cremades, se está confundiendo el uso del masculino genérico con el machismo estructural en nuestra sociedad. Incluso yendo más allá, M. Carme Junyent recalca que “si tuviéramos en cuenta que la categoría género como sistema de clasificación de los sustantivos es claramente minoritaria en las lenguas del mundo y el género tal y como lo entendemos nosotros (clasificación de los sustantivos en masculino, femenino, neutro…) es claramente residual y, en cambio, el machismo es universal”. Lo que nos lleva a concluir que evitar utilizar el masculino genérico no nos va a convertir en una sociedad más igualitaria.

Cada una de las autoras da un punto de vista muy particular que, apoyado con sus conocimientos de lingüística, nos ayudan a entender la cuestión mediante ejemplos que nos harán reflexionar. Me gustaría destacar también algunas posturas en relación a los desdoblamientos que tanto se estilan ahora. En particular, Anna Tudela señala que la lengua tiende a la eficiencia para transmitir la información y advierte que, por ello, es muy probable que en algún momento nos olvidemos de desdoblar, generando así cierta confusión. Lo ilustra como sigue: “si en el texto se alterna profesores y profesoras, y profesores con el mismo significado, se introduce una ambigüedad: ¿cómo podemos saber que este profesores incluye a las mujeres y cuando no?”. No es para nada una cuestión fácil de resolver si además le añadimos que tendremos que concordar los verbos y los adjetivos con el sujeto.

La mayoría de las autoras coinciden en que intentar decidir 'desde arriba' qué lenguaje es correcto usar no tiene ninguna buena previsión de arraigar en la sociedad, sino que es la propia lengua la que se adapta a los cambios sociales. ¿Qué diría Orwell al respecto?

En vista del pobre impacto que tiene el lenguaje inclusivo en la desigualdad de género, este se convierte en la coartada perfecta para las instituciones de trasfondo inmovilista. Parece que lo que importa es aparentar que nos preocupamos por “eso de las mujeres”, pero, sinceramente, yo, como mujer, no quiero más apariencias políticamente correctas; quiero políticas feministas reales que vayan más allá de la simple visibilización, quiero que las políticas sean sin rodeos y nos garanticen las mismas oportunidades que a ellos. Sin embargo, los dirigentes políticos se limitan a reaccionar y a hacer activismo feminista mediante acciones muy simbólicas, pero a su vez poco significantes, olvidando que ellos son precisamente los destinatarios de nuestras reivindicaciones, creando así una falsa sensación de que se está haciendo algo. De esta forma, el lenguaje inclusivo no sólo está siendo utilizado como una herramienta para comprender y representar el mundo, razonar o compartir información; sino como una señal de pertenencia a un grupo y arma motivadora contra otros grupos. Y mientras tanto, como dice el dicho catalán, “qui dia passa, any empeny”, y nos seguiremos tachando de machistas cuando alguien se atreva a utilizar el masculino genérico. En resumen, tal y como dice, M. Carme Junyent la “revolución institucional es, en realidad, una estafa institucional”.