Si la grandeza de un país se mide por la curiosidad que genera en el resto del mundo, tanto Francia como los Estados Unidos se arriesgan a perder tamaño este año. Obnubilados por la elección presidencial de 2017, los franceses apenas atendemos a las novedades que se producen en el frente sirio-iraquí. Y sin embargo, es allí, en este momento, que se está dibujando el orden mundial del día de mañana. Una verdadera cumbre de Yalta sin Churchill ni Roosevelt, pero con Erdogan y Putin maniobrando. En este año de transición, Francia no sabe aún quién la representará en la mesa de negociaciones. ¿Un impulsivo, un hombre de Estado viejo y prudente, un presidente desgastado, un nuevo presidente experimentado, una extremista bajo influencia?

Los Estados Unidos, por su parte, estarán representados, en el mejor de los casos, por una Hillary Clinton en prórroga judicial, en el peor por una grotesca marioneta fascinada por el presidente ruso. En ambos casos, el liderazgo de las democracias occidentales se anuncia debilitado por unos cuantos meses. Sin contrapoder occidental, el desenlace del drama sirio-iraquí, esta Yalta del mundo contemporáneo, podría acabar aprovechando a dos tiranos que se parecen mucho, pese al antagonismo que manifiestan: Putin y Erdogan.

Sin contrapoder occidental, el desenlace del drama sirio-iraquí podría acabar aprovechando a dos tiranos que se parecen mucho, pese al antagonismo que manifiestan: Putin y Erdogan

El primero ha conseguido hacer olvidar su sangrienta incursión en Ucrania. Le bastará con arrasar Alepo y salvar a Bachar El Assad, aunque lo sacrifique después, para imponerse como el árbitro indiscutible de esta repartición.

Frente a él, Erdogan acumula las taras de la ideología islamista y los métodos autoritarios mafiosos del régimen ruso. No retrocederá ante ningún crimen con tal de sentarse en la tabla de los señores.

La regresión democrática se acelera en Turquía, de manera sorprendente. Las purgas en marcha dan vértigo: 90.000 funcionarios despedidos, 170 órganos de prensa cerrados, entre ellos la principal cabecera de oposición, Cumhuriyet. Uno de los pocos periódicos que se atrevieron a publicar los dibujos de Mahoma para apoyar a Charlie Hebdo. Hoy, son ellos los que nos necesitan a nosotros. Su redactor jefe ha engrosado la larga lista de periodistas en prisión. Y la represión no ha terminado aún: más de 30.000 detenidos de derecho común han sido liberados para hacer sitio a los prisioneros políticos que llegan a las cárceles.

Turquía ya es la mayor prisión a cielo abierto para periodistas. No le falta más que restablecer la pena de muerte para convertirla, además, en el mayor cementerio de la libertad de pensamiento.

Turquía ya es la mayor prisión a cielo abierto para periodistas

Por no hablar de la represión que se abate sobre la oposición kurda, simbolizada en el inquietante arresto de dos alcaldes de Diyarbakir, Gültan Kisanak y Firat Anli. El pretexto es el mismo en ambos casos: "Apoyo al terrorismo". Cuando el régimen de Erdogan no acusa de conspirar con su rival Gülen, encierra a toda persona más o menos cercana al PKK.

Una joven tolosana de origen kurdo, Ebru Firat, lo ha sufrido en sus propias carnes. Detenida cuando visitaba a su familia en Turquía, se expone a una condena de diez años de cárcel por haber militado, hace años, en las unidades femeninas kurdas del YPJ. Con apenas 25 años, Ebru ha combatido a ISIS en Siria antes de abandonar las armas, casarse y recuperar su vida normal en Toulouse. Francia no puede abandonarla. Como tampoco puede abandonar a los kurdos que combaten en Rojava.

Alejados de la mirada del mundo, en un agujero negro al que no llegan los periodistas, estos formidables combatientes sueñan con vivir en un Kurdistán igualitario y laico. Ellos constituyen nuestra única esperanza de ver un mundo mejor emergiendo de este horror... ¡y están siendo masacrados por Turquía, cuyo gobierno tiene pánico a la idea de que los kurdos se adelanten y arrebaten Raqqa a ISIS!

Incluso si Turquía nos ayuda en el seno de la coalición aliada, hay que pensar en el día después: hacerles frente para proteger a los kurdos y a su proyecto laico

De esta carrera depende el futuro. Si Erdogan puede reivindicar la victoria contra Al-Baghdadi, se convertirá en califa en lugar del califa. Bajo pretexto de proteger a los sunitas, como Putin con los rusófonos en Crimea, ampliará su influencia bajo forma de un protectorado en los antiguos territorios del Imperio otomano. Los rebeldes islamistas que ya manejan tomarán el control del ISIS y el problema del terrorismo permanecerá.

Incluso si Turquía nos ayuda en el seno de la coalición aliada, hay que pensar en el día después: hacerles frente para proteger a los kurdos y a su proyecto laico. Se trata de nuestro honor y es la única manera de salvar la convicción de que esta parte del mundo no está condenada a la oscuridad. Si la identidad francesa es algo, es también eso: una nación que ve algo más allá del peligro inmediato, y que cree en la fuerza de las ideas compartidas.

[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en Marianne.net y reproducido en Crónica Global con autorización]