No cabe duda de que lograr que España sea el primer país de la zona euro que controle la inflación es un logro del Gobierno. Siempre se podrá argumentar cierta creatividad estadística, acciones correctoras abusando del excedente de recaudación o connivencia de los sindicatos con la ministra de Trabajo, pero los datos son los datos, España lidera en positivo, tal vez por primera vez en años, un ranking en la zona euro.

Ante este innegable éxito cabe preguntarnos por las consecuencias a medio plazo. España, junto con Portugal, Grecia y el sur de Italia, son desde hace tiempo los pobres del club de los ricos. Todos nuestros indicadores económicos se alejan de los de nuestros socios del norte mientras que la gran mayoría de los de la antigua Europa del Este se acercan hacia los nuestros. Frenar la inflación en el sur antes que en el norte redundará en un incremento de la distancia que ya nos separa. La media del incremento de salarios en España estará por debajo del 5% mientras que en Países Bajos o Alemania se plantean incrementos del 10%. Quien gane 25.000 euros en España pasará a 26.250, quien gane 55.000 en Alemania ganará 60.500. Los ejemplos no son caprichosos, corresponden a los salarios medios, redondeados, de cada país.

Ser el pobre en un club de ricos no tiene que ser necesariamente malo. Seguimos gozando de una buena posición relativa en el mundo, Europa sigue siendo una isla de prosperidad, decadente, pero próspera. Y desde luego no podemos quejarnos del dineral que nos llega en forma de fondos estructurales, subvenciones y ahora fondos Next Generation. Nuestra red de carreteras y aeropuertos es de las mejores del mundo y se la debemos, en gran medida, a los fondos europeos. Nadie tiene más kilómetros de AVE, ni de bonitos paseos marítimos que nosotros. Tal vez porque mucho de ese dinero nos viene llovido del cielo tenemos poco cuidado con él y, de vez en cuando, nos aparece un aeropuerto sin aviones o un tren sin pasajeros, pero en general el dinero europeo es muy bienvenido, y útil.

Pero además de tener un país modernizado, limpio y pintón, ser pobre debería servirnos para exportar y ahí pinchamos. Nuestra balanza comercial suele ser deficitaria y aunque ahora solo tenemos entre un 15% y un 10% de déficit comercial es una auténtica pena no aprovechar la contención de salarios y costes para reindustrializarnos a marchas forzadas, ahora que ha quedado en evidencia que deberíamos tener capacidades de producción en Europa para no depender de socios comerciales con intereses geoestratégicos diferentes al nuestro, además de dar un impulso modernizador a nuestro campo. Solo sobrevive, y veremos por cuánto tiempo, la industria del automóvil, algo la química y un poco de textil. Y el mundo agrario está a años luz de explotar todo su potencial. Somos un país muy extenso y poco poblado en el interior, podríamos ser la despensa de la Unión Europea sin muchos problemas. Tenemos que emprender una decidida reindustrialización y modernización del campo o estaremos condenados a seguir dependiendo del turismo y de las compras de empresas o inmuebles por parte de extranjeros.

Aunque nuestro sol sigue siendo el mejor reclamo para nuestro turismo poco a poco va apareciendo oferta de lujo cada vez más centrada en extranjeros de alto poder adquisitivo. Ibiza ya es una isla prohibitiva para el español medio, lo mismo que ciertos hoteles de gran lujo en Madrid o Barcelona orientados a ricos globales. Italia puede ser el ejemplo, con lugares como la Costa Esmeralda o la Costa Amalfitana prohibitivos para los locales. Si apostamos por ese modelo, la supuesta gentrificación del centro histórico de Barcelona será un chiste. Aunque tal vez lo peor es que no tenemos modelo.

Tradicionalmente el turismo y las inversiones extranjeras suelen compensar el sesgo negativo de nuestra balanza comercial, pero no deja de ser un modelo tremendamente débil, como se evidenció en la pandemia. El sol, el buen tiempo y la mejor comida están genial y hacen de nuestro país un lugar envidiable para vivir, pero por otro lado el número de licenciados que marchan a buscar mejor suerte fuera de nuestras fronteras no deja de subir. Formamos ingenieros, médicos y economistas para que trabajen en Reino Unido, Francia o Alemania. Si a eso le añadimos que cada vez nos da más pereza realizar algunos trabajos que poco a poco están siendo copados por quienes vienen a probar fortuna en Europa, nos queda un país con un futuro como poco regular, una población envejecida con pocos ingresos donde el Estado necesitará recaudar cada vez más y más para sostener un Estado del bienestar cada vez más inasumible por la realidad económica.

Irlanda no tenía unos indicadores mucho mejores que España hace 30 años y sin embargo hoy más que nos dobla en PIB per cápita. Ellos entendieron que debían cambiar de modelo económico y lo lograron. Nosotros nos llenamos la boca con frases grandilocuentes, organizamos ciento y un seminarios, pero la realidad es que seguimos siendo poco más que ese país cada vez más barato en el que hace sol y se come bien.