Pensamiento

Esperando al viejo crecimiento

18 septiembre, 2013 18:12

Una de las víctimas, y no la menor, de la crisis actual ha sido la incipiente conciencia ecológica, que en diversos países se estaba traduciendo en políticas, programas y proyectos tendentes a contener la contaminación atmosférica, a comprender el cambio climático e intentar estancarlo, a recuperar la naturaleza, tanto físicamente como conceptualmente, a asumir unas pautas de comportamiento social e individual menos derrochadoras de recursos no renovables…

A pesar de que durante la crisis las emisiones de CO2 -por citar un indicador básico del deterioro medioambiental- han seguido aumentando, casi todo aquello se ha ido a pique. Se han cancelado programas, suprimido subvenciones, despreciada y enterrada la noción misma de ecología. Dicen que no hay dinero para eso, que hay otras prioridades (como por ejemplo, salvar a la banca), y, peor todavía, se propaga la idea falaz de que los miramientos ecológicos son un freno al crecimiento que crea puestos de trabajo; mentira podrida y chantaje moral: "Si queréis puestos de trabajo, dejémonos de puñetas ecológicas".

No es nuevo, pero ahora se dice sin rodeos. ¿En qué crecimiento piensan? Solo en el viejo crecimiento material, en el incremento anual constante del PIB, que no necesariamente crea ocupación ni reduce la pobreza, pero sí que produce cuantiosos beneficios financieros, sobre todo para los mercados especuladores, la banca, las grandes empresas… Pretenden la absurdidad necia y suicida de que el crecimiento exponencial no tiene límites en un planeta finito.

Nunca en la era contemporánea había sido tan necesaria una revolución cultural para superar los viejos esquemas

En España, donde está teniendo lugar, bajo el Gobierno del PP y de las derechas periféricas, entre ellas CIU, una verdadera contrarreforma ecológica están esperando como el santo advenimiento poder repetir el viejo crecimiento de la burbuja inmobiliaria, de la construcción especulativa, de la construcción fastuosa (aeropuertos sin aviones, ciudades de la cultura fantasma, museos sin cuadros, auditorios sin espectadores… y ahora casinos y hoteles de lujo). No hay indicios de que tengan otra cosa en la cabeza.

El viejo crecimiento con las oportunidades que ha ofrecido de especulación salvaje y de corrupción es una de las causas de la crisis económica y social de la que no saldremos usando los mismos paradigmas que lo sostenían. Nunca en la era contemporánea había sido tan necesaria una revolución cultural para superar los viejos esquemas y creencias que nos han llevado a donde estamos y han herido de muerte lenta, pero segura, la Tierra y su biosfera. El resumen de las conclusiones (2013) del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, adelantado por El País, es terrorífico: "Las emisiones (de gases de efecto invernadero) a los niveles actuales o superiores alteraran todos los componentes del ciclo climático, alguno de ellos de manera que no se ha visto en los últimos cientos o miles de años. Ese efecto durará cientos de años".

Los más ruines presentan el crecimiento material, el único que reconocen como posible, como una especie de fatalidad que hay que aceptar porque no hay alternativas. Muy al contrario, al calor de la crisis, que ya es de sistema y de civilización, hay una auténtica efervescencia de ideas y de propuestas sobre un desarrollo selectivo y cualitativo, combinado con un decrecimiento sostenible, distribuido mundialmente. Tales ideas y propuestas tienen escaso eco mediático.

Los poderes financieros que controlan la economía mundial, los grandes medios de comunicación que, en general, son sus portavoces, los gobernantes que son los administradores -con honrosas excepciones-, las iglesias, enmudecidas ante la estafa global, todos parecen confabulados contra la Tierra. Pero detrás de la humareda ideológica y el silencio de tantos dirigentes hay los poderosos intereses económicos y las oportunidades de enriquecimiento rápido, fabuloso, de la minoría del 1%, el 2% o el 3%, da lo mismo.

Mirar colectivamente por la naturaleza, la biosfera, la Tierra y dejar de depredarlos comportaría una revolución pacífica, letal para aquellos intereses y sus cómplices. Si la izquierda no es capaz de poner encima de la mesa del debate social y de las prioridades la cuestión medioambiental, como lo hizo con la cuestión social a partir del último tercio del siglo XIX, habrá pasado definitivamente al museo de la historia. Una perspectiva desoladora.