El pasado 7 de mayo, los principales líderes europeos respiraron aliviados. Esta vez no hubo sorpresa, Macron ganó las elecciones presidenciales en Francia. Por tanto, la nación vecina continuará perteneciendo a la zona euro. Al menos a corto plazo, la prima de riesgo no volverá a ser noticia, no existirá ninguna nueva crisis de deuda, ni tendrá que intervenir de forma rápida y contundente el BCE para calmar a los mercados financieros.

El nuevo presidente es un político diferente a sus predecesores en el Palacio del Elíseo y también a los jefes de Gobierno europeos. Tres son los principales rasgos que le diferencian: su juventud (39 años, el más joven de la V República), la inexistencia hasta el momento de un partido que le respalde y su indefinición dentro del tradicional eje derecha-izquierda. Una dicotomía que considera anticuada y propia del siglo XX, siendo la adecuada a la actual centuria la que distingue entre los políticos reformistas y los continuistas. Una moderna forma de ocultar que es de derechas (liberal).

Dichas características, unido a un profundo europeísmo, han llevado a una sustancial parte de la prensa del continente a calificarle como la gran esperanza de la política europea. En concreto, piensan que puede ser el dirigente que consiga solucionar los principales problemas de la zona euro y relanzarla hacia el éxito. El plan de Macron consiste en reeditar el eje franco-alemán que creó la Comunidad Económica Europea, a través de la asunción por parte de Francia de un papel más destacado en las principales decisiones comunitarias.

El plan de Macron consiste en reeditar el eje franco-alemán que creó la Comunidad Económica Europea, a través de la asunción por parte de Francia de un papel más destacado en las principales decisiones comunitarias

Para conseguir dicho nuevo rol, el presidente entrante piensa que el país vecino debe primero ganarse la confianza del teutón y dotarse de una competitividad de la que en la actualidad carece. Con dicha finalidad, Macron cree fundamental reducir en los próximos cinco años 60.000 millones de gasto público y disminuir en 120.000 el número de funcionarios, cumplir con los objetivos de déficit pactados con la Comisión Europea, bajar el impuesto de sociedades y realizar una reforma laboral muy similar a la efectuada por Rajoy en España. Unas reformas que serán muy difíciles de poner en práctica, si no cuenta con el suficiente respaldo parlamentario. En la actualidad, una auténtica incógnita.

Una vez Francia haya realizado las anteriores políticas, Alemania debería observar la nueva sintonía económica que existe entre ambos países y aceptar los siguientes cambios: la emisión de eurobonos, la disminución de su eterno superávit comercial y la flexibilización del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Desde mi perspectiva, la propuestas de Macron son muy interesantes y acertadas. No obstante, dudo mucho que si continua Merkel éstas sean aceptadas, tanto si Francia cambia, como si no lo hace, su actual política económica.

La primera propuesta implicaría la emisión de deuda por parte del BCE. Podría ser de forma adicional, o en sustitución, a la generada en la actualidad por los respectivos bancos centrales nacionales. Su principal repercusión sería impedir la aparición de nuevas crisis de deuda. La segunda supondría el impulso por parte de Alemania de su demanda interna, sus importaciones y el crecimiento económico de la zona euro. La tercera comportaría sustituir un objetivo de déficit público fijo (igual o inferior al 3%) por otro que estaría relacionado con el incremento del PIB, debido a la elevada dependencia de los ingresos públicos del nivel de aquél.

Macron aspira a que Alemania acepte la emisión de eurobonos, la disminución de su eterno superávit comercial y la flexibilización del Pacto de Estabilidad y Crecimiento

Las propuestas europeas de Macron me parecen muy similares a las promesas electorales de Hollande. Por tanto, me temo que el éxito del primero será parecido al obtenido por el segundo, si no hay un cambio político en Alemania. En la campaña de 2012, el último presidente francés prometió que acabaría con la austeridad impulsada por Merkel, impulsaría la generación de un presupuesto europeo 2014-2020 de mayor cuantía, que estimulará el crecimiento económico y la solidaridad entre los países, conseguiría el lanzamiento de los eurobonos y firmaría un nuevo tratado franco-alemán del estilo del acordado entre De Gaulle y Adenauer en 1963.

No cumplió ninguna de las promesas realizadas. Es posible que no tuviera la voluntad y habilidad necesaria para generar un consenso entre los líderes europeos que le permitiera llevarlas a cabo. No obstante, no descarto que se diera rápidamente cuenta de que, si quería evitar una crisis de deuda en su país, debía tener como absoluta prioridad la reducción del déficit público.

A diferencia del Banco de Inglaterra y de la Reserva Federal, que iniciaron respectivamente sus programas de compra de deuda pública en 2008 y 2009, el BCE comenzó a adquirirla en 2015. Lo hizo mucho más tarde principalmente por dos motivos: uno ideológico y otro económico. El primero consistía en que los países, como las familias, no deben estirar más el brazo que la manga. El segundo tenía como base la generación de una elevada inflación, un nivel que ni Estados Unidos ni el Reino Unido padecieron durante los años que dicho programa estuvo vigente.

En definitiva, la victoria de Macron ha evitado el desastre, entendiendo a éste como la llegada de Le Pen y la probable destrucción de la zona euro. No obstante, dudo mucho que, si continúa Merkel, se adopten medidas para solucionar los principales problemas económicos que afectan a los ciudadanos de los países que la integran. Por tanto, la gran esperanza política europea no es Macron, sino Schulz, el candidato del partido socialdemócrata alemán en las elecciones de septiembre de este año. Sin Merkel, otra Europa es posible. Sin duda, mejor.