No cabe duda de que los culpables de los acontecimientos vividos hoy en Cataluña son quienes se han saltado las leyes, han llamado a la confrontación y han utilizado a la ciudadanía, niños incluidos, como escudos humanos para tratar de consumar su golpe de Estado.

Dicho lo anterior, y sin que sirva de atenuante a la exigencia de responsabilidad política y jurídica hacia los dirigentes secesionistas, es evidente que el Gobierno español debe asumir su responsabilidad política. Debió actuar antes aplicando el artículo 155 de la Constitución o cualquier otra fórmula que le permitiera intervenir los Mossos o suspender la autonomía.

No habiéndolo hecho, es un error muy grave, y más una vez desarticulada la logística del pseudorreferéndum, llevar a la Guardia Civil y la Policía Nacional a los colegios electorales. Nos hubiéramos evitado heridos y permitir a los responsables de los hechos, los dirigentes secesionistas, hacerse pasar por víctimas. Un auténtico despropósito.

Sin dar la batalla ideológica al nacionalismo, sin combatir su proselitismo y clientelismo que todo lo corrompe, no hay ninguna esperanza de un futuro digno para los catalanes

La pregunta es: ¿y ahora qué? No hay decisión fácil, ni solución a corto plazo del problema. Desde luego, lo primero es actuar legalmente contra los dirigentes secesionistas causantes de la situación de confrontación que se vive en Cataluña. También debería dimitir o ser cesado, como mínimo, el ministro del Interior. Y a partir de ahí, convocar, conjuntamente, elecciones autonómicas y generales. No me entusiasma la idea pero no hay alternativa salvo la suspensión de la autonomía que será inevitable si las fuerzas secesionistas materializan una DUI, pero que, de no ser así, debería evitarse por poco que sea posible, pues es un camino que se sabe como empieza pero no cómo acaba.

Sea cual sea el escenario, el problema de fondo --cómo revertir 40 años de agitación y propaganda nacionalista-- continuará presente a la espera de que los partidos constitucionalistas aparquen su política cortoplacista y trabajen a largo plazo para que Cataluña vuelva a ser abierta, tolerante y plural en una España con las mismas virtudes. Porque sin dar la batalla ideológica al nacionalismo, sin combatir su proselitismo y clientelismo que todo lo corrompe, no hay ninguna esperanza de un futuro digno para los catalanes. Encontrar a quiénes lideren España y Cataluña con estos objetivos no va a ser tarea fácil.