Caixabank va a emprender una drástica rebaja de plantilla. Afectará a casi 2.200 personas en toda España. Esa cifra equivale al 7,3% de su fuerza laboral entera, integrada por casi 30.000 personas. La medida lleva aparejado el inevitable cierre de oficinas. Echarán la persiana 821, para dejar la red en 3.640.

La entidad inicia ahora las negociaciones con los sindicatos. Se pretende dejar listo el acuerdo en poco tiempo. Las bajas efectivas se irán escalonando en el curso de los próximos meses.

No se prevé que surjan problemas serios, más allá del tira y afloja habitual en las reuniones con las organizaciones obreras. Como se sabe, Caixabank siempre se ha distinguido por dispensar un trato exquisito a sus trabajadores.

Los planes del gigante bancario --antes catalán y ahora valenciano tras el traslado de su sede social-- no son una excepción en el sector. Por el contrario, constituyen la nota común.

La actividad bancaria es probablemente la que más bajas ha experimentado en la última década en términos relativos. Ello obedece en sustancia a dos motivos.

Uno estriba en la implantación de las nuevas tecnologías, que hacen que los clientes hayan de acudir cada vez menos a las sucursales. De ahí que sobren dependencias a porrillo. Como es lógico, lo mismo ocurre con sus respectivas dotaciones de empleados.

El segundo factor que ha contribuido sobremanera al repliegue es el espectacular proceso de concentración que se registró en el ramo a raíz de la crisis de los últimos años.

Una secuela de tal fenómeno es la absorción y desaparición de la práctica totalidad de las cajas de ahorros. Este colectivo llegó a representar en la cumbre de su esplendor nada menos que la mitad del sistema financiero hispano. Hoy es poca cosa más que un recuerdo.

En el intervalo 2007-2018, las nóminas de las instituciones crediticias flexionaron de 277.000 a 187.000 profesionales, o sea que 90.000 resultaron expulsados. Dicho de otra forma, uno de cada tres perdió su puesto de trabajo.

En su inmensa mayoría no habían culminado ni de lejos su vida laboral. Se fueron a casa con cincuenta y tantos años, en la plenitud de sus carreras, cuando se atesoran los máximos caudales de experiencia.

Por desgracia este es el sino de los tiempos que corren. Los bancos y otros muchos sectores prefieren contratar a jóvenes recién licenciados antes que mantener a los veteranos, como si éstos fueran una especie de deshechos de tienta de los que se prescinde olímpicamente.

La mengua de empleos y de talento ha ido acompañada del consiguiente adelgazamiento de la frondosa red comercial. El número de establecimientos abiertos al público pasó en el mismo periodo de 45.000 a 27.000.

La limpia revistió, pues, características de una purga inmisericorde. Con todo, quizás lo más llamativo es que los responsables del ramo no dan por terminado el radical ajuste, ni mucho menos. Así lo atestiguan los proyectos que Caixabank ha divulgado estos días.

Todo indica que en los años venideros continuarán los despidos y la clausura de sucursales. Desde las altas instancias de la Unión Europea se propugna que haya más fusiones. O sea, que la cantidad de intermediarios del dinero y el crédito se recortará significativamente. Por supuesto, aquellos que sobrevivan serán de tamaño mucho mayor que los actuales.

Semejante evolución se va a traducir de forma incoercible en que se debilite la ya mermada competencia hoy existente y, por tanto, en que la calidad del servicio a la clientela tienda a ser peor y más caro. Desde el punto de vista de los usuarios, podrá afirmarse que en el ámbito de las finanzas cualquier tiempo pasado fue mejor.