He de confesar que hace unos años Gabriel Rufián conseguía enervarme. Un poco por sus ademanes pendencieros y otro poco por la simpleza de su discurso, saturado de todo tipo de falacias y con especial querencia por el falso dilema. De un tiempo a esta parte, sin embargo, Rufián despierta en mí una mezcla de ternura y compasión. Es probable que ese cambio se produjera en el momento en el que entendí por qué ERC lo había promocionado en el partido y nombrado portavoz en el Congreso. Rufián era la encarnación rutilante del charnego: españolazo sanguíneo, fanfarrón y más bien inculto. Y como había que lograr ampliar la base del independentismo en el cinturón metropolitano, los dirigentes de ERC creyeron que todos los charnegos díscolos nos veríamos reflejados en él. Rufián no era como Joan Mena, otro charnego, pero otro tipo de charnego: el charnego dúctil, desbravado, converso, aquel que habla un catalán exuberante y que incluso parece reproducir la blandura ufana de algunos dirigentes independentistas. Joan Mena parece un catalán ancestral, aunque no lo sea. Rufián, no. No sé si me explico.

Hace unas semanas, con motivo del discurso de Navidad del rey Felipe VI, y en alusión a una parte de su mensaje, Rufián publicaba un tuit que rezaba así: “No hay que olvidar nuestros orígenes”. El tuit iba acompañado de una foto del rey Felipe VI de pequeño estrechando la mano de Franco. Pérez Reverte le dio cumplido escarmiento publicando, como respuesta al tuit, la foto de un desfile de los escamots, organización paramilitar de estética fascista de las juventudes de ERC. La foto iba acompañada con el siguiente mensaje: “No, en efecto. Nadie debería olvidarlos nunca”.

Igual la respuesta de Reverte le hizo entender a Rufián que el pasado a menudo es un campo de minas y que resulta difícil esquivar las detonaciones si uno se propone atravesarlo. Ahí van unas cuantas relacionadas con su partido y las ideas que han fundamentado su doctrina en el último siglo.

Francesc Macià, ilustre fundador de Estat Català y ERC, hablaba así sobre la inmigración sureña: “De los barrios bajos que hemos señalado –y al decir barrios bajos quiero decir España– son hijas todas las prostitutas de calle y de cabaret que envenenan la vida de nuestra juventud”. Pere Màrtir Rossell, también político de ERC, en su obra La raça, afirmaba lo siguiente: “A veces otro carácter menos importante, como la ceja, puede él solo servir para diferenciar a la mayoría de individuos de dos razas, como la española y la catalana”. A Daniel Cardona, otro de los fundadores de Estat Català, también le interesaba la anatomía: “Un cráneo de Ávila, no será nunca como uno de la plana de Vic”. Rovira i Virgili, también diputado de ERC, se expresaba en la misma dirección: “Los catalanes no vamos a deformarnos el cráneo en aras de la unidad española”. Y más recientemente, en 1991, Heribert Barrera, afirmaba en una entrevista cosas como: “No pretendo que un país deba tener una raza pura, eso es una abstracción. Pero hay una distribución genética en la población catalana que estadísticamente es diferente a la de la población subsahariana”. Con esos mimbres, no es de extrañar que a Junqueras, en un artículo de 2008, le resultaran tan curiosas las supuestas diferencias genéticas entre catalanes y españoles consignadas en un estudio cuyos datos y conclusiones ni siquiera supo interpretar bien.

No todo fue de boquilla. En 1931, tanto el Ayuntamiento de Barcelona como la Generalitat, ambos gobernados por ERC, alquilaron un tren para mandar a un buen número de inmigrantes sureños de vuelta a casa. Aparecieron carteles por toda la ciudad prometiendo bebida y comida gratis para el viaje. El tren se llenó, pero a la altura de la Torrassa sufrió un sabotaje y los inmigrantes huyeron con la comida y la bebida gratis.

Así que, como dijo Rufián y se encargó de recordarle Reverte, conviene no olvidar nuestros orígenes. Conviene rescatarlos de vez en cuando. Conviene tenerlos en cuenta, sí, para saber, por ejemplo, que los antepasados políticos de Rufián se dedicaban a medir el cráneo y deportar a sus antepasados de sangre.