Si hay una verdad incontestable es que entre el 13 de marzo y el 22 de mayo al menos hubo en España 43.000 fallecimientos más que la media histórica, según reflejan los informes del Ministerio de Sanidad usando datos de los registros civiles y refrendados por el INE. Puede que no todos estos fallecimientos se deban al virus SARS-CoV-2, pero es innegable que algo, más bien mucho, tiene que ver. Como también es innegable que en los hospitales españoles se sufrió como nunca, requiriendo de medidas extraordinarias y de sacrificios personales por parte del personal sanitario. A finales de marzo la Comunidad de Madrid registró días con cerca de siete veces más fallecimientos que en un final de marzo “normal”, encabezando una triste estadística que con mayor o menor intensidad se extendió prácticamente por toda España. En esa situación el confinamiento se hizo más que necesario y la única pega es por qué no haberlo hecho antes, si bien el carácter español probablemente no hubiese aceptado una reclusión con los datos del 7 de marzo, por poner una fecha donde todo estaba empezando.

La mentalización era imprescindible, como lo ha sido a la hora de ir saliendo de casa para no recaer. Pero, tal vez, no vendría mal tratar de hacer un poco de pedagogía para actuar con criterios de responsabilidad y no solo con normas a veces incomprensibles cuando no absurdas.

El conocimiento sobre esta enfermedad es todavía precario pero hay varias evidencias que parecen consolidarse, al menos contrastando distintas fuentes, y que nos pueden ayudar (léase todo en condicional porque como buen opinante en casi todo soy experto en nada, y menos en medicina):

El virus se está debilitando, como ocurre en todas las epidemias en la fase en la que estamos. En cada salto que da un virus se debilita algo, entre otras cosas porque si acabase con toda la población el virus no tendría donde desarrollarse. Ni la viruela, ni la peste, ni la gripe española acabaron con toda la población y tampoco parece que lo haga este virus. Hoy es menos peligroso salir a la calle que el 15 de marzo. Pero lo que no sabemos es si volverá con igual, más o menos fuerza ni si lo hará el próximo otoño, primavera o nunca.

La transmisión por gotas hace que en espacios abiertos sea más difícil contagiarse y también por eso las mascarillas son útiles. Probablemente pomos de puerta o barandillas de metro sean vehículo de transmisión, pero un epidemiólogo italiano dijo que la probabilidad de contagiarse por los zapatos al volver de la calle era menor que la de que a una persona le cayesen dos rayos el mismo día. No es imposible, pero sí es poco probable por lo que hay que ser prudente sin caer en la histeria.  

Los niños se contagian poco, contagian poco a los mayores y desde luego los efectos en ellos son muy leves. En el extremo opuesto están los mayores, el 86% de fallecidos tiene más de 70 años. Las medidas de sana distancia y protección deberían diferenciar por edades, lo hubiese acelerado la incorporación a los puestos de trabajo.

El que gana o pierde la batalla con el virus, como con todos los virus, es nuestro sistema inmunológico. Dependiendo de la carga viral y del estado de nuestro sistema inmunológico hay quien lo derrota en la cavidad bucofaríngea y la enfermedad no va a mayores. Por eso la pérdida de olfato y también los remedios “mágicos” relacionados con la higienización de la boca: colutorios, bebidas calientes, CDS,… ¡hasta aguardiente! No hay nada probado, pero no parece imposible que ayuden. Si el virus baja a los pulmones la cosa se complica (neumonía) pero cuando el riesgo es mayúsculo es cuando el sistema inmunológico se desmanda con la denominada tormenta de citocinas y se producen inflamaciones en varios órganos que derivan en pequeños trombos. No está claro por qué pasa a unas personas y a otras no y se están buscando correlaciones con enfermedades previas, estado de salud, vacunaciones, características genéticas… con todo lo que pueda influir en la respuesta inmunológica específica.

Es un hecho que el impacto en Japón ha sido mínimo (46 muertos por millón frente a 600 en España) sin necesidad de confinamiento ni grandes prohibiciones, pero es una sociedad tremendamente limpia, que rehúye del contacto físico, que usa mascarillas por respeto cuando están resfriados, que habla bajo, lo que limita la proyección de gotitas, que tiene una diferencia genética importante con nosotros por cuestión de raza, y que su calendario de vacunaciones obligatorias es diferente al nuestro. En cualquier caso, las estadísticas hay que mirarlas con mucho cuidado porque en Nigeria solo hay un muerto por millón, claro que la esperanza de vida es una de las más bajas del mundo, 54 años…

Pero con pautas más o menos sensatas o sin ellas lo que es evidente que está habiendo es un cambio de tendencia en los mensajes del Gran Hermano y todo apunta a que estamos acelerando hacia la normalidad, con unos meses de julio, agosto y setiembre bastante razonables, salvo rebrote, repunte o susto. Lo que pase a partir de setiembre no solo es harina de otro costal, sino que nadie lo sabe por lo que lo que tocaría ahora es dejarse de tantas fases y normas y acelerar para recuperar algo del tiempo perdido en el mundo económico, además de hacer acopio de material de protección, de respiradores y de todo lo que no había en marzo y, también, tener preparada una red de hospitales de emergencia para activar en caso de necesidad. Los hospitales no deberían volver a colapsarse, es mucho mejor tener una red especializada.

Pero hemos de tener muy claro que ni estamos de vacaciones ni somos una sociedad mantenida. Necesitamos recobrar el pulso de actividad cuanto antes, sin parar en agosto… ojalá nos venga algo de sentido común desde las antípodas. En Nueva Zelanda, ejemplo para bastantes cosas, están implantando una semana laboral de 4 días para tener tiempo de hacer algo de turismo local pero no parar la actividad. Eso sería una excelente opción, pero mucho me temo que bastantes comercios que hoy se quejan por abrir poco y mal colgarán el cartel de cerrado por vacaciones en agosto. En cualquier caso las reestructuraciones y despidos sí que vendrán en otoño.

Transitamos de manera rápida hacia la normalidad, esperemos que no tropecemos y, sobre todo, sepamos aprovechar al máximo esta tregua si es que dentro de unos meses volvemos a las andadas, algo que nadie sabe. Pero dejemos el atontamiento encerrado en casa y peleemos por la normalidad plena expulsando de nuestro lenguaje los neologismos que no hacen otra cosa que profundizar en nuestra confusión.