Hace ya mucho, demasiado tiempo, que a quienes intentamos analizar todo lo relacionado con el tan traído y llevado “proceso de transición nacional”, el tan célebre procés, se nos han acabado todas las comparaciones e incluso todos los calificativos posibles. El que por ahora es el último episodio, pero que mucho me temo que por desgracia no será el último, ha sido la representación pública, con luz, taquígrafos, cámaras y ante la estupefacción general, de la ya indiscutible división en la mayoría absoluta parlamentaria independentista. Una división que se ha hecho evidente en un espectáculo delirante, mediante una votación de la Mesa del Parlamento de Cataluña en la que no solo votaron de forma opuesta los representantes de ERC y de JxCat sino también cada uno de los representantes de esta formación.

No se trata ya de las habituales discrepancias entre JxCaT y ERC, por una parte, y las CUP por la otra. Tampoco se trata de la muestra pública palpable de las diferencias estratégicas y tácticas entre ERC y JxCat, sino sobre todo de la división interna de JxCat. Y todo con un único protagonista, el expresidente Carles Puigdemont. Ahora resulta que, en palabras del portavoz parlamentario de JxCat, Eduard Pujol, el principal y casi único objetivo de la mayoría independentista debe ser “proteger a Puigdemont”. Me temo que yerra en esta observación. Lo importante ahora, y desde hace ya bastante tiempo, no es “proteger a Puigdemont” sino protegerse de Puigdemont. O tal vez proteger a Puigdemont de sí mismo.

Por mucho que unos y otros se esfuercen en afirmar que dejan al Gobierno de Quim Torra al margen de esta grotesca disputa, lo cierto es que ERC ha dicho en voz alta y muy clara que JxCat “ha mentido de forma descarada y ha roto la confianza” entre los socios de la actual coalición gubernamental, mientras que desde JxCat han arremetido contra ERC, acusándola de pretender “blanquear al PSC del 155”. El ridículo es monumental. Tanto, que incluso una persona como Pilar Rahola, incombustible y apasionada propagandista del procés, ha calificado todo esto de “patético”.

Más que patético, personalmente opino que se ha entrado ya de lleno en el terreno del puro y simple delirio. Con un Gobierno presidido por Quim Torra que apenas ha tomado posición y que se ha dedicado fundamentalmente a la promoción de la ratafía y a protagonizar espectáculos tan penosos como el que tuvo lugar en el Smithsonian Institute de Washington, se habla ya de una nueva convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas. Conviene recordar que en los últimos ocho años, y en concreto desde el 28 de noviembre de 2010, la ciudadanía de Cataluña ha concurrido a las urnas en cuatro ocasiones en elecciones autonómicas, ya que lo hicimos ya el 27 de septiembre de 2015 y volvimos a hacerlo el 21 de diciembre de 2017, es decir hace solo medio año. Cuatro elecciones autonómicas en solo ocho años, y con la parece que muy probable convocatoria de unos nuevos comicios para el próximo otoño, revela muy a las claras la situación de profunda parálisis de la política catalana. Una parálisis que impide no solo la resolución de la gran cantidad de problemas de todo tipo que aquejan al conjunto de la sociedad catalana, sino que además agrava la innegable confrontación social interna y, por lo que vemos ahora de forma no menos cuestionable, agudiza las tensiones, disputas y divisiones en el seno de la misma mayoría absoluta independentista.

Carles Puigdemont, que en muy pocos años ha alcanzado el prodigio de cargarse a marcas políticas tan antiguas como CiU y CDC, pero que también ha dado ya por amortizadas otras marcas políticas de vida casi siempre muy efímera, como han sido y son Democràcia i Llibertat, Junts pel Sí, PDeCAT, Junts per Catalunya… No satisfecho todavía con este transformismo político incesante, Puigdemont, desde su refugio en Hamburgo, pretende un nuevo cambio, una nueva mutación del gen convergente mediante una nueva, la enésima operación de cirugía estética política. Se trataría ahora de construir un Partido Único del Independentismo, una suerte de Frente Nacional, algo así como un Movimiento Nacional… Evidentemente, con el propio Carles Puigdemont como líder único, indiscutido e indiscutible, a la manera de todos los caudillajes populistas de un signo u otro.

En Cataluña hemos entrado definitivamente y de lleno en el terreno del delirio. Esperemos que se trata de un delirio individual, personal e intransferible, compartido a lo sumo por unos pocos fieles incondicionales e irreductibles. Porque los delirios, si son ampliamente compartidos, suelen acabar mal. Muy mal.