Si algo debieran investigar los científicos del CSIC es por qué el número de contagios es tan alto en España, porque alguna razón tiene que haber. Gracias a uno de los confinamientos más estrictos y respetados que ha habido en Europa, la pandemia, totalmente descontrolada en marzo, se contuvo en primavera, llegando a principios de junio con muy pocos casos y fallecidos, siendo la gran mayoría de éstos personas que habían contraído la enfermedad al principio del estado de alarma. Pero en julio el tema se fue complicando y, de nuevo, España es el país apestado de Europa, por nuestros indicadores y, también, por la negligente, en el mejor de los casos, gestión de Exteriores. Suya es el 99% de la culpa del desastre turístico de este verano.

Es verdad que hacemos muchas pruebas, aunque hay países que hacen más, que los asintomáticos son mayoría, que fallecen muchas menos personas y que la media de edad de contagiados es baja, Pero no es menos cierto que somos el farolillo rojo de Europa.

Puede ser, o no, que en la primera oleada influyese la vacuna de la gripe suministrada en España ya que las cepas no son iguales en cada país. O el hecho que en España e Italia la vacuna de la tuberculosis no sea obligatoria mientras que en Portugal y Grecia sí. Pero ahora no se le puede culpar de mucho a las vacunas ni por la época ni porque afecta, sobre todo, a jóvenes.

Podría ser que nuestros genes o nuestra alimentación afectase al sistema inmunológico, pero también puede tener culpa nuestro estilo de vida. Es cierto que nos tocamos, besamos y abrazamos más que nuestros vecinos del norte. Y también tenemos más mezcla generacional. Si en Holanda, por ejemplo, alguien de más de 25 años reside en el domicilio paterno es un bicho raro, no es el caso en España, ni mucho menos. Además, los mayores que viven en residencias reciben muchas visitas de familiares, algo que no ocurre en los países del norte. Estos temas culturales podrían explicar diferencias con Alemania u Holanda, pero no con Portugal o Italia.

Ha fallado estrepitosamente el rastreo de contactos, no ha habido medios y los PCR se han hecho a remolque, donde era claro que había transmisión comunitaria en lugar de ir a buscar al contagiado siguiendo la cadena de transmisión. La aplicación Radar Covid se está desplegando muy lentamente y con éxito muy relativo. Pero además hay un factor socioeconómico evidente, la precariedad laboral. Quien tiene un contrato temporal, quien vive en la economía sumergida o incluso muchos autónomos, si no trabaja no ingresa. No hay que ser un doctor en epidemiología o sociología para imaginar que quien no tiene para comer difícilmente hará cuarentenas preventivas en caso de encontrarse bien. Las ayudas sociales deberían tener a estos colectivos como prioritarios y concederse inmediatamente a una PCR positiva. Pero pedir esto a una administración que aún tiene pendientes pagos de ERTE de abril es mucho pedir.

Los temporeros dieron la primera señal de alarma. No es que los contagios de Lleida de julio sean por su culpa, es que es imposible pedir a alguien que duerme en la calle que esté 14 días encerrado sin ningún ingreso. Pero no hay que ir al campo para encontrar situaciones así. Las condiciones de los pisos patera son igual o peores que las concentraciones de temporeros para la propagación del virus. Y aunque tengan viviendas algo más dignas son muchas las personas que no pueden permitirse el “lujo” de una cuarentena preventiva. El virus no ataca al más al pobre que al rico, pero el pobre no tiene opciones para parar la cadena de contagios y en muchas ocasiones sigue trabajando mientras los síntomas no aparezcan o sean leves.

Tenemos en Madrid y en Barcelona gobiernos supuestamente progresistas. En Barcelona lo tenemos claro, inflamos a multas a los pobres que no se pueden cambiar de coche y además hacemos que viajen hacinados en un transporte público con capacidad reducida. Siguiendo esa misma línea de pensamiento también podemos pensar en poner multas a los pobres que no pueden hacer cuarentena. Las multas no son la solución si, además, recaen sobre el menos favorecido, pero me temo que más pronto que tarde veremos amenazas de este estilo como ya ocurre en varias comunidades autónomas.

La solución a corto pasa por planes especiales en las zonas más deprimidas de las ciudades que aseguren un cumplimiento razonable de las cuarentenas. El rastreo es condición necesaria, pero sin compensación no habrá cuarentena. Y a largo plazo tenemos que luchar por erradicar condiciones de miseria en nuestra sociedad porque esta pandemia, que pasará, no será la última. Lamentablemente, ahora vamos en sentido contrario. Quién más tiene puede, en general, teletrabajar, aislarse en un entorno agradable y tirar de ahorros, pero quien tiene menos necesita salir a la calle para sobrevivir.